Nuestro primer amor
Todos recordamos nuestro primer amor – esa persona que nos hizo palpitar el corazón, que nos parecía lo máximo. Recordamos esos sentimientos de ternura, la manera en que el simple sonido de su voz nos traía alegría.
Una muchacha descubrió que había cometido un error al romper con su novio, su primer amor, y le escribió la siguiente carta: Queridísimo Jaime, Las palabras no logran expresar la gran tristeza que he sentido desde romper nuestro compromiso. Por favor, dime que me aceptarás de nuevo. Nadie podría tomar tu lugar en mi corazón, así que, por favor, perdóname. ¡Te quiero, te quiero, te quiero! Tuya por siempre, María. P.D. Felicitaciones por ganarte la lotería.
Creo que en el caso de esta muchacha, la razón de su amor redescubierto es clara. Quién sabe por qué perdió el amor, pero regresó por el dinero.
Hay otra situación de amor perdido que es algo más trágica. Sucede cuando perdemos nuestro amor por nuestro Salvador. En el pasaje que leemos hoy, Jesús acusa a una iglesia de haber perdido su primer amor. Los miembros de esta iglesia hacían muchas cosas bien, pero ya no tenían el amor que habían tenido en un principio.
Lectura: Apocalipsis 2:1-7
2:1 ESCRIBE al ángel de la iglesia en EFESO: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el cual anda en medio de los siete candeleros de oro, dice estas cosas:
2:2 Yo sé tus obras, y tu trabajo y paciencia; y que tú no puedes sufrir los malos, y has probado á los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos;
2:3 Y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado por mi nombre, y no has desfallecido.
2:4 Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor.
2:5 Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto á ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.
2:6 Mas tienes esto, que aborreces los hechos de los Nicolaítas; los cuales yo también aborrezco.
2:7 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice á las iglesias. Al que venciere, daré á comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.
¿Será que esta carta describe nuestra iglesia? Si es así, ¿cómo pueden ser diferentes las cosas? La iglesia está compuesta por sus miembros. Si la iglesia va a cambiar, entonces, los miembros tienen que cambiar primero.
Pero quizás estás pensando: Yo soy fiel a la iglesia, siempre asisto, y creo en la verdad bíblica. Mi doctrina es pura. Yo creo que estoy bien. Fíjate en lo que dice el pasaje:
Nuestro primer amor por Cristo se puede perder
Noten las cosas por las que Jesús felicita a la iglesia. Ellos se han mantenido fieles bajo la prueba y han mantenido la pureza de la doctrina. A pesar de esto, Cristo los acusa de perder el primer amor. Vemos, entonces, que nuestro primer amor por Cristo se puede perder aunque seamos fieles.
Aun bajo estas circunstancias tan adversas, la iglesia se había mantenido fiel a su Señor. En esto nos sirve de ejemplo. En realidad me pregunto cuántos de nosotros seríamos capaces de soportar el nivel de persecución que soportan nuestros hermanos en otras partes del mundo.
Aunque habían soportado la persecución, sin embargo, aunque se habían mantenido fieles a Cristo, habían perdido el calor de su compromiso con él. Habían perdido ese amor.
Escúchame bien, sobre todo si has estado en la iglesia más de uno o dos años. Es fácil llegar a pensar que lo que Cristo quiere de ti es simplemente que no dejes de asistir a la iglesia, que no dejes de tener alguna clase de vida devocional y que no dejes de creer en él. Todo esto es sumamente importante; pero no es suficiente. Puedes ser fiel, y es importante serlo; pero sin amor, esa fidelidad se vuelve estéril. El amor es central.
Nos damos cuenta también de que esta iglesia había mantenido la pureza doctrinal, a pesar de las falsas enseñanzas de quienes habían infiltrado la iglesia. Estos hombres se describen como malvados y como falsos apóstoles. Eran personas que decían enseñar verdades acerca de Dios, pero realmente difundían sus propias ideas.
Parece ser que estas personas son los nicolaítas que Jesús menciona en el verso seis. No sabemos con seguridad quiénes eran estas personas, pero podría bien ser que enseñaban que la obediencia no es importante para el creyente. En otras palabras, enseñaban que sólo tenemos que tener conocimiento, pero no obras.
Los efesios reconocieron la falsedad de tal doctrina. Jesús los felicita por su perspicacia. Nosotros también debemos de rechazar la falsa doctrina. Los falsos maestros vienen a tocar a nuestra puerta o nos invitan a su iglesia para enseñarnos falsedades acerca de Jesús y acerca de la salvación. Tenemos que rechazarlos. Sus falsedades nos llevarán a la perdición.
