Sodoma y Gomorra – una historia de dos ciudades
Vivimos en un mundo cambiante. Una de las realidades básicas de nuestra era, una nueva realidad que afecta nuestras vidas en formas que muchas veces no reconocemos, es la realidad de la urbanización.
Leía recientemente un libro que puso en relieve esta transformación. El libro, escrito en los años cuarenta, habla de la Ciudad de México que – para aquellos tiempos – tenía 1.800.000 habitantes. La población de esta ciudad hoy se calcula en setenta veces lo que era hace menos de ochenta años.
Es más, casi la tercera parte de los mexicanos vive en su ciudad capital. Lo mismo se puede decir de los peruanos, y de los habitantes de varios otros países latinos. El mundo está llegando a las ciudades; y aunque no vivamos en una ciudad, la mentalidad urbana del individualismo, de la vida anónima y frenética alcanza a todos.
Muchos han observado que la Biblia comienza en un jardín y termina en una ciudad; Dios no es ajeno a las ciudades. Vale la pena preguntarnos, sin embargo, con cuál ciudad soñamos o con cuál nos emocionamos.
Hace poco vi un anuncio que hacía la siguiente oferta: Viva como en Miami a 15 minutos de Lima. Si la vida en aquella urbanización realmente sea como la de Miami, no lo sé; pero queda claro que hay muchas personas que sueñan con la vida en Miami, o en alguna otra gran ciudad de los Estados Unidos.
Abraham y Lot vivieron juntos por algún tiempo, hasta que los dos prosperaron a tal grado que se tuvieron que separar. Vamos a tomar el hilo de la historia.
Lectura: Génesis 13:10-13
13:10 Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra.
13:11 Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro.
13:12 Abram acampó en la tierra de Canaán, en tanto que Lot habitó en las ciudades de la llanura, y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma.
13:13 Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera.
Abraham generosamente le ofreció a Lot que escogiera dónde quería vivir. Lot eligió ir hacia el oriente, una elección que da eco a la acción de los hombres cuando – dos capítulos antes – emigraron al oriente y construyeron la ciudad de Babel, lugar del juicio de Dios. El oriente no es una buena dirección en el libro de Génesis.
Más notable es lo que le atrajo. Él vio que era una tierra bien regada, fértil y abundante. Seguramente en alguna ciudad de esta zona podría encontrar su fama y fortuna, y Sodoma era la primera ciudad del área.
Lot se ilusionó con las posibilidades que había en Sodoma. Se mudó a la orilla de esta ciudad y se radicó en los suburbios. Lot era un hombre justo; leemos en 2 Pedro 2:8, acerca de Lot, que este justo, que convivía con ellos y amaba el bien, día tras día sentía que se le despedazaba el alma por las obras inicuas que veía y oía.
Lot no era incrédulo. Creía en el Dios de Abraham y amaba el bien, pero tomó la decisión de acercarse a esta ciudad mundana y perversa porque quería mejorar su situación económica. Sintió el llamado de la prosperidad material, y respondió al llamado.
¿Qué pasó con Lot? Llegó el día en que Dios decidió destruir a Sodoma y su ciudad vecina Gomorra porque habían llegado al colmo de la maldad. Dios le reveló a Abraham su plan, así como ha revelado sus planes a sus profetas; y Abraham intercedió por Sodoma.
Finalmente, Dios le dijo a Abraham que salvaría a Sodoma si encontrara a diez hombres justos en la ciudad. ¡Sólo diez hombres justos! Pero en Sodoma no se encontraban ni siquiera diez hombres justos, porque dos ángeles llegaron a Sodoma para avisar a Lot para que se escapara.
Era tal la maldad de Sodoma que los hombres de la ciudad quisieron acosar a los visitantes angelicales de Lot. Luego, los ángeles tuvieron que sacar a Lot de la mano junto con su familia para que se escaparan a una ciudad más pequeña – la ciudad de Zoar, cuyo nombre significa pequeño – que no fue destruida en la deflagración que engolfó a Sodoma.
Notamos aquí que Lot ni siquiera pudo quedarse con las riquezas que habían sido la razón de su mudanza a Sodoma. Todo lo que había acumulado se quedó en Sodoma, y se quemó en la lluvia de azufre que cayó sobre la ciudad.
Pero ahí no se acaba la miseria de Lot. Leamos lo que le sucedió luego en Génesis 19:30-38.
Lectura: Génesis 19:30-38
19:30 Pero Lot subió de Zoar y moró en el monte, y sus dos hijas con él; porque tuvo miedo de quedarse en Zoar, y habitó en una cueva él y sus dos hijas.
19:31 Entonces la mayor dijo a la menor: Nuestro padre es viejo, y no queda varón en la tierra que entre a nosotras conforme a la costumbre de toda la tierra.
19:32 Ven, demos a beber vino a nuestro padre, y durmamos con él, y conservaremos de nuestro padre descendencia.
19:33 Y dieron a beber vino a su padre aquella noche, y entró la mayor, y durmió con su padre; mas él no sintió cuándo se acostó ella, ni cuándo se levantó.
