Una madre ejemplar


Dia de las madres

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Una madre ejemplar

Un niño pequeño participaba por primera vez en una presentación teatral en la escuela. Sólo tenía que pronunciar unas pocas palabras, pero eran sumamente importantes para la obra que se estaba realizando.

Llegó el momento para que hablara el niño, y – como sucede en muchas ocasiones – la mente se le quedó en blanco. No podía recordar nada. Su madre estaba en la primera fila, y por medio de gestos y ademanes pretendía decirle las palabras que debía decir, pero el niño no podía interpretar los señalamientos que le hacía su madre.

Por fin, la madre pronunció las palabras en voz baja: Yo soy la luz del mundo. Al instante, el rostro del niño brilló, y declaró con gran convicción: Mi madre es la luz del mundo. Bueno, este pequeño error por parte de un chico nervioso conlleva un gran mensaje. En realidad, las madres hacen mucho para alumbrar la oscuridad de este mundo, con su amor, su entrega y su ejemplo.

Vamos a considerar en esta mañana el ejemplo de una madre que, por medio de su ejemplo, nos muestra la clase de vida que Dios desea de las madres que hoy honramos. Se trata de una madre del Antiguo Testamento que vivió bajo circunstancias muy difíciles.

Lectura: Exodo 2:1-10

2:1 Un varón de la familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví,
2:2 la que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que era hermoso, le tuvo escondido tres meses.
2:3 Pero no pudiendo ocultarle más tiempo, tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río.
2:4 Y una hermana suya se puso a lo lejos, para ver lo que le acontecería.
2:5 Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase.
2:6 Y cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él, dijo: De los niños de los hebreos es éste.
2:7 Entonces su hermana dijo a la hija de Faraón: ¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe este niño?
2:8 Y la hija de Faraón respondió: Ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño,
2:9 a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió.
2:10 Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de las aguas lo saqué.

El pueblo de Israel ya tenía 350 años viviendo en la tierra de Egipto cuando nació Moisés. Los israelitas habían llegado allí gracias a José y su buena relación con el faraón egipcio, pero habían pasado muchas generaciones desde ese tiempo.

Ahora los israelitas eran muy numerosos, a tal grado que el gobierno egipcio se preguntaba qué hacer con una nación tan grande que vivía dentro de su territorio. La preocupación era que, en una invasión, los israelitas podrían unirse a los invasores y desestabilizar Egipto.

Para tratar de controlar esta aparente amenaza, el faraón decidió convertir a los israelitas en esclavos. Los puso a realizar los trabajos más duros, pensando ocuparlos y no permitir que se fortalecieran. Hubo, sin embargo, un problema. Los israelitas se siguieron multiplicando. Cada vez era más grande este pueblo inmigrante.

El faraón se sintió más frustrado, y tramó otro plan. Decretó que cada bebé israelita debía morir, y ordenó a las parteras ayudarle con su plan. Las parteras, sin embargo, no lo hicieron. Ellas temían a Dios, y no podían entregar a muerte a estos bebés que traían a la vida. Seguían naciendo más y más bebés israelitas. Por fin, el faraón decretó que cada varón israelita que nacía tenía que ser echado al río Nilo.

A las niñas se les perdonaba la vida, pues ellas podrían servir como esclavas dentro de las familias egipcias y casarse con hombres egipcios. De esta manera, la identidad del pueblo israelita desaparecería dentro de pocas generaciones.

Detrás de la acción del faraón, por supuesto, estaba Satanás. El sabía que del linaje de Abraham, Isaac y Jacob nacería el Salvador del mundo. Hizo todo lo que estaba en su poder para detener ese plan divino. En este momento, la salvación del mundo estaba colgando por un hilo. ¿Lograría el enemigo su propósito de destruir el linaje del Señor Jesús?

Sabemos que Dios es mucho más poderoso que el enemigo, y los planes de Dios nunca se frustran. Dios usa, sin embargo, a seres humanos para realizar su plan, y en este caso usó a una madre. Una madre israelita fue la que usó para frustrar este plan, y para que se pudiera lograr la liberación del pueblo.

