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Triunfo en la guerra espiritual – parte dos


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Triunfo en la guerra espiritual – parte dos

La Biblia usa varios ejemplos y símbolos para ayudarnos a entender las realidades espirituales. Entre estas formas que tenemos de visualizar las realidades espirituales está la identificación del Espíritu Santo con el fuego. Por ejemplo, en el Día de Pentecostés, las lenguas de fuego que cayeron sobre los apóstoles representaban la venida del Espíritu.

En cierta ocasión, una congregación cantaba un coro que decía: Manda el fuego, Señor, manda el fuego. Una niña pequeña agarró el vestido de su mamá para llamar su atención, y le dijo con cara de preocupación: ¡Mami! ¿Lo dicen en serio? ¿Lo dicen en serio?

Claramente, esta niña estaba pensando en términos demasiado literales, y se imaginaba que – si Dios respondía a su petición – el edificio pronto se encontraría envuelto en llamas.

Su pregunta, sin embargo, es válida. Cuando cantamos que queremos que el Espíritu Santo nos llene, nos use, nos inunde, ¿lo decimos en serio?

Hoy continuamos con nuestra serie acerca del triunfo en la guerra espiritual, y la clave con la que empezamos es ésta:

Dios nos dará el triunfo si aprendemos a depender del Espíritu

Tan fácilmente olvidamos que la guerra que estamos peleando es una guerra espiritual. Pablo nos lo dice: «Nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales.» (Efesios 6:12 NVI)

Si la lucha es espiritual, tenemos que pelear en la fuerza del Espíritu. No hay ninguna otra forma de triunfar. Tratar de pelear usando nuestras propias fuerzas sería como tratar de hacer frente a un ejército armado con tanques y explosivos usando sólo machetes. Parece ser muy noble, pero no hay esperanza de triunfar.

En el poder del Espíritu, sin embargo, todo es distinto. Podemos tener el triunfo, si aprendemos a depender del Espíritu Santo, y no de nosotros mismos. Simón Pedro, discípulo de nuestro Señor Jesús, tuvo que aprender esta lección de una forma muy dura.

Encontramos a Jesús y los discípulos tomando la última cena. En Lucas 22:31-33, Jesús y Pedro están hablando. Veamos lo que dicen:

Lucas 22:31-33
22:31 Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandaros como á trigo;
22:32 Mas yo he rogado por ti que tu fe no falte: y tú, una vez vuelto, confirma á tus hermanos.
22:33 Y Él le dijo: Señor, pronto estoy á ir contigo aun á cárcel y á muerte.

Pedro declara que no dejará a Jesús, aunque tenga que enfrentar la muerte. Seguramente lo dijo con toda sinceridad. Había enfrentado mucho por seguir a Jesús, había dejado también muchas cosas; seguramente se sentía capaz de enfrentar cualquier cosa por su Maestro.

¿Qué pasó con Pedro? Leamos un poco más adelante: Lucas 22:49-51. Marcos nos dice que Pedro fue el discípulo que hirió al siervo:

Lucas 22:49-51
22:49 Y viendo los que estaban con Él lo que había de ser, le dijeron: Señor, ¿heriremos á cuchillo?
22:50 Y uno de ellos hirió á un siervo del príncipe de los sacerdotes, y le quitó la oreja derecha.
22:51 Entonces respondiendo Jesús, dijo: Dejad hasta aquí. Y tocando su oreja, le sanó.

Hasta aquí alcanza su valentía, sin embargo; a partir del verso Lucas 22:54, leemos que Pedro negó tres veces negar a Jesús.

¿Qué pasó con su valor? El problema era que Pedro estaba obrando en su propia fuerza. Estaba tratando de actuar por su propia cuenta. Esto no fue suficiente, y Pedro fracasó.

Apenas cincuenta días después, sin embargo, vemos a un Pedro muy diferente. En el día de Pentecostés, el Espíritu Santo cayó sobre los discípulos, y recibieron un poder nuevo. Pedro empezó a predicar, en la misma ciudad en que Jesús había sido condenado pocas semanas antes.

Ahora sí predica con valor. Leamos Hechos 2:36: «Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que á éste Jesús que vosotros crucificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo.» En medio de su sermón, no se atemoriza de hablar directamente a la multitud, a pesar de que ellos eran capaces de arrestar o hasta apedrearlo. ¿Por qué tanta diferencia? ¡Simplemente porque ahora Pedro estaba obrando en el poder del Espíritu!

Hermanos, no vamos a triunfar hasta que aprendamos a depender del Espíritu. Tenemos que dejar atrás nuestro orgullo y confiar en El para guiarnos, para hablar a través de nosotros y tener la victoria. Cualquiera que sea la lucha que enfrentemos en nuestro caminar diario, podemos confiar en el poder del Espíritu Santo para tener victoria – para vencer la tentación, para testificar de Cristo, para llevar fruto de justicia. Dios nos dará el triunfo si aprendemos a depender del Espíritu.

Cuando aprendemos a confiar en el Espíritu, descubrimos que

Dios nos dará el triunfo si nos mantenemos activos en testificar y servir

El soldado que se duerme en el campo de batalla no peleará con poder. Me pregunto: ¿cuántos de los soldados de Cristo se han dormido en el campo? Distraídos por el trabajo, por el descanso, por amontonar más y más cosas en este mundo, se enfocan en cosas sin sentido mientras un mundo entero perece en la oscuridad.