19:34 El día siguiente, dijo la mayor a la menor: He aquí, yo dormí la noche pasada con mi padre; démosle a beber vino también esta noche, y entra y duerme con él, para que conservemos de nuestro padre descendencia.
19:35 Y dieron a beber vino a su padre también aquella noche, y se levantó la menor, y durmió con él; pero él no echó de ver cuándo se acostó ella, ni cuándo se levantó.
19:36 Y las dos hijas de Lot concibieron de su padre.
19:37 Y dio a luz la mayor un hijo, y llamó su nombre Moab, el cual es padre de los moabitas hasta hoy.
19:38 La menor también dio a luz un hijo, y llamó su nombre Ben- ammi, el cual es padre de los amonitas hasta hoy.
Podríamos preguntarnos por qué se incluyó una historia tan desagradable dentro de la historia bíblica. Lo seguro es que quienes creen que la Biblia es un libro muy dulce, pero desconectado de la realidad cotidiana, no la conocen. La Biblia enfrenta las realidades de la vida directamente.
La depravación sexual que caracterizaba a Sodoma y llevó a su destrucción dejó sus huellas sobre las tiernas almas de las hijas de Lot. Llegaron a tal grado de perversión porque, en lugar de inculcarles valores justos, Lot permitió que sus hijas fueran formadas por sus amistades impías.
Lot y su familia nos muestran lo que sucede cuando el creyente se deja llevar por la promesa de la prosperidad mundana. En lugar de seguir el camino de prosperidad divina, manteniéndose alejado del mundo, permitió que las luces de Sodoma llenaran su vista y lo cegaran a la luz divina.
Abraham, el tío de Lot, nos da un ejemplo completamente distinto. Mientras que Lot se acercó a la ciudad de iniquidad, Abraham siguió el llamado de Dios a alejarse de otra ciudad inicua.
Lectura: Génesis 12:1-3
12:1 Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.
12:2 Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
12:3 Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.
El llamado de Abraham tuvo lugar en Ur, ciudad de su nacimiento. Ur era una de las grandes ciudades de aquel tiempo, una ciudad dedicada al culto de la luna, con sus grandes templos y su sistema pagano de adoración.
A Abraham Dios le llamó a salir de esa ciudad para viajar a una tierra desconocida que Dios le prometió. Por fe, Abraham obedeció el llamado de Dios, y llegó a ser padre de todos los que tenemos fe en el Dios de Abraham, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Abraham tuvo que caminar por fe, pues desconocía la tierra a la que iba. Dios le dijo: Vete a la tierra que te mostraré. Abraham no salió con una descripción de la tierra que sería su herencia. Es más, después de llegar a la tierra, Abraham vivió allí como forastero. Nunca tomó posesión de la tierra que Dios le había prometido. Eso les quedó a sus descendientes.
Encontramos algo más en el libro de Hebreos.
Lectura: Hebreos 11:8-10
11:8 Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.
11:9 Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa;
11:10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Abraham entendió que detrás de la promesa de la tierra de Canaán había la promesa de que Dios mismo construyera una ciudad para su pueblo. Abraham entendió que el cumplimiento de la promesa que Dios le hizo sería el establecimiento del Reino de Dios, el Reino que Jesús vino a anunciar y que encuentra su realización por medio de él.
Dejó su tierra, su familia y todo lo que conocía porque esperaba aquella ciudad celestial, aquella ciudad que no será construida por manos humanas, con ideas humanas y valores humanos, sino que Dios la construye.
A nosotros, entonces, nos confronta una decisión: ¿Seguiremos el camino de Abraham, o el de Lot? ¿En cuál ciudad fijaremos la mirada? ¿Sacrificaremos nuestros hijos sobre el altar de la prosperidad mundana?
La verdad es que esto no tiene mucho que ver con el lugar físico en el que vivamos. El movimiento físico de Abraham y de Lot nos enseña una lección espiritual. Podemos vivir en una zona campestre y adoptar las actitudes y la mentalidad de la ciudad del mundo, o podemos vivir en el centro de la ciudad más grande esperando la llegada de la ciudad celestial.
Es cuestión de lo que esperamos y lo que valoramos. En el mundo actual, me parece que la tentación de seguir el ejemplo de Lot es una de las tentaciones más grandes. Queremos vivir a la orilla del pecado – sin mancharnos, sin participar en ella, pero disfrutando de sus supuestos beneficios.
No podemos negar que las ciudades actuales son tan depravadas como lo era Sodoma. Existe cualquier clase de maldad. ¿Estamos permitiendo que la suciedad entre por satélite a nuestro hogar, simplemente porque no nos queremos perder un buen entretenimiento? ¿Hemos creído esa mentira materialista que dice que la felicidad se encuentra al tener más cosas, en lugar de estar más cerca del Señor?
Si escogemos el camino de Lot, podemos estar seguros de que también pagaremos su precio. Hermanos, no sacrifiquemos a nuestros hijos y a nuestra felicidad a cambio de lo que el mundo promete. Sigamos el ejemplo de Abraham, esperando aquella ciudad que Jesús está construyendo, viviendo en la obediencia que nace de la fe. Éste es el camino a la bendición.