Vive tu vida de cabeza


Vive tu vida de cabeza

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Vive tu vida de cabeza

El 14 de abril de 1912, el barco Titánic se estrelló con un iceberg y se hundió, cuatro horas después, en las frías aguas del Mar Atlántico. Los botes salvavidas se llenaban con las damas y los niños, mientras se oían fuertes ruidos y las olas se acercaban paulatinamente a la cubierta. Una señora que se había subido a uno de los botes salvavidas le pidió permiso al capitán de su bote para regresar a su cuarto. El capitán le dijo que tenía sólo tres minutos, y ella salió corriendo hacia su cuarto.

En el camino a su cuarto pasó el cuarto de juegos que estaba lleno de dinero; pero no se detuvo para tomar siquiera algunos billetes. Llegó a su cuarto, donde había alhajas y otros objetos de valor; pero no se llevó ninguna de estas cosas.

Más bien, agarró tres naranjas y regresó corriendo a su bote salvavidas. Ahora, ¿por qué pasó por alto todas esas cosas tan valiosas, para llevar consigo sólo tres naranjas? Esta señora había experimentado una inversión de valores. Las cosas que siempre le habían parecido tan importantes ahora carecían de valor, frente a la posibilidad de pasar varios días de hambre en el bote salvavidas.

No sé si hayas tenido alguna experiencia semejante. Personalmente, recuerdo cierta ocasión en el que manejaba por la carretera cuando vi un carro que se había volcado. Había lo que parecía un montón de ropa vieja colgado en la ventana medio abierta. En ese momento enfrenté la realidad de mi propia mortalidad, pues fácilmente pude haber sido yo el que figuraba en aquella escena macabra. En las horas siguientes, las conversaciones cotidianas de mis compañeros me parecían espumosas e insignificantes.

Jesús nos llama precisamente a esa clase de inversión de valores. Él nos llama a dejar atrás los diamantes para buscar naranjas. Nos llama a vivir nuestra vida de cabeza en un mundo que a todo le da la vuelta, para encontrar que realmente estamos de pie.

Lectura: Lucas 6:20-26

6:20 Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
6:21 Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
6:22 Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre.
6:23 Gozaos en aquel día, y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los profetas.
6:24 Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo.
6:25 ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis.
6:26 ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas.

Espero que no hayas leído estas palabras tantas veces que ya no tengan impacto. Si las leemos con ojos frescos, nos damos cuenta de que Jesús nos está llamando a vivir de una manera loca a comparación con nuestros instintos y con el mundo que nos rodea.

En efecto, Cristo nos invita a poner de cabeza nuestros valores. Ahora bien, si nos ponemos a examinar el pasaje que estudiamos, podemos detectar cierta estructura. Jesús empieza con cuatro bendiciones, luego da una declaración que resume la idea central de su enseñanza, y después da cuatro ayes que reflejan los temas de las cuatro bendiciones.

Cuando notamos esto, podemos encontrar fácilmente los dos temas centrales. Las primeras tres bendiciones – y los primeros tres ayes – reflejan el tema de los valores materiales, que se repite en la primera parte del verso 23. La última bendición y el último ay hablan de nuestros valores sociales, tema que se repite en la segunda mitad del verso 23.

Podemos resumir el pasaje, entonces, diciendo que Cristo nos invita a poner de cabeza nuestros valores materiales y sociales. Jesús habla de una forma directa, sin flores, para que reflexionemos. Frente a la histeria de este mundo nos da una cachetada para que despertemos y recapacitemos. Nos dice que la dicha, la bendición y la felicidad están en sufrir, en ser pobres, hambrientos y tristes.

¡Qué locura! ¿No? ¿Cuál persona cuerda escogería la pobreza, el hambre o la tristeza si pudiera disfrutar de la riqueza, la comida o la felicidad? Es una buena pregunta. Sin embargo, si nos ponemos a reflexionar, hay mucha gente que lo hace.

Hay millones de mujeres y hombres alrededor del mundo que sufren hambre porque desean bajar de peso y lucir una mejor figura. Hay miles de estudiantes de medicina y otras carreras que viven como mendigos y se endeudan en cantidades astronómicas porque esperan, al graduarse, ganar un sueldo muy bueno en base a sus estudios. Hay multitudes de atletas que se esfuerzan hasta llorar para mejorar su condición física con la esperanza de ganarse algún premio.

Todas estas personas hacen precisamente lo que Jesús nos menciona: se empobrecen, pasan hambre y se entristecen, porque esperan un cambio de fortuna. Jesús nos llama a hacer lo mismo. Si estamos dispuestos a sacrificar ahora, tendremos recompensa.

¿En qué sentido? Bueno, examinemos paso a paso estas tres cosas. En primer lugar, Jesús nos promete bendición si somos pobres. ¿Significa esto que todos tenemos que deshacernos de nuestros bienes y mendigar en la calle?

Antes de tomar ese paso, vamos a considerar la forma en que se habla de los pobres en la Biblia. Empezando en el octavo siglo antes de Cristo con el profeta Isaías, se hablaba de los pobres como preferidos por Dios en base a su fe en él.

En otras palabras, la persona pobre que Jesús tiene en vista no es sencillamente la persona que carece de bienes materiales; es la persona cuya necesidad la ha llevado a confiar más plenamente en Dios. De nada nos sirve tener menos que los demás si nos volvemos amargados. Por el otro lado, sería posible que una persona adinerada se diera cuenta de que en realidad no tiene nada, y que fuera ante Dios como un pobre.

