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¿Qué tiene un nombre? El Nombre de Dios!


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¿Qué tiene un nombre?

Es una de las primeras preguntas que le hacemos a alguien cuando lo conocemos por primera vez. Es una de las primeras frases que aprenden los estudiantes de cualquier idioma. Es una pregunta muy sencilla: ¿Cómo te llamas?

Los nombres, en realidad, son muy importantes. Saber el nombre de alguien implica tener por lo menos un conocimiento básico de su persona. Olvidar el nombre de algún amigo es una experiencia penosa. Los hijos de familias numerosas a veces descubren que tienen varios nombres, pues sus padres les llaman por los nombres de varios de sus hermanos hasta llegar al que les corresponde.

Entre tantos nombres, sin embargo, hay uno que resalta por su importancia y por el respeto que se merece. Es, por supuesto, el nombre de Dios. ¿Cómo debemos de usar este nombre? ¿Bajo qué circunstancias lo debemos de pronunciar? De esto se trata el tercer mandamiento.

Recordemos brevemente los primeros dos mandamientos. El primero dice: “No tengas otros dioses además de mí”. El segundo, resumido: “No te hagas ningún ídolo”. Como ustedes verán, estos primeros mandamientos describen la forma en que el pueblo de Dios se debe de relacionar con su Señor. La relación con Dios es primordial.

Leamos ahora el tercer mandamiento.

Lectura: Exodo 20:7

20:7 No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.

Aquí Dios nos dice: “No pronuncies el nombre del SEÑOR tu Dios a la ligera”, o como traduce la Biblia de las Américas, “No tomarás el nombre del SEÑOR tu Dios en vano”. Somos llamados a respetar el nombre del Señor, pues es digno de reverencia.

¿Por qué tanto afán por una colección de sonidos vocales? Algún cómico dijo una vez: Llámame lo que quieras, pero no me llames tarde para comer. Dios, sin embargo, tiene una actitud mucho más seria acerca de su nombre. Exige que se le muestre el respeto debido.

En la Biblia, la palabra “nombre” también puede significar “fama” o “renombre” – de hecho, así se traduce en algunos pasajes. Por ejemplo, cuando Dios le dijo a Abraham: “Haré grande tu nombre” (Génesis 12:2), no quería decir que lo iba a escribir en letras muy altas; quería decir que lo haría famoso y renombrado.

La identidad de una persona y su nombre están estrechamente ligados en la Biblia. En realidad, el nombre es la forma más básica que tenemos para identificar a alguien. Por este motivo, faltar el respeto al nombre de Dios es faltarle el respeto a El mismo.

Vemos, entonces, que

El nombre del Señor es digno de reverencia

El nombre del Señor es digno de reverencia, pues representa al Señor mismo. Por ejemplo, leemos en Joel 2:26: “Ustedes comerán en abundancia, hasta saciarse, y alabarán el nombre del Señor su Dios”. Alabar el nombre de Dios es alabarle a El, pues es por medio de su nombre que nosotros le conocemos.

De igual manera, leemos en el Salmo 5:11: “Extiende tu protección, y que en ti se regocijen todos los que aman tu nombre”. Amar el nombre del Señor es amarle a El. Malaquías 4:2 dice: “Pero para ustedes que temen mi nombre, se levantará el sol de justicia trayendo en sus rayos salud”. Temer el nombre de Dios es temerle a El. Según el pensar bíblico, no podemos divorciar a la persona de su nombre.

Cuando mostramos respeto al nombre de Dios, entonces, estamos mostrándole respeto a El mismo. Cuando lo usamos a la ligera, en cambio, cuando lo empleamos como una exclamación – ¡Ay, Dios mío! – o como una grosería o para jurar falsamente, le estamos faltando el respeto a Dios mismo.

Una de las formas en que podemos medir el nivel de declive de una cultura es observar la forma en que se utiliza públicamente el nombre de Dios. En cualquier cultura habrá personas irreverentes que abusan del nombre de Dios. Sin embargo, en las sociedades donde se retiene algo de decencia, será inaceptable usarlo de una forma indigna, como una palabrota o como exclamación.

A veces me sorprende escuchar la forma en que se deshonra el nombre de Dios en la televisión y en los medios, usándolo para cualquier tontería. Se dicen cosas que hace diez o quince años habrían sido totalmente inaceptables. Esto demuestra lo lejos que está nuestra cultura del temor de Dios.

Nosotros, hermanos, hemos sido llamados a vivir de una forma distinta. Hemos sido llamados a temer a Dios, y esto empieza con mostrar el respeto que su nombre se merece. Cuando empezamos a usar su nombre a la ligera, en cambio, pronto estaremos haciéndole menos a El también.

Aquí tenemos que aclarar un asunto relacionado al nombre de Dios. Con todo lo que hemos dicho, podría parecer que hay un solo nombre, un conjunto de letras, que de una forma única identifica a Dios. Sin embargo, si examinamos la Biblia – que tiene que ser nuestra autoridad final en lo que a Dios atañe – descubrimos que no es así.

Cuando Dios se reveló a Moisés frente a la zarza ardiente, Moisés le preguntó quién debía decir al pueblo que lo había enviado. Dios le dijo: “Yo soy el que soy; diles que YO SOY te ha enviado a ellos” (Exodo 3:14). De esta frase YO SOY nace el nombre usado para Dios en el Antiguo Testamento, usualmente pronunciado Jehová.