Pero no es suficiente con sólo tener sana doctrina. Cristo nos exige que no abandonemos ese primer amor. Él desea que mantengamos el calor de nuestra pasión hacia él, y que nuestra religión no sea simplemente de rutina.
Eso es lo que Jesús desea de nosotros. Desea un amor que no es simplemente mental, sino que es de corazón. Ese amor se derramará en amor hacia los demás. Si de veras amamos a Cristo, no podremos hacer más que mostrar amor hacia nuestros hermanos también.
Entonces, ¿qué hacemos si nos damos cuenta de que ese primer amor se está desapareciendo? La buena noticia es que
Nuestro primer amor por Cristo se puede recobrar
El versículo cinco nos da dos claves para recobrar ese amor que alguna vez sentimos por nuestro Señor. La primera clave es hacer memoria. ¡Recuerda de dónde has caído! Así dice el Señor.
El dicho dice: Ojos que no ven, corazón que no siente. Cuando las cosas que Cristo ha hecho por nosotros han pasado de nuestra vista, el amor también se empieza a desvanecer. Tenemos que traer conscientemente a la memoria lo que él ha hecho.
Muchas veces nuestro amor por el Señor se enfría sencillamente porque se nos olvida todo lo que él ha hecho por nosotros. Recuerda todas esas oraciones que él ha contestado. Recuerda todas las veces que te ha sacado de algún aprieto. Recuerda lo que serías si él no fuera tu Señor.
Tenemos que regresar la cinta y poner nuevamente ante nuestra mirada la grandeza de su amor y la profundidad de su sacrificio. Nuestro primer amor por Cristo se puede recobrar si hacemos memoria de su amor y las muestras que hemos visto en el pasado.
La segunda clave es el arrepentimiento. Nos hace falta un acto de voluntad para cambiar. Tenemos que reconocer que Cristo se merece nuestro amor, y que hacemos mal al no entregárselo. Tenemos que aceptar la responsabilidad por nuestra falta de amor, y ser celosos para el cambio.
Si te parece que falta amor en esta iglesia, no te pongas a analizar las fallas de los demás hermanos. No te pongas a meditar en ese rencor que guardas por esas cosas que te dijeron o lo que te hicieron. Ponte, más bien, a analizar la falta de amor que hay en tu propio corazón.
Nos urge hacerlo, porque si no lo hacemos, podemos perder nuestro lugar en el plan de Dios y nuestra utilidad para él. Jesús dice: Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro. Como vimos la semana pasada, el candelabro es la iglesia. Jesús está diciendo: Si no cambias, tu iglesia dejará de cumplir su función, y la abandonaré, y dejará de existir.
¿Es eso lo que queremos para nuestra iglesia? Jesús nos está llamando a cada uno de nosotros individualmente a ser parte del cambio. Es por eso que él promete: Al que salga vencedor le daré derecho a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios.
El problema es de la iglesia, pero la solución viene de cada miembro que decida que quiere tener victoria sobre la falta de amor.
No podemos separar nuestro amor hacia Cristo de nuestro amor por los demás. Si amamos a Cristo, amaremos a los demás. Por el otro lado, si no amamos a nuestros hermanos, ¿cómo podemos decir que amamos a Dios? No es posible.
Si de veras aprendiéramos a amar, esta iglesia sería un lugar muy distinto. El gran evangelista D.L. Moody dijo lo siguiente: Muéstrame una iglesia donde hay amor, y te mostraré una iglesia que es un poder en la comunidad. En Chicago hace algunos años un niño asistía a la escuela dominical. Cuando sus padres se mudaron a otra parte de la ciudad el chiquillo seguía en la misma escuela dominical, aunque tenía que caminar una larga distancia para llegar.
Una amiga le preguntó por qué iba tan lejos, y le dijo que había muchos que eran igual de buenos mucho más cerca de la casa. Podrían ser igual de buenos para otros, pero no para mí, dijo el niño. ¿Por qué no? le preguntó su amiga. Porque en esa iglesia, le aman a uno, respondió el niño.
Si tan solo pudiéramos convencer al mundo de que lo amamos habría menos iglesias vacías, y más asistencia a la iglesia. Dejemos que el amor tome el lugar del deber en nuestra relación con la iglesia, y el mundo pronto será evangelizado.
Regresar a la pagina principal