Vale la pena


Vale la pena

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Vale la pena

Se ha dicho que el único lugar donde el éxito viene antes del trabajo es en el diccionario. Y este dicho es cierto. Si queremos tener éxito en algún proyecto, tendremos que esforzarnos para hacerlo. Por ejemplo, si queremos tener éxito en el trabajo, vamos a tener que levantarnos temprano para llegar a tiempo, trabajar con ánimo aunque estemos cansados, y estar dispuestos a hacer lo que no queremos para terminar la tarea.

De igual manera, si queremos tener un matrimonio firme y feliz, tendremos que trabajar por hacerlo. Tendremos que aprender a sacrificar para la felicidad de nuestra pareja.

Y todo este trabajo significa sacrificio. Significa que no podremos hacer siempre lo que nos plazca, que tendremos que sufrir. Pero sufrimos porque sabemos que el resultado es deseable. Nos esforzamos en el trabajo porque sabemos que así no lo perderemos, y quizás recibiremos un aumento. Nos esforzamos con nuestra pareja porque sabemos que entonces podremos recibir el apoyo que deseamos.

Y de igual manera, Jesús nos llama a sufrir por El. Pero no simplemente nos llama a sufrir y ya; El nos dice que suframos, porque vale la pena hacerlo. El nos dice que, si sufrimos por El, entonces tendremos una recompensa.

Lectura: Mateo 5:11-12

5:11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
5:12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.

En toda esta sección del Sermón del Monte, Jesús está dándonos las normas que deberán de regir en la comunidad que El establece, la comunidad redimida que es la Iglesia.

Si tú te has entregado a Cristo, si has puesto tu fe en El, entonces eres parte de esa comunidad. Y aquí Cristo nos dice qué esperar de los demás, si somos seguidores suyos.

Si somos fieles al Señor, debemos esperar el sufrimiento

Las cosas que nos causan más problemas en la vida son las cosas inesperadas, ¿verdad? Recuerdo cuando estaba en la universidad que mis asuntos de finanza siempre estaban un poco delicados, porque trabajaba durante el verano – y ese dinero tenía que durarme casi todo el año escolar.

Un año, lo tenía todo calculado – sabía cuánto podía gastar en salir para divertirme, cuánto tenía para comprar ropa, etc. – hasta que, una noche, choqué con un venado. Y de repente todos mis cálculos se fueron por la ventana. Era necesario reparar mi carro, pero no había separado dinero para eso.

Con esa experiencia vi la necesidad económica de siempre tener un poco de dinero extra, de siempre esperar lo inesperado.

Pero en nuestra vida espiritual, Jesús nos dice qué esperar. El nos avisa, para que podamos estar preparados. Y lo que El nos dice es, que estemos preparados para el rechazo. Noten que el verso 11 no dice “Dichosos… si“, sino “Dichosos… cuando“.

Si somos sus seguidores, es casi seguro que sufriremos alguna clase de insultos, de calumnias, hasta de persecuciones por ser cristianos.

Otros pasajes bíblicos comprueban esta aseveración. En otra ocasión, Jesús dijo: “Recuerden lo que les dije: Ningún siervo es más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán” (Juan 15:20). Y el apóstol Pablo expresa una idea similar: dice “Así mismo serán perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:12).

En algunos países, esta persecución llega a extremos. Por ejemplo, en muchos países musulmanes, es un crimen convertirse en cristiano. La persona que se convierte en cristiano puede hasta morir por su fe – y esto por mano de las mismas autoridades. En otros casos, los perseguidores lo hacen sin permiso oficial. Pocos años atrás, un misionero australiano y su hijo fueron matados en la India. Ellos dormían en su carro cuando una multitud de fanáticos hindúes lo incendiaron. Estos fanáticos no querían que se llevara el mensaje del evangelio, y mataron a quienes lo hacían.

Creo que la mayoría de nosotros no seremos sometidos a esta clase de sufrimiento – aunque hay lugares en Latinoamérica donde también suceden o han sucedido estas cosas. Por ejemplo, en medio del conflicto en Chiapas, muchos creyentes evangélicos han sido obligados a dejar sus hogares sin compensación. En Colombia, durante los años 50, muchos evangélicos fueron matados por católicos fanáticos.

Pero repito: a la mayoría no nos toca vivir bajo esas condiciones, por lo menos ahora. Sin embargo, puede haber otras formas en que experimentamos el rechazo, el sufrimiento, la persecución por causa de Cristo.

Algunos, por ejemplo, sufren el rechazo de su familia. Quizás por su devoción a alguna otra religión, estas personas no pueden aceptar que algún pariente suyo deje esa religión y se convierta en seguidor de Cristo. Pueden hasta llegar a expulsarlos de la familia por su decisión.

Otros podrán sufrir las burlas de amigos o compañeros que se mofen de su compromiso con el Señor, que busquen con una lupa imperfecciones en su comportamiento para criticar y poner en tela de juicio su compromiso con el Señor.

Otros quizás sufrirán por no estar dispuestos a unirse a las actividades de otros, que ya no concuerdan con la sensibilidad moral y ética que Cristo ha traído a sus vidas.

Quizás habrá otras maneras también en que tendremos que pagar un precio por seguir a Cristo. Pero lo importante es que debemos de esperarlo. No nos debe de agarrar por sorpresa. Si el mundo rechazó a nuestro Señor Jesús, debemos de esperar que haga lo mismo con nosotros, sus seguidores.