Es por esto que Santiago dice: El hermano de condición humilde debe sentirse orgulloso de su alta dignidad, y el rico, de su humilde condición. (Santiago 1:9-10). No es necesario que el rico se despoje de sus bienes, aunque sí debe de ser generoso; lo necesario es que reconozca que, ante Dios, no tiene nada. Ante Dios, cada uno de nosotros es como el mendigo más miserable de la calle.

Es similar la idea cuando se habla en el verso siguiente, el 21, acerca de los que pasan hambre y los que lloran. Tanto el hambre como la tristeza pueden servir como puertas para que la presencia de Dios entre en nuestras vidas, aunque también pueden servir como oportunidades para que el enemigo nos tiente a la amargura o el crimen.

Podemos responder al hambre con oración, o podemos responder robando. Podemos responder a la tristeza buscando el consuelo de Dios, o podemos buscar consuelo en la borrachera, la droga o los brazos de la mujer ajena.

Jesús declara su bendición sobre nosotros si tenemos hambre – sea física o espiritual – que nos lleva a buscar a Dios. Declara su bendición sobre nosotros si lloramos – sea por la desilusión de la vida, por la traición o por nuestro propio pecado – y buscamos nuestro consuelo en Dios.

Esta realidad llega a ser clara cuando nos damos cuenta de que Jesús les está hablando a sus discípulos. El verso 20 lo dice claramente. Es sólo cuando la carencia física nos lleva a buscar a Cristo, o incluso viene como resultado de nuestro compromiso con Cristo, que podemos tener la promesa de bendición futura.

Quizás tú has sufrido mucho en tu vida, y te preguntas por qué Dios ha permitido que todo esto te suceda. Quizás has sufrido desde llegar a conocer a Cristo. Puedes tener la seguridad de que las bendiciones de Dios vendrán, aquí o en el cielo, pero sólo si estás dispuesto a poner de cabeza tus propios valores y enfrentar estas cosas como parte del costo a pagar por seguir a Cristo.

Déjame ser muy claro: si tú crees que puedes vivir según tus propios deseos aquí en la tierra, y que simplemente por haber dicho una oración o hecho las cosas supuestamente “cristianas” irás al cielo, estás equivocado. Jesús lo dice muy claramente en los versos Lucas 6:24-26.

La persona que pone su confianza en las riquezas en vez de darse cuenta de que pertenecen a Dios no tiene más esperanza que esas mismas riquezas. La persona que vive contenta, gozando de la vida, pero sin reconocer a Dios y sin sentir ningún deseo por conocerlo, conocerá gran decepción. La persona que sólo se goza en las diversiones del mundo y no carga con sus propios pecados y el pecado del mundo, tendrá mucha tristeza después.

Cristo nos está invitando a sentir lo que él siente, en lugar de dejarnos llevar por las actitudes de la gente que nos rodea. Jesús vivió en este mundo como pobre, no como persona de privilegio. Él sabía lo que era pasar hambre. El lloró frente a la muerte y frente a la dureza de corazón de quienes lo rodeaban.

Él ahora nos invita a compartir su experiencia en lugar de encerrarnos en nuestros mundos cómodos y disfrutar de nuestras riquezas, de nuestros placeres y de nuestras diversiones. Y quizás esto último es lo más difícil: permitir que Cristo cambie nuestra perspectiva social.

Fíjense en los versos Lucas 6:22 y 26. Aquí nos da dos opciones: podemos dejarnos llevar por lo que dice la gente, o podemos dejarnos llevar por lo que dice Dios. Es necesario que tomemos una decisión. ¿Nos importa más lo que piensa Dios de nosotros, o lo que piensa la gente? Te puedo asegurar que, si dejas saber a tus compañeros que eres creyente, habrá un precio a pagar.

Puede tomar muchas formas. Algunas de ellas son fuertes. Cuando estaba en Chiapas conocí a un hombre que hacía años se había convertido. A sus antiguos amigos no les pareció bien que él se hiciera evangélico, y una noche lo encontraron estando ellos tomados y lo atacaron con machetes. Uno de ellos le voló el brazo y otro de ellos le dio un machetazo en la cara.

Este hombre ahora sirve al Señor con una prótesis en el brazo y con una cicatriz grande en la nariz. El tuvo que enfrentar un rechazo muy fuerte. Otros enfrentamos rechazos mucho más pequeños. Quizás se trate de ese amigo viejo que ahora te dice “aleluya”. O quizás se trate de ese familiar que siempre te lanza indirectas.

Toda nuestra vida vivimos poniéndole importancia al qué dirán. Dios nos dice que él que dirán no importa, lo que importa es el qué diré. ¿Qué te dirá Dios cuando estés parado ante él en el juicio final? ¿Te dirá que fuiste un buen siervo, y lo reconociste ante los demás? ¿O te reprochará? Aun peor, ¿te dirá, Nunca te conocí?

Es mi esperanza que todos salgamos de aquí de cabeza. No me refiero a que caminemos con las manos, sino que permitamos que la perspectiva divina transforme nuestro modo de pensar y nos enseñe a vivir. Deja que Cristo cambie tu perspectiva sobre las cosas, sobre tus emociones y sobre las demás personas. Únete a él en vivir de cabeza en un mundo que está al revés.

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