El nombre de la madre de Moisés ni siquiera se menciona en el texto. Eso es lógico, ya que Moisés fue el autor principal de los primeros cinco libros de la Biblia, conocidos como el Pentateuco. Sería natural que él no incluyera muchos nombres de sus propios familiares, para no parecer que los estuviera glorificando mucho.

En Números 26:59 sí encontramos su nombre, en una lista genealógica: “La mujer de Amram se llamó Jocabed, hija de Leví, que le nació a Leví en Egipto; ésta dio a luz de Amram a Aarón y a Moisés, y a María su hermana” . Ella se llamaba Jocabed. Jocabed fue una mujer perteneciente a la tribu de Leví, la tribu que Dios señalaría como los siervos del templo. Ella seguramente no sabía que ella sería parte del plan de Dios. No encontramos en el texto ningún registro de que haya sido avisada por sueño, por visita angelical o de alguna otra forma que su hijo sería especial.

No; ella fue simplemente una madre que miró a su hijo, y no hallaba en su corazón la forma de permitir que él muriera. Decidió esconderlo en su casa, tratando de ocultar el hecho de que había nacido un bebé israelita. Quizás los vecinos se dieron cuenta, pero ellos también eran israelitas, y no traicionarían a uno de los suyos.

Llegó el día, sin embargo, en que ya era imposible ocultar el nacimiento del niño. Finalmente, Jocabed decidió cumplir con el mandato imperial. El faraón había declarado que todo niño israelita tenía que ser echado al río Nilo, y al río iría Moisés a caer. Simplemente lo haría colocado en un pequeño barquito.

Aquí vemos que Dios usa el amor valiente de una madre para preparar al que liberaría a su pueblo. Jocabed no sabía lo que sucedería con su bebé cuando lo colocó en el río; simplemente hizo lo que estaba a su alcance, y confió en Dios para lo demás. Lo que vemos, sin embargo, es que no se rindió frente a las circunstancias aparentemente imposibles.

Su amor fue valiente. Las madres de hoy también necesitan un amor valiente para poder criar a sus hijos según el amor y la disciplina de Dios. Hay muchas cosas que luchan en contra de la madre cristiana. No es fácil criar hijos temerosos de Dios en nuestra cultura egocéntrica y obsesionada con el entretenimiento.

Madres y padres, muchos de ustedes crecieron en hogares en los que no había muchos bienes materiales. Carecían de juguetes, de oportunidades educativas, quizás incluso de ropa y comida suficientes. En este país hay abundancia y prosperidad material. Es demasiado fácil darles todo a los hijos – todo lo que se les antoja, todo lo que nosotros hubiéramos querido tener, todo lo que sus amiguitos tienen.

Muchas veces éste es el camino más fácil para nosotros. De alguna forma, queremos vivir a través de nuestros hijos lo que nosotros no tuvimos. Sin embargo, esto no siempre es lo mejor para ellos. Consideremos ante Dios lo que más les conviene, no siendo ni muy severos ni muy complacientes con ellos.

El amor verdadero siempre tiene que ir en contra de este mundo. En algunas generaciones, el mundo es demasiado severo. Inculca la crueldad y el abuso. En otros casos, el mundo es demasiado permisivo. Ninguno de estos extremos es bueno para los niños. El niño necesita amor, y necesita disciplina.

La madre de Moisés tuvo que ser valiente para poder amar a su hijo en contra de las presiones de su era. Madres, es necesario que tengan un amor valiente también para criar a sus hijos en la reverencia y el temor del Señor en medio de una generación perversa y sin ley.

Además de ser valiente, la madre de Moisés hizo todo lo que estaba a su alcance – y dejó lo demás en manos de Dios. ¿Qué más podría hacer? Ella no conocía el desenlace de la historia. No sabía que la hija del faraón iría precisamente a ese lugar para bañarse – pero Dios sí lo sabía. Ella no sabía que su propia hija podría recomendarle a ella, la madre del niño, como nodriza – pero Dios sí lo sabía.