Pablo nos amonesta precisamente acerca de este peligro en Efesios 5:15-16. Leamos sus palabras:

Efesios 5:15-16
5:15 Mirad, pues, cómo andéis avisadamente; no como necios, mas como sabios;
5:16 Redimiendo el tiempo, porque los días son malos.

Tengan cuidado de su forma de vivir, nos dice. Tenemos que considerar nuestra forma de vivir. De otra manera, no tendremos victoria en la batalla. Los días son malos. Esto quiere decir que el tiempo tiende hacia lo inútil, hacia lo que no tiene sentido. Si no tenemos cuidado, descubriremos que hemos malgastado nuestra vida.

Se cuenta la historia de una mujer que se cayó de una ventana de segundo piso para encontrarse dentro de un camión de basura. Ilesa, trataba en vano de atraer la atención del conductor para que la bajara del camión. En eso, un extranjero vio la escena y comentó: ¡Estos americanos desperdician tanto! Esa mujer parece que podría servir por lo menos para otros diez años.

Estoy seguro de que la mujer tarde o temprano llegó a salir del camión, pero me pregunto: ¿cuántos de nosotros estamos tirando nuestras vidas a la basura? Estamos desperdiciando nuestra vida, viviéndola sin sentido y sin propósito.

Si queremos triunfar en la guerra espiritual, tenemos que aprender a vivir con propósito. Como dice Pablo, aprovechando cada momento oportuno; esto significa estando atentos a las oportunidades que tendremos en nuestro caminar diario para compartir el mensaje con las personas con quienes nos topamos, y mostrarles el amor de Dios.

Significa separar tiempo para estar con Dios, aprendiendo más de su Palabra, orando por quienes nos rodean. Cuando lleguemos al cielo, habrá muchas cosas que no importarán. Cuando llegues al cielo, ¿te arrepentirás de la forma en que estás viviendo ahora? ¿Te arrepentirás de no haber hecho nada que tenga valor eterno?

Dios nos dará el triunfo si nos mantenemos activos en testificar y servir. Y finalmente,

Dios nos dará el triunfo si buscamos la reconciliación

¿Sabían ustedes que la Biblia nos dice que nosotros podemos darle cabida al diablo en nuestras vidas? Es cierto. Hay una cosa en particular que la Biblia identifica como forma de darle al diablo una entrada en nuestras vidas. Leámosla en Efesios 4:26-27:

Efesios 4:26-27
4:26 Airaos, y no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo;
4:27 Ni deis lugar al diablo.

Si queremos tener victoria en la guerra espiritual, no podemos guardar el enojo en nuestro corazón. Tenemos que resolverlo rápidamente. Tenemos que arreglar cuentas, perdonar, hacer todo lo necesario para que la amargura no se arraigue en nuestro corazón.

Cuando no resolvemos el enojo, se queda en nuestro corazón, enconándose como una herida infectada. Empieza a tomar el control de nuestra vida. No nos permite pensar en nada más. Nos quita el gozo, nos quita la compasión, nos hace presas fáciles del enemigo.

Hay una especie de pájaro que es muy vivo. En lugar de construir nido, poner sus huevos y luego alimentar a los pajaritos que nacen, pone los huevos en los nidos de otros pájaros. Como sus pajaritos crecen muy rápidamente, pronto ocupan toda la atención de los pájaros adoptivos. Se ve con frecuencia en los lugares donde vive esta ave que hay un pajarito de esta clase en medio de un nido de pajaritos muertos, pues el pájaro extraño se come toda la comida que llega al nido.

Así funciona también el enojo. El enojo pronto se convierte en amargura, y empieza a absorber toda nuestra energía, toda nuestra atención, todos nuestros recursos. Es por esto que tenemos que resolver el enojo rápidamente, en cuanto dependa de nosotros.

El autor de la carta a los Hebreos nos avisa del daño que hace la amargura cuando entra en la Iglesia. Leamos sus palabras en Hebreos 12:15: «Mirando bien que ninguno se aparte de la gracia de Dios, que ninguna raíz de amargura brotando os impida, y por ella muchos sean contaminados».

Cuando guardamos rencor, sobre todo hacia algún hermano de la iglesia, permitimos que entren las divisiones. De esta forma, la Iglesia pierde su poder. Le damos cabida al diablo cuando guardamos el enojo; pronto la Iglesia deja de avanzar, pues la desconfianza y los celos se apoderan de ella.

Hermanos, tenemos que guardar celosamente la unidad en Cristo. La paz y el amor entre nosotros son esenciales para que podamos avanzar como Iglesia y tener victoria. Si algún hermano te ofende, ve y habla con él. Muéstrale su error. Si ofendes a alguien, no digas que no fue nada. Ve y pídele perdón.

La Segunda Guerra Mundial terminó con el bombardeo nuclear de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Al ver la devastación, los líderes japoneses se dieron cuenta de que había un arma que ellos no podían enfrentar, y pronto se rindieron.

Nosotros tenemos armas mucho más potentes que las bombas nucleares. Son armas que no destruyen las vidas, armas espirituales que traen vida. Aprendamos a pelear, hermanos. Aprendamos a depender del Espíritu Santo, quien nos da poder.

Aprendamos a aprovechar al máximo el tiempo, manteniéndonos activos en testificar y servir. Aprendamos a mantener las relaciones abiertas con nuestros hermanos, y Dios nos dará la victoria. Salgamos a la batalla.

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