Los judíos dejaron de pronunciar este nombre por reverencia, y cuando lo leían en los textos del Antiguo Testamento, decían Adonai, que significa Señor. Es más, empezaron a escribir la palabra Jehová con las consonantes de Adonai. De hecho, la palabra Jehová no se pronunciaba así en un principio; probablemente más bien se pronunciaba Yavé.

Hoy en día, hay personas que insisten en usar el nombre Jehová para referirse a Dios, pues dicen que es su único nombre. Sin embargo, cuando nuestro Señor Jesús anduvo aquí en la tierra, El no hizo esto. Cuando hablaba de su Padre, usó las palabras Dios o Señor. Para tomar sólo un ejemplo, en Mateo 4:7 (“Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios”), Jesús cita un pasaje del Antiguo Testamento que en hebreo usa el nombre de Dios, Jehová, pero Jesús dice Señor. Es así en todo el Nuevo Testamento. No nos dejemos confundir.

La importancia de esto está en lo siguiente: cuando decimos que debemos de mostrar el respeto debido al nombre de Dios, no estamos hablando solamente de la palabra Jehová; más bien, debemos de mostrar este respeto a cualquier palabra que usemos para hablar de El, sea DiosSeñor o Jehová.

El nombre de Jesús merece el mismo respeto. Esto lo vemos en Filipenses 2:9-11:

2:9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
2:10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
2:11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Dios ha exaltado a Jesús, tras su humillación, y le ha dado el nombre sobre todo nombre, el nombre de Jesús. Ante este nombre, toda rodilla deberá doblar. El nombre de Jesús es digno del mismo respeto que se merece el nombre de Dios.

Esto significa que si alguien desprestigia el nombre de Jesús, o si le rinde un honor menor al que rinde al nombre de Dios, está en error. Dios el Padre desea que se le rinda igual honor a Jesús, pues comparten la misma esencia. Vemos, entonces, que

Dios nos llama a respetar su nombre

¿Qué significa esto para nuestra vida? Consideremos ahora tres formas en que podemos deshonrar el nombre de Dios. La primera forma es pronunciándola sin sentido. Esto sucede cuando la usamos simplemente como exclamación, como grosería o sin pensar en lo que estamos diciendo.

Tenemos mucho la mala costumbre de decir: ¡Ay, Dios mío!, cuando en realidad no estamos hablándole a Dios ni hablando de Dios. Es una forma de deshonrar su nombre. Me trato de imaginar cómo me sentiría si a cada rato oyera: ¡Ay, Tony!, cuando alguien se machucara el dedo. ¡Como si yo tuviera la culpa!

La segunda forma en que deshonramos a Dios es cuando hacemos juramentos falsos con su nombre. ¡Te lo juro por Dios! -decimos, cuando realmente queremos que alguien nos crea. Veamos lo que dijo Jesús frente a esto en Mateo 5:34-37:

5:34 Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios;
5:35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.
5:36 Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello.
5:37 Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.

En lugar de hacer juramentos, aunque sea en serio, es mucho mejor que nuestras palabras sean tan consistentemente honestas que los juramentos se vuelvan innecesarios. Si alguien nos dice: ¿De veras? ¡Júramelo!, ya hemos fallado, pues su duda indica que desconfían de nuestra palabra. Los juramentos deberían de ser innecesarios.

La tercera forma en que podemos deshonrar el nombre de Dios es si lo usamos fuera de una relación de sumisión con El. Esto sucede, por ejemplo, en la adivinación y la hechicería. Muchas veces los practicantes del ocultismo utilizan diferentes nombres divinos para tratar de manipular el poder que pueda haber en ellos.

Dios prohíbe la hechicería y la adivinación en su Palabra. Es más, El no presta su nombre para tales usos. El libro de Hechos (Hechos 19:13-16) nos cuenta la historia de unos hijos de un tal Esceva, que trataron de usar el nombre de Jesús para echar fuera demonios, como vieron hacer a los apóstoles.

Ellos decían: “¡En el nombre de Jesús, a quien Pablo predica, les ordeno que salgan!” Un día, un endemoniado les dijo: “Conozco a Jesús, y sé quién es Pablo, pero ustedes ¿quiénes son?” El hombre que estaba bajo el control de un demonio se lanzó sobre ellos, y huyeron desnudos y heridos.

Hay poder en el nombre de Jesús, sí; pero este poder opera cuando le mostramos el respeto y la sumisión debidos. Si no nos queremos someter a Jesús, no debemos de orar al Padre en su nombre. Si no estamos obedeciendo a Jesús, no debemos de confiar en la protección que su nombre nos da.

Hoy en día nos hemos olvidado de la grandeza, la santidad, la majestad de Dios. No le mostramos reverencia. No nos humillamos ante El.

Empecemos a recobrar una perspectiva bíblica sobre la grandeza de Dios mostrando el respeto que su nombre se merece. Su Palabra dice que El no tendrá por inocente al que tome su nombre en vano. Promete, sin embargo, honrar a quienes lo honren. Honremos el nombre de Dios.

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