El velo rasgado
¿Cómo nos sentiríamos si pudiéramos leer nuestro propio obituario? ¿Cuál será el impacto verdadero de nuestra vida? Un hombre famoso tuvo la oportunidad de hacer precisamente esto. En 1888, Alfredo Nóbel, inventor de la dinamita, abrió el periódico y descubrió que había muerto el día anterior.
El no había muerto, por supuesto. Era resultado de un error; el difunto era su hermano, y el reportero había puesto por accidente el nombre famoso de Alfredo. A Nóbel, sin embargo, lo que leyó le cayó como balde de agua fría. Tuvo la oportunidad que pocos tenemos, la oportunidad de ver cómo lo recordaría el mundo.
Lo que leyó fue alarmante. Su apodo era “el rey de la dinamita”, y para quien escribió su epitafio, éste había sido el significado de la vida de Alfredo Nóbel. Era solamente un industrial que se había vuelto rico vendiendo explosivos. Era el único propósito que se encontró en su vida.
En ese momento Alfredo Nóbel decidió que su legado sería otro. Hizo un cambio en su testamento. Al morir, dotaría una fundación que entregaría premios a los destacados en ciertas áreas de investigación. El premio más grande sería reservado para la persona que hubiera avanzado más la causa de la paz mundial – el premio Nóbel de la paz.
La historia de Alfredo Nóbel nos inspira a considerar el impacto que dejará nuestra vida sobre este mundo. Nos inspira también a considerar el impacto que puede tener la muerte de una persona. Al morir, Alfredo Nóbel dejó una gran fortuna que sería usada para fomentar el avance de la raza humana.
Vivió un hombre que logró mucho más con su vida, y con su muerte. Me refiero, desde luego, a Jesucristo. ¿Qué fue lo que sucedió cuando Cristo murió? ¿Qué logró El en la cruz? Hoy conoceremos sus últimos momentos de vida, y veremos lo que sucedió en el templo para ayudarnos a entender su obra.
Lectura: Mateo 27:45-56
27:45 Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
27:46 Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
27:47 Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama éste.
27:48 Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber.
27:49 Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle.
27:50 Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.
27:51 Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron;
27:52 y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;
27:53 y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.
27:54 El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios.
27:55 Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole,
27:56 entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Estoy seguro de que casi todos estamos familiarizados con los eventos de la muerte de Jesús. Quizás estamos demasiado familiarizados; con la familiaridad viene el menosprecio. La muerte y la resurrección de Jesús pueden llegar a ser para nosotros eventos tan conocidos que llegan a carecer de significado para nuestras vidas.
Consideremos, entonces, no sólo lo que pasó, sino lo que significa para cada uno de nosotros. Busquemos el importe de los detalles. Hoy veremos dos cosas que Jesús logro con su muerte – para ti. En primer lugar, vemos que
Cristo fue separado de su Padre por ti
Mientras Jesús colgaba en la cruz bajo el sol abrasador de Palestina, una gran sombra cayó sobre toda la tierra. Algunos debaten la causa de la oscuridad – ¿un eclipse? ¿una nube? – pero mucho más importante que la causa física es el significado espiritual de este evento.
No sirve solamente como un detalle dramático. No debemos de imaginarnos a Dios como si fuera alguna especie de autor dramático, pensando: Ahora, ¿qué detalle puedo agregar para que parezca más emocionante? ¡Ya sé! ¡Mandaré la oscuridad!
No, esta oscuridad tiene un profundo significado espiritual. La oscuridad es símbolo del juicio. En varios pasajes del Antiguo Testamento se menciona la oscuridad como parte del día del juicio final. La oscuridad que cae, entonces, indica dos cosas: indica que el pueblo de Israel estaba bajo juicio por no haber reconocido al Mesías, e indica que Jesús estaba sufriendo el juicio merecido por cada uno de nosotros.
Luego de tres horas de oscuridad, Jesús lanzó un grito al cielo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Estas palabras son intensamente sorpresivas. Este es el mismo Jesús que había dicho: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo” (Mateo 11:27).
Este hombre que había demostrado una relación incomparable con Dios ahora preguntaba: “¿Por qué me has abandonado?” Los que estaban presentes no lo entendieron. Escuchando su voz en arameo, interrumpido por sus luchas por respirar, los que observaban creían que estaba llamando a Elías.
De cierto modo, era lógico que pensaran esto. Como sabemos, este profeta no murió, sino que fue llevado al cielo en un torbellino; existía el concepto en el judaísmo popular de que Elías vendría para rescatar a los justos en su sufrimiento. “Esta llamando a Elías”, decía la gente. Pero Elías no venía. Si Dios lo había desamparado, ¿cómo vendría Elías?
