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Vale la pena defender la verdad


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Vale la pena defender la verdad

Los sistemas de navegación por satélite han pasado de ser novedosos a ser equipo básico en muchos autos de lujo, pero algunos años atrás, eran muy nuevos y casi desconocidos. Estos sistemas muestran en una pequeña pantalla mapas y direcciones para llegar al destino que elija el conductor, y pueden ser muy útiles – aunque algo costosas, desde luego.

Poco después de que se lanzaran estos sistemas al mercado, llegó la noticia de que en Alemania el conductor de un lujoso BMW había tirado su vehículo a un río. No fue por algún pacto de suicidio, o algo así, sino sucedió que el sistema de navegación le indicó la presencia de un puente, cuando el puente no se había terminado de construir.

Tales son las consecuencias de depender de información errónea. Este señor tenía toda la confianza del mundo en que el puente sostendría el peso de su vehículo, pero descubrió para su sorpresa que estaba equivocado.

Hoy en día no está muy de moda hablar acerca de la verdad en el ámbito espiritual. Tomando en cuenta los excesos de ciertos partidarios fundamentalistas de algunas religiones mundiales, las personas desean distanciarse de tales actitudes y prefieren no discutir acerca de la verdad acerca de Dios.

Otros prefieren sus propias interpretaciones e impresiones, pues son mucho más cómodas. Otras personas han sido lastimadas por alguna persona que decía enseñar la verdad divina, pero realmente no hacía más que seguir su propia agenda. Quizás alguien que me escucha se encuentra en dicha situación.

Con toda la comprensión posible por la situación en la que se pueda encontrar, deseo decirle: ¡Vale la pena defender la verdad! La verdad acerca de Dios es vitalmente importante. El verdadero evangelio es algo tan valioso que muchos hombres han dado la vida por él.

El apóstol Pablo nos señala algunas razones por ello en su carta a los Gálatas. Leamos.

Lectura: Gálatas 1:6-10

1:6 Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis traspasado del que os llamó á la gracia de Cristo, á otro evangelio:
1:7 No que hay otro, sino que hay algunos que os inquietan, y quieren pervertir el evangelio de Cristo.
1:8 Mas aun si nosotros ó un ángel del cielo os anunciare otro evangelio del que os hemos anunciado, sea anatema.
1:9 Como antes hemos dicho, también ahora decimos otra vez: Si alguno os anunciare otro evangelio del que habéis recibido, sea anatema.
1:10 Porque, ¿persuado yo ahora á hombres ó á Dios? ¿ó busco de agradar á hombres? Cierto, que si todavía agradara á los hombres, no sería siervo de Cristo.

Frente a la llegada de los falsos maestros llamados judaizantes a las iglesias de Galacia, Pablo responde con una vehemencia que nos puede parecer sorpresiva. A fin de cuentas, ¿no se trataba simplemente de una diferencia de interpretación? ¿No eran estos maestros personas sinceras que hablaban acerca de Dios?

Pablo no lo vio así. Para él, la situación era grave. Había que enfrentar este error y corregirlo. No se trataba de opiniones ni de emociones, sino de la verdad acerca de la salvación.

Ahora bien, cabe mencionar que Pablo enfrentó el error con palabras y argumentos, no con armas y violencia. Antes de convertirse, Pablo había tratada de imponer su visión del judaísmo mediante la fuerza; ahora él utiliza la fuerza del Espíritu y las armas de la lógica únicamente.

A través de la historia de la iglesia se han presentado individuos que pretendieron imponer la sana doctrina por medio de la espada. Como creyentes, tenemos que rechazar tales estrategias. El Reino de Cristo no es de este mundo, ni avanza con las armas de este mundo.

Dicho esto, sin embargo, volvamos a nuestra idea clave: Vale la pena defender la verdad. Vale la pena estudiar y orar para saber lo que creemos, y poder explicar el por qué. Como escribió Pedro: “Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes.” (1 Pedro 3:15 NVI)

¿Por qué es tan importante poder defender el evangelio? Simplemente porque

La verdad del evangelio es asunto de vida o muerte

Enfoquemos por un momento los primeros cuatro versos que leímos. Para empezar, Pablo considera que sus lectores, al aceptar el mensaje de los judaizantes, estaban aceptando otro evangelio.

El problema es que no hay otro evangelio. En otras palabras, un evangelio tergiversado que habla de Jesucristo pero incluye otras cosas también no es ningún evangelio, sino simplemente otra forma de esclavitud al pecado.

Es por esto que Pablo pronuncia maldición sobre cualquiera que predique un evangelio cambiado. Aunque fuera él mismo quien lo hiciera, caería bajo la misma condenación. ¿Por qué? Simplemente porque la verdad del evangelio es una cosa tan importante que la persona que adultera esa verdad merece el peor castigo.

Hace poco salió un reportaje acerca de las medicinas falsificadas que se han vendido en ciertas partes. Algunos individuos cuya astucia grandemente sobrepasa su honestidad descubrieron la forma de fabricar píldoras del color y la forma de ciertos medicamentos, e incluso han podido falsificar el sello de la compañía de farmacéuticos que los identifica.

En muchos casos, estos medicamentos contienen una cantidad insignificante del ingrediente activo que les da eficacia – e incluso pueden carecer totalmente de él. Son vendidos por Internet o por vendedores ambulantes a clientes que desean ahorrar dinero.

