¿Quién es Jesús?
Muchas iglesias tienen como costumbre anunciar los títulos de los sermones que se presentarán el domingo. Frente a una de estas iglesias apareció el siguiente anuncio: “Los mensajes para el domingo serán Jesús camina sobre el agua y Buscando a Jesús”.
No sé si fue intencionada la aparente conexión entre estos dos títulos, o si indican que la persona que los puso lo hizo con demasiada prisa. De cualquier forma, vemos en el último de estos dos títulos la reacción que tienen muchos a Jesús. Quizás sin saberlo, lo están buscando.
Algunos de nosotros quizás crecimos con un concepto de Jesús como imagen. Con esto me refiero a que nuestra idea de Jesús está formada por los cuadros y las estatuas que hemos visto de El. Quizás estas imágenes nos han comunicado algo verdadero acerca de Jesús, pero no son capaces de darnos una idea completa de El.
Quizás otros hemos sido influenciados por tradiciones recibidas de nuestros padres acerca de Jesús. Puede ser que las tradiciones contengan mucha verdad, pero las tradiciones no nos presentan un cuadro completo de Jesús tampoco.
Sólo podemos conocer todo lo que Dios quiere enseñarnos acerca de su Hijo Jesús por medio de las Escrituras. Tenemos en el Nuevo Testamento cuatro biografías de Jesús, cuatro evangelios, por medio de los cuales podemos conocer a este hombre que cambió la historia y el destino de la raza humana.
¿Quién es Jesús? En las próximas siete semanas, culminando con el domingo de resurrección, veremos algunos episodios de la vida de Jesús que nos ayudan a entender quién es. Ahora bien, la Biblia nos presenta una variedad de formas de comprender lo que Jesús vino a hacer. Entre ellas está la presentación de Jesús como el nuevo templo.
Para comprender mejor este concepto y entender cómo nosotros podemos adorar a Dios y llegar a El por medio del templo que es Jesús, veremos las veces en que Jesús se presentó en el templo de Jerusalén durante su vida. Con esto, con la ayuda de Dios, comprenderemos cómo El es el nuevo templo para el pueblo de Dios.
Empezamos en esta mañana con la presentación de Jesús en el templo como bebé.
Lectura: Lucas 2:21-24
2:21 Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido.
2:22 Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor
2:23 (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor),
2:24 y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos.
Recordemos que Jesús nació bajo el sistema del Antiguo Testamento, el acuerdo que Dios había establecido con el pueblo de Israel. Este sistema servía como preparación para la llegada de Jesús. De muchas formas distintas tenía como propósito preparar una avenida para la llegada del Salvador y ayudarnos a entender lo que El vino a hacer por nosotros.
En estos versos, vemos que
Jesús es el niño consagrado que guarda perfectamente la ley
La ley había sido establecida para demostrar lo que es necesario para agradar a Dios. Era una lista de reglamentos e instrucciones que servían para que el pueblo comprendiera lo que Dios exigía de ellos. Había solamente un problema: ningún ser humano es capaz de guardarla en su cabalidad. Todos fallan en algún aspecto.
Esto crea un problema. ¿Cómo poder estar en una relación con Dios cuando le fallamos a cada rato? Necesitábamos a alguien que pudiera venir para cumplir esas normas por nosotros. Nos hacía falta algún representante que pudiera tomar nuestro lugar.
La ley que Dios había dado por medio de Moisés señalaba hacia esa realidad. Las tablas de la ley se guardaban dentro del mismo templo al que Jesús fue llevado. Según esa ley, cada primogénito – cada primer hijo – le pertenecía a Dios. Dentro de la ley había provisión para que la familia pudiera redimir la vida de su hijo mediante el sacrificio de un animal.
Este pequeño detalle de la ley señala hacia la venida de este primogénito de María, el bebé engendrado por obra del Espíritu Santo y no por medios naturales. El guardaría la ley que nadie más pudo guardar. El sería ese primer hijo consagrado al Señor como ningún otro.
Notamos otro detalle aquí: el sacrificio que hicieron José y María de un par de tórtolas. Según la ley del Antiguo Testamento había dos opciones para el sacrificio; la familia que por motivos de dinero no pudiera sacrificar un animal de mayor valor podía sacrificar un par de tórtolas.
Este detalle indica que la familia de Jesús era pobre. Cuando Dios envió al mundo a ese varón perfecto que guardaría cabalmente la ley, no lo mandó a un palacio. No lo envió a crecer en el seno de una familia pudiente. Lo mandó a una familia sencilla y humilde.
Dios no valora lo que este mundo valora. La posición social y el nivel económico no son nada para El. El busca personas de cualquier rango social que se entreguen de corazón a El. No le importa a El de dónde seas, cuánto tengas o quiénes sean tus familiares. Sólo le interesa tu corazón.