En su momento de mayor angustia, en su mayor sufrimiento, Jesús se encontró totalmente solo. ¿Será que sólo se sintió abandonado, pero no lo fue en realidad? Es imposible imaginar que quien conocía los corazones de los hombres no conociera el verdadero estado de su propio corazón.
Más bien, sucedía algo mucho más profundo. En aquel momento de juicio, en esa oscuridad tan profunda del pecado, Jesús se encontraba separado – por primera vez – de su Padre. Estando cargado de tus pecados y los míos, El ya no podía experimentar la presencia de su Padre – pues la santidad de Dios no puede presenciar el pecado.
Es imposible imaginar lo que sucedía en el corazón de nuestro Señor en ese momento. Que el Hijo de Dios y único varón perfecto estuviera cargado de pecado – ¿qué habrá significado? No nos lo podemos imaginar. Sabemos, sin embargo, que lo hizo voluntariamente. El sabía antes de tomar carne humana que éste sería su destino. Fue por este motivo que sudó gotas de sangre en el Getsemaní. Fue por este motivo que lloró. Sin embargo, voluntariamente se sacrificó – por amor.
En ese momento Jesús cargaba el pecado de violadores de niños, cargaba el pecado de homicidas, cargaba el pecado de ancianitas chismosas, cargaba el pecado de jóvenes impetuosos, cargaba el pecado de humildes campesinos codiciosos, cargaba el pecado de hacendados desalmados, cargaba el pecado de cada uno de nosotros.
Jesús fue separado de su Padre para que nosotros pudiéramos ser reconciliados con El. Sufrió el rechazo que nuestro pecado merece para que nosotros pudiéramos ser aceptados por nuestro Padre celestial. En ese momento de abandono, sucedió algo glorioso:
Cristo abrió el camino al Padre para ti
En ese momento de mayor abandono, Jesús entregó el espíritu. Aún en ese momento de sufrimiento, El seguía en control; escogió el momento de su propia muerte. Cuando su espíritu se separó de su cuerpo, se rasgó el velo del templo, de arriba abajo. ¿Qué significaría esto?
Significa mucho. En el lugar santísimo del templo moraba la presencia de Dios. Sólo una persona podía entrar a ese lugar, y él sólo una vez al año: el sumo sacerdote. La gran mayoría de las personas, gente como tú y como yo, estaba excluida de la presencia de Dios. Se podía acercar, pero quedaban barreras entre la presencia del adorador y la presencia de Dios.
Cuando Jesús murió, sin embargo, ese velo se rasgó. Se partió en dos pedazos para que pudiéramos entrar libremente a la presencia de Dios. El autor de la carta a los Hebreos se refiere a este evento cuando dice: “Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo”. (Hebreos 10:19-20)
Cuando Jesús murió, su muerte nos abrió un camino a la presencia de Dios. Por medio de El, podemos entrar con libertad y confianza directamente al trono de la gracia. No nos hace falta, como en días del Antiguo Testamento, que alguien más nos represente ante Dios. El único representante que necesitamos es Jesucristo.
Es más, notamos que el velo fue rasgado de arriba abajo. Bajo la ley del Antiguo Testamento, cualquier hombre que desafiara la ley divina y se introdujera en el lugar santísimo sin permiso moriría irremisiblemente. Si alguien hubiera roto el velo desde abajo arriba, no habría esperanza.
Pero ¡el velo se rompió de arriba abajo! ¡Dios mismo quitó la separación que existía a causa de nuestro pecado! Cuando Cristo tomó en su cuerpo toda nuestra rebelión y nuestro pecado, abrió el camino para que nosotros pudiéramos estar en la presencia de Dios. Su muerte nos dio verdadera vida.
Como testimonio de esto, después de la resurrección de Jesús, aparecieron también muchos santos que habían muerto. Aquí la palabra “santos” se refiere a los hombres de Dios del Antiguo Testamento. La resurrección de Jesús fue un evento tan poderoso que estas personas que lo habían esperado en base a las profecías no pudieron quedarse en la tumba.
La resurrección de estos santos es un adelanto de lo que sucederá con todos los que ponen en Jesús su fe. Jesús venció el pecado, cuyo poder es la muerte; por esto, cada persona que esté unida a Jesús por fe se unirá también a El en su resurrección.
Cristo fue separado de su Padre para que tú pudieras ser reconciliado con El. Cristo abrió el camino al Padre para que tú pudieras conocerle. Ahora, ¿qué harás tú con Cristo? ¿Olvidarás su sacrificio – hasta que llegue la próxima temporada de Pascua?
Entra hoy por ese camino que es Jesucristo. El velo está rasgado; puedes entrar libremente a la presencia del Padre. Tus pecados están pagados; puedes vivir en comunión con Dios. Todo esto lo hizo Cristo por ti. Ahora tú, ¿qué harás con El?