Ella simplemente hizo lo que estaba a su alcance – y confió en Dios para lo demás. Frente a todos los retos de la vida moderna, puede ser que nos desanimemos. Hay tantas cosas que pueden atrapar a nuestros hijos. Enfrentan tantos peligros en su camino al crecimiento.

Dios no nos pide lo imposible. Sólo espera que nosotros hagamos lo que está a nuestro alcance. Veo a tantas madres cristianas que viven bajo una nube constante de preocupación. Es lógico que se interesen por el bienestar de sus hijos, pero podemos dejar lo que está fuera de nuestro control en las manos de Dios.

Si El fue capaz de traer a la hija del faraón a ese preciso lugar en ese preciso momento, para que ella encontrará a Moisés y luego pagara a su propia madre para criarlo, Dios es capaz de cuidar de tus hijos. Haz todo lo que esté a tu alcance por ellos – y deja lo demás en manos de Dios.

La madre de Moisés nos sirve como ejemplo de otra manera también. Durante esos pocos años que ella tuvo con su hijo antes de que él fuera llevado al palacio real, ella le inculcó la historia de su pueblo. Ella le enseñó acerca de sus antepasados, acerca de las promesas de Dios a Abraham, acerca de la tierra que Dios les había prometido.

Si no fuera así, cuando Dios llamó a Moisés años después en el desierto de Madián, ¿cómo habría sabido Moisés quién le estaba hablando? Dios se identifica como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Claramente éstos no eran nombres sin significado para Moisés.

El no aprendió acerca de ellos en el palacio del faraón. No aprendió de ellos en el desierto de Madián. Tuvo que haber sido su madre quien aprovechó los pocos años de su niñez que tuvo con él para enseñarle las historias de su fe.

La mejor cosa que pueden hacer por sus hijos, madres, es inculcarles las historias y las verdades acerca de Dios que tenemos en la Biblia. Cuando yo era niño, mis padres tenían un libro de historias bíblicas. Cada noche, antes de dormirme, ellos me leían una historia de la Biblia.

Eso fue hace muchos años, pero esas historias pusieron el fundamento para toda una vida de amar y conocer más la Biblia. Hermanos y hermanas, la escuela dominical es sumamente importante, pero no es suficiente. Una o dos horas el domingo no pueden contrarrestar 166 horas donde Dios no está.

Si Dios significa algo para ustedes, compartan eso con sus hijos. Háblenles de Dios. Pregúntenles qué aprendieron en la clase de escuela dominical. Lean la Biblia con ellos – aunque sea poco a poco. La formación que realizó Jocabed en la vida de Moisés impactó el curso de la historia. Sólo Dios sabe la diferencia que harás tú en la vida de tu hijo.

Reza un dicho: Una onza de madre vale una tonelada de cura. Madres, ustedes tienen una gran oportunidad para formar a sus hijos. Esta es la tarea más importante del mundo. Un día, a nadie le importará cuánto ganaron, en qué clase de casa vivieron o qué reconocimientos recibieron.

El impacto que tienen sobre la vida de sus hijos, sin embargo, puede durar por toda la eternidad. Dios podría llamar a los hijos de algunas de ustedes a servirle a tiempo completo. Ustedes podrían tener la dicha de saber que muchos han oído el evangelio gracias a la labor de sus hijos, labor que ustedes hicieron posible por lo que les han inculcado.

Amen a sus hijos con un amor fuerte y valiente. Hagan lo que esté a su alcance, confiando en la bendición de Dios y pidiéndole que bendiga y cuide a sus hijos. Incúlquenles los valores bíblicos que ustedes atesoran. Con la ayuda de Dios, podrán salir de nuestras familias también hombres y mujeres que impactarán al mundo para Cristo.

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