La restauración de la verdadera adoración
Cierto día, el poeta italiano Dante se encontