Libre de culpa
Un hombre entró a una cafetería y pidió una Coca-Cola. Cuando el mesero se lo trajo, el cliente tomó el vaso de gaseosa y lo tiró a la cara del mesero. De inmediato agarró una servilleta y empezó a secarle la cara al mesero, disculpándose profusamente. ¡Lo siento mucho! – le dijo – ésta es una compulsión que tengo. No lo puedo evitar. Lo he tratado de dominar, pero no puedo, y me siento muy culpable.
El mesero le respondió: Será mejor que resuelva su problema, señor; recordaré su rostro, y no volveré a servirle más Coca-Cola. Pasaron varios meses. El cliente regresó a la cafetería, y a pesar del tiempo transcurrido, el mesero lo reconoció. Cuando pidió una Coca-Cola, el mesero respondió: No se lo puedo servir. Aún recuerdo lo que sucedió la vez pasada.
El cliente protestó: ¡Ya fui al psicólogo! ¡Estoy curado! ¡Ya no tengo el problema! Después de muchas protestaciones, el mesero le trajo la Coca-Cola, y el cliente lo agarró y se lo echó a la cara. ¿Qué pasó? -le gritó el mesero-. ¿No que estabas curado? ¡Estoy curado! -respondió el cliente-. Todavía lo hago, pero ya no me siento culpable.
Podríamos decir que ésta es la forma en que el mundo actual pretende resolver los sentimientos de culpa. Intenta convencernos de que realmente no somos culpables. Trata de cambiar las leyes de Dios para convencernos de que lo malo realmente no lo es. Trata de decirnos que las normas bíblicas ya están pasadas de moda, y que nuestro problema real no es nuestra culpa, sino las normas anticuadas que aún nos afectan.
Así no arreglaremos nada. Lo que realmente nos hace falta es otra cosa. Necesitamos el perdón, no un cambio de leyes. Pero, ¿dónde podemos hallar el perdón? ¿Cómo podemos tener el derecho de estar en la presencia de Dios, con todos nuestros errores borrados, sin el castigo que merece nuestro pecado?
Veremos hoy que sólo Jesús posee autoridad para perdonar pecados, y por esto nos urge acudir a El para recibir el perdón. Vamos a ver la manera en que se desarrolla este tema en los tres movimientos del pasaje. Abran sus Biblias a Marcos 2.
Lectura: Marcos 2:1-5
2:1 Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa.
2:2 E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra.
2:3 Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro.
2:4 Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico.
2:5 Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.
Durante la mayoría de su ministerio en Galilea, en la parte norte de Israel, Jesús vivía en una casa en Capernaum, un pueblo pesquero a orillas del Mar de Galilea. Algunos opinan que la casa era de Pedro en base a lo que leemos en el 1:29: “Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan“. Jesús no tenía casa propia.
Jesús era muy popular. Imaginen la escena: quizás dos cuartos llenos de gente, en silencio, escuchando la voz de autoridad con la que les enseñaba el Señor Jesús. De repente se escuchan pisadas que van por la escalera que sube la pared exterior de la casa para llegar a la azotea, pero nadie se fija en ellos – ¡hasta que empiezan a caer pedazos de adobe y caña del techo de la casa! ¡Algunos hombres están escarbando un hoyo en el techo! Y de repente aparece una camilla, sobre la cual descansa un hombre paralizado, bajada por ocho brazos fuertes. La camilla baja en frente de Jesús, y ¿qué hace el Señor? ¿Sana al paralítico? ¿Le quita su enfermedad? No; más bien, ¡le perdona los pecados!
Obviamente este es un evento muy extraño, y nos conviene preguntarnos qué está pasando aquí. Veremos más adelante que Jesús está utilizando este evento para enseñarnos algo muy importante acerca de quién es. Pero hay dos cosas que tenemos que notar aquí.
El primero es la centralidad de la fe. Jesús no actuó porque los hombres vinieron con grandes ofrendas; El no actuó porque habían caminado cinco kilómetros de rodillas, se habían dado latigazos, y habían ayunado una semana; ni tampoco era porque habían hablado primero con la madre de Jesús. El actuó porque vio la fe que ellos tenían en El. Por esto, el pensamiento central de estos versículos es lo siguiente: Ya que sólo Jesús posee autoridad para perdonar pecados, nos urge venir a El con fe.
Pero, ¿qué es la fe? Lo que vemos aquí es que la fe es confianza en Jesús. Los hombres creían que lo que habían oído acerca de Jesús era cierto, y tomaron los pasos necesarios para acercarse a El. Así también, si nosotros tenemos fe, eso significa que creemos lo que la Biblia dice acerca de Jesús, y confiamos que El hará lo que ha prometido, y tomamos los pasos necesarios para acercarnos a El. ¿Cuáles pasos? Arrepentimiento, confianza, oración, entrega, estudio. Esto es venir con fe.
Pero también vemos que la fe no se detiene con uno mismo. La fe de estos hombres los movió a traer a su amigo a Jesús. Hay un mensaje importante aquí para nosotros que ya somos creyentes. La fe no se detiene con recibir la salvación; la fe quiere también que otros la conozcan.
Si de veras tenemos fe en Cristo, vamos a trabajar para que nuestros amigos lo lleguen a conocer también. De una forma muy natural, vamos a invitarlos a la iglesia, vamos a compartir con ellos cómo Dios ha cambiado nuestra vida, y cómo ellos también lo pueden conocer.
La historia no termina aquí. El hombre sigue paralizado, y los maestros de la ley tienen una pregunta.
Lectura: Marcos 2:6-7
2:6 Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones:
2:7 ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?
Entre todo el gentío que observaba este acontecimiento había algunos maestros de la ley. Estos habían pasado toda su vida estudiando la ley de Dios, y eran expertos en lo que El exigía. Estamos hablando de la ley del Antiguo Testamento, la ley de Moisés.
El problema era que ellos trataban de usar la ley como manera de alcanzar la salvación; pero la Biblia nos enseña que la ley fue dada para enseñarnos nuestra necesidad de la salvación. Sin un corazón humillado y una fe verdadera en Dios, la ley sólo sirve para condenar a la persona por su falta de cumplirla.
Ellos observaban lo que sucedía, y hacían una buena pregunta: ¿cómo podía este hombre decir que perdonaba pecados? ¡Sólo Dios puede hacer eso!
El punto es éste: es la persona ofendida en un delito quien puede perdonar. Nadie más tiene el derecho de hacerlo. Por ejemplo, si uno de nosotros ofende a otro hermano, de nada sirve ir a pedirle perdón a algún tercero. Puede ser que el tercero sea más amable, y nos dé más confianza; pero no nos puede perdonar por el error que cometimos contra otro.
Así también, cada vez que pecamos, estamos pecando contra Dios. Por eso, sólo El nos puede perdonar. No hay nadie más que lo pueda hacer. El hecho de que Jesús estuviera perdonando los pecados de este hombre podía ser sólo por una de dos razones: o El estaba blasfemando, o El era Dios en la carne.
El error de los maestros de la ley fue precisamente el de no reconocer quien es Jesús. Pensaban que entre ellos estaba sólo un hombre. Sabemos que Jesús fue hombre, pero ellos no vieron que también era Dios. Por ello, su acción de perdón les era imposible de entender.
Hay todavía personas que cometen el mismo error. No creen que Jesús sea Dios y hombre a la vez. Lo ven como algún ser creado, superior quizás a todo otro ser creado, pero no igual a Dios. ¡Qué error más grave! Porque así se están separando del único que los puede salvar.