Ahora bien, si se trata de una medicina como la Viagra – una de las medicinas más comúnmente falsificadas – es poco el daño; pero se han dado casos en que las medicinas falsificadas han sido pastillas para el corazón, medicamentos para la diabetes, etc.

¿Qué sucede con la persona que, con toda buena fe, se toma estas pastillas falsas, pensando que curarán su enfermedad? ¿Qué resultado habrá en su organismo? Ésta es la tragedia de las medicinas falsificadas: han condenado a muerte a miles de personas que creían estar curándose. Es por este motivo que los gobiernos se esfuerzan en clausurar las operaciones de quienes se dedican a este nocivo tráfico.

La tragedia aun más grande es de los traficantes de un evangelio falso. A millones de personas condenan a la separación de Dios, pues tergiversan la verdad claramente revelada de la Palabra de Dios para crear un evangelio más comercializable.

¿Por qué lo hacen? Pablo también nos lo explica:

La verdad del evangelio es pervertido por los que buscan complacer al hombre

Consideren con cuidado el verso diez. Pablo declara que su propia meta no es de agradar a los hombres, sino a Dios. El, más bien, es siervo de Cristo, no de la voluntad popular ni de su propia conveniencia.

Quienes predican un evangelio pervertido, entonces, lo hacen precisamente para ganarse la aprobación de los demás, y finalmente para beneficiarse a sí mismos. En lugar de compartir el rechazo de Cristo y salir con él fuera de la muralla de la ciudad, pretenden encontrar un lugar habitable dentro de ella. Como Lot, tienden su carpa a la orilla de la ciudad mundana y terminan afectados por sus valores.

Una de las marcas de un pervertidor del evangelio es que su mensaje es popular. Por esta razón, el tamaño de una iglesia no es en sí ninguna indicación de la bendición de Dios. A varios hombres que lo aman y lo obedecen, Dios ha bendecido con grandes iglesias; a la vez, hay muchos que han atraído a muchos seguidores mediante la estrategia de decirles precisamente lo que ellos quieren oír.

El evangelio a veces duele. El evangelio exige un compromiso radical. El evangelio nos obliga a doblegarnos ante Dios y dejar el orgullo para aceptar libremente su perdón. Muchos más popular es otro mensaje.

Existen muchas formas en que el evangelio es alterado hoy en día. Sería imposible mencionarlos todos en este mensaje. Sólo mencionaré uno, que fue la base del error que Pablo enfrentó en Galacia, y que sigue levantando la cabeza hoy en día.

Es el legalismo. Los judaizantes de Galacia eran legalistas. Decían a la gente que había que ganarse la salvación mediante la observancia de las leyes del Antiguo Testamente, y que la fe en Cristo no basta para la salvación.

Ofrecían la entrada al cielo al reunir suficientes puntos. Unos puntos ganados mediante la circuncisión, otros puntos mediante guardar el sábado, y poco a poco se iba asegurando la entrada al cielo. En lugar de cantar, Todo lo pagó, Cristo quien por mí, libremente derramó su sangre carmesí, ellos cantaban: Algo lo pagó Cristo, y yo pago lo demás.

¿Por qué es atractivo el legalismo? Simplemente porque nos permite mantener intacto nuestro orgullo. Si le podemos pagar algo a Dios por el derecho de entrar al cielo, podremos entrar con la cerviz erguida y decir: ¡Mírenme! ¡Ya llegué! Podremos hacer alarde de nuestros logros. Podremos, como algunos empresarios, tener una pared del ego donde colocamos todos nuestros certificados y diplomas para que la gente se maraville.

La entrada al cielo no funciona de esa forma. Nadie llegará al cielo porque se ganó la entrada por su esfuerzo. Cuando se predica un “evangelio” que incluye un esfuerzo, entonces, se está cerrando la puerta del cielo a quienes lo aceptan. Es que

La verdad del evangelio radica en la gracia de Cristo

Pablo declara en el verso seis su asombro de que sus lectores estuvieran abandonando la gracia de Cristo. En esto consiste el verdadero evangelio: en que podemos ser salvos si por fe aceptamos lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz. El perdón de los pecados no se recibe de ninguna otra forma.

¿Qué significa la gracia? Una definición simple es ésta: algo recibido pero no merecido. Digamos que tu patrón te promete pagarte $300 por semana trabajada. Si tú trabajas los cinco días, ese cheque de $300 que tú recibes es tu merecido. No tiene nada que ver con la gracia.

Pero, ¿qué tal si nos enfermamos, y no trabajamos una semana; y sin embargo, nuestro jefe nos paga los $300? Ahora sí es gracia. No hemos hecho nada para ganar ese dinero, y sin embargo, lo hemos recibido.

¿Cuál es nuestro merecido? La Biblia lo dice: “La paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23). Ése es el cheque que se va a pagar a nuestra cuenta. Nosotros no podemos hacer nada para merecer el perdón de Dios. Incluso nuestros esfuerzos por complacerle, aparte de Cristo, son trapos de inmundicia, según Isaías 64:6: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento”.

La única forma de recibir el perdón de Dios y entrar en relación con El, recibir su presencia en nuestras vidas y llegar a ser sus hijos, es al recibirlo por gracia. Tenemos que recibirlo como un regalo, no como algo merecido.

Déjame terminar con tres preguntas. ¿Has llegado a conocer y aceptar la verdad del evangelio? ¿Conoces la verdad con suficiente claridad como para defenderla? ¿Lo estás compartiendo con otros?

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