Jesús, el niño consagrado a guardar la ley y servir al Señor, nos mostró desde su principio para qué había venido y a quiénes había venido. Vino para cumplir la ley que éramos incapaces de guardar, y vino a todo aquel que lo recibiera. Veamos ahora quién se encontró con Jesús.
Lectura: Lucas 2:25-35
2:25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.
2:26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.
2:27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley,
2:28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
2:29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra;
2:30 Porque han visto mis ojos tu salvación,
2:31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
2:32 Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.
2:33 Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él.
2:34 Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha
2:35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.
La voz profética había estado callada en Israel por cuatrocientos años, desde la profecía de Malaquías. El Espíritu Santo empezó a obrar con poder, dando a Simeón un mensaje especial. Le mostró que
Jesús es el Salvador que trae luz y revelación
Simeón dijo dos cosas notables acerca de Jesús. Primeramente dijo que Jesús sería luz para las naciones y gloria de Israel. Aunque Jesús nació dentro de la nación judía y pasó casi toda su vida en Palestina, vino para alumbrar a todos.
Esta no era ninguna novedad. En Isaías 2:2-3 se había dado la profecía: “En los últimos días, el monte de la casa del Señor será establecido como el más alto de los montes; se alzará por encima de las colinas, y hacia él confluirán todas las naciones. Muchos pueblos vendrán y dirán: ¡Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob!, para que nos enseñe sus caminos y andemos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la enseñanza, de Jerusalén la palabra del Señor.”
Ahora había llegado ese maestro que alumbraría con su enseñanza y su verdad a todas las naciones. Despuntaba ese sol de revelación que mostraría con certeza y claridad el camino a la vida, el camino a Dios que es El mismo.
En conexión con esa luz de revelación, sin embargo, habría una crisis de decisión. Simeón también anuncia que causaría la caída y el levantamiento de muchos en Israel. Lo que sucedió en su pueblo sucedería también en las naciones. Jesús es el punto decisivo.
El apóstol Juan nos lo presenta así: “Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos” (Juan 3:19). Cuando llega la luz, hay que tomar una decisión; si alguien se acerca a ella, quedan al descubierto todas sus fallas, todos sus errores, todos sus pecados.
Quizás es por este motivo que los restaurantes más caros tienen las luces más bajas. En la oscuridad parcial todas las fallas quedan ocultas. Las arrugas, las canas, las cicatrices desaparecen. Se considera muy romántico.
A la luz del día todo es muy diferente. Así es con Jesús. El nos trae la luz, la luz de la verdad y de la salvación. Al venir a esa luz, sin embargo, tenemos que reconocer y arrepentirnos de nuestro pecado. Hubo algunos, como los hay aún, que no quisieron hacerlo cuando Jesús anduvo en el mundo. El puso al descubierto sus pecados, y no les gustó; por esto lo mataron. Jesús es el Salvador que trae luz y revelación. ¿Lo conoces?
Mientras María y José estaban en el templo con Jesús tuvieron un último encuentro. Veámoslo.
Lectura: Lucas 2:36-38
2:36 Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad,
2:37 y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones.
2:38 Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.
Nunca debemos de pensar que Dios no puede usar a las mujeres. En un mundo que la menospreciaba y no la consideraba útil, Ana experimentó una gran bendición. Ella anunció, bajo inspiración del Espíritu Santo, que
Jesús es el restaurador que trae liberación
Nos dice el último verso que leímos que Ana “comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”. Jerusalén, la ciudad privilegiada, el lugar del templo de Dios, la ciudad de David, estaba bajo control de los romanos.
Para el judío con entendimiento espiritual, esto sólo podía indicar una cosa: que Dios estaba castigando a su pueblo por su desobediencia. Había la esperanza, sin embargo, de que vendría un libertador. En ese bebé que yacía en brazos de su madre Ana reconoció al libertador prometido.
Muchos malentendieron la naturaleza de su misión. No se dieron cuenta de que su labor más importante era la de pagar por los pecados de su pueblo, y que el establecimiento de su reino terrenal vendría muchos después.
No obstante, un remanente sí lo conoció. Estas personas experimentaron en carne propia el perdón de sus pecados, la esperanza de un futuro seguro y la reconciliación con Dios. Dios puso en la boca de una humilde viuda el anuncio de este gran acontecimiento.
Jesús vino para liberar y restaurar, no sólo a Jerusalén, sino a todo lo que se había perdido. Esa obra sigue en pie, y un día se consumará cuando El regrese en gloria. Actualmente avanza en cada lugar donde un alma se entrega a El y recibe su salvación.
Ahora te pregunto: ¿Conoces a este Jesús? ¿Conoces en tu vida su presencia, su perdón, su amor? Lo puedes conocer. El vino a este mundo para que tu pudieras conocerle. No desprecies esta oportunidad. No hay otro como El. Invítale a entrar en tu vida – por primera vez, o de nuevo – y experimenta su poder.