Si dicen creer en Jesús, están creyendo en otro Jesús – un Jesús que es menos de lo que la Biblia dice que es. Y cuando grupos como los que vienen a tocarnos la puerta dicen creer la Biblia, creer en Dios, creer en Jesucristo, pero creen que Jesús es diferente de lo que la Biblia enseña, tenemos que concluir que su fe está mal orientada. Pueden ser muy sinceros, muy simpáticos, pero están creyendo una mentira.
Es por esta razón que Ya que sólo Jesús posee autoridad para perdonar pecados, nos urge conocer quién es Jesús. Es el único Hijo eterno de Dios, el único que vino del cielo, el único que siempre ha existido, el único que se hizo hombre y murió en la cruz por nuestros pecados para resucitar al tercer día. Es una cosa muy seria tener una fe sincera que está puesta en el lugar incorrecto.
Pero no se ha terminado la historia. ¡El hombre sigue paralizado sobre su camilla!
Lectura: Marcos 2:8-12
2:8 Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones?
2:9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?
2:10 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico):
2:11 A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.
2:12 Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa.
Jesús reconoce que los presentes buscan comprobación de que lo que El dice es verdad. La idea del verso 9 es que cualquiera puede decir que perdona pecados, pero no todos pueden sanar a un inválido. Para comprobar su autoridad también para perdonar pecados, El sana al paralítico, quien se levanta en seguida, y ¡hasta recobra suficientes fuerzas como para tomar su lecho y llevárselo a la casa! ¡Este hombre que hacía minutos no podía ni siquiera gatear, ahora camina! ¡Qué evento más sorprendente! Pero hay más que tenemos que notar.
Al explicar su acción, Jesús utiliza para sí su nombre favorito – el Hijo del Hombre. Esto significa más que simplemente el hecho de que Jesús fue humano, aunque indica eso también. Es una referencia a Daniel 7:13, donde el profeta Daniel ve una visión de un “Hijo de Hombre” que recibe autoridad, poder, y majestad del Anciano: “7:13 Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él”. Esta es una visión que representa el hecho de que Dios el Padre ha otorgado a Dios el Hijo toda autoridad en la tierra. Jesús es el que juzgará la tierra, y por ello tiene el derecho de perdonar pecados.
Su acción en sanar al paralítico, entonces, comprueba que El ha traído esta autoridad al mundo. La visión de Daniel, 500 años antes, había sido una visión del cielo; ahora Cristo había traído esta autoridad al mundo. Y para tal ser, sería fácil sanar a un paralítico.
¿Quién ha visto que eso suceda? ¡Cuando alguien se sana de la parálisis, es un proceso largo y paulatino! Pero cuando Jesús demuestra su poder, el efecto es instantáneo. Y así también, el perdón que El nos ofrece es instantáneo. No es algo que quizás llegará, que poco a poco lo recibimos, o que con mucho esfuerzo lo encontramos. Cuando venimos a Cristo para recibir el perdón de nuestros pecados, El nos lo ofrece al momento. Ud. puede recibir su perdón ahora mismo, si nunca lo ha recibido. Ya que sólo Jesús posee autoridad para perdonar pecados, nos urge venir a El con fe para recibir el perdón.
Jesús ya no está caminando sobre esta tierra. Ya no hay ninguna casa donde lo podamos ir a encontrar. Más bien, El está presente en espíritu en todas partes. Y por ello, siempre está dispuesto a ofrecernos el perdón. Así como el hombre paralizado vino a El con fe y recibió el perdón, Ud. también puede recibir ese mismo perdón hoy. Deshágase de la culpa que lleva en su corazón. Reciba el perdón que Dios le ofrece. Jesús está aquí, y El está dispuesto a perdonarte; tú sólo lo tienes que aceptar, reconociendo tu pecado y arrepintiéndote de corazón.
Hay un inmenso golfo que se interpone entre nosotros y Dios. Es nuestro pecado. Jesús es el puente de perdón sobre ese golfo. El pagó el precio para poder perdonarte, dando su propia vida en la cruz. Acepta hoy su perdón. Abrele tu corazón.