Así que, si quieres seguir a Jesús, prepárate para pagar el precio. Pero recuerda algo:

Cuando somos fieles al Señor, podemos estar seguros de su bendición

Jesús nos dice, en el Mateo 5:12, que tenemos razón de gozarnos cuando sufrimos persecución o rechazo, porque nos espera una recompensa.

Ahora, debemos de aclarar que esto no significa que nos volvemos alguna clase de masoquistas, disfrutando del mismo dolor que nos ocasionan las injurias o los insultos de la gente. Más bien, ese mismo dolor se vuelve más que soportable por la seguridad que tenemos de que estamos recibiendo una recompensa.

Podemos compararlo con la experiencia que tienen las mujeres en dar a luz. Varias de ustedes son madres, y quizás podrán confirmar que la experiencia de dar a luz un niño no es muy cómoda, que digamos. Más bien es una experiencia de intenso dolor. Y el embarazo que lleva hasta ese punto tampoco es una experiencia muy agradable. ¿Por qué, entonces, lo soportan las mujeres?

La única razón que podemos dar es que el premio de tener un hijo, de sentir el orgullo de verlo crecer y saber que es nuestro, sobrepasa el dolor que ocasiona el nacimiento. Y ésta misma se vuelve una ocasión de júbilo.

De igual manera, cuando sufrimos por Cristo, podemos tener la doble seguridad de que El también ha sufrido lo mismo, y de que nos espera una recompensa al final.

Jesús aquí menciona la recompensa en el cielo. Quizás alguno de ustedes tiene una cuenta en el banco. Cada vez que hacen un depósito en esa cuenta, ese dinero desaparece, ¿no es cierto? Ya no tienen ese dinero en la mano. Ya no lo pueden ver. Sin embargo, ese dinero está más seguro que si lo tuvieran en la casa, y hasta está ganando intereses.

De igual manera, pareciera que cuando sufrimos para Cristo, no tenemos nada que mostrar por ello. Parece que estamos desperdiciando nuestra vida, perdiéndola cuando parece que todos los que nos rodean la están gozando.

Pero la realidad es que estamos recibiendo algo que jamás podremos perder. Es como si hiciéramos depósitos en el banco del cielo. Y llegará el día en que recibiremos esa recompensa. Nunca la podremos perder.

Esa recompensa consiste en la vida eterna, porque cuando soportamos persecución por la causa de Cristo, esa es una expresión de la fe en el que nos salva. Nunca debemos de creer que estamos ganando la salvación por nuestras acciones; eso lo hizo Cristo en la cruz. Pero sabemos que la manera en que recibimos esa salvación es mediante la fe. Y esa fe, si es verdadera y sólida, soportará las persecuciones.

Y tendremos otro premio también. Es el gozo de nuestro Señor al recibirnos como siervos fieles, hombres y mujeres que no hemos despreciado su nombre, y que hemos querido vivir para su honor.

Así que, cuando sufrimos para Cristo, podemos tener la certeza de su bendición. Creo que hay otras bendiciones que recibimos también cuando sufrimos por la causa de Cristo. Una de ellas es la seguridad de su presencia.

El primer mártir, Esteban, levantó sus ojos al cielo y vio al Señor Jesús, puesto de pie para recibirlo al cielo. Sus últimos momentos de vida en esta tierra fueron alumbrados por esta gloriosa visión del Señor.

Quizás no estemos en el momento de la muerte, pero sí podemos experimentar la presencia del Señor con nosotros. Muchas veces el Señor nos da la sensación y la confianza de su presencia precisamente cuando estamos sufriendo por El. En cambio, si tratamos de evitar toda confrontación o todo desprecio, podrá ser que también sintamos que la presencia de Dios se vaya alejando.

Hay también otro premio por el sufrimiento. Es simplemente que, cuando sufrimos por Cristo, tenemos también por qué vivir. Alguien ha dicho que si no vale la pena morir por lo que crees, tampoco vale la pena vivir por él.

Cuando tenemos suficiente fe en Jesucristo para identificarnos con El, sin vacilar y sin importar lo que la gente nos diga, entonces tenemos razón para vivir. Tenemos una esperanza segura y sublime que jamás nos desamparará, venga lo que venga. Es sólo cuando estamos dispuestos a perder la vida por Cristo que de veras la encontramos.

Ahora sólo queda la pregunta: ¿Estás dispuesto a pagar el costo para recibir la bendición de seguir a Cristo?

Hace un siglo vivió una señora cuya avaricia era legendaria. Se llamaba Hetty Green, y cuando murió, era millonaria. En cierta ocasión su hijo se hirió la pierna, y le hacía falta atención médica. La Sra. Green no lo iba a llevar a ninguna clínica que no fuera gratuita, aunque tenía muchísimo dinero en el banco. Ella pasó tanto tiempo buscando una clínica donde se atendiera a su hijo sin costo que finalmente se le tuvo que amputar la pierna. Ella no quiso pagar el precio para el cuidado de su hijo, y le costó la pierna.

No cometamos el mismo error. Paguemos el costo por seguir a Cristo – cualquiera que sea – sabiendo que la recompensa vale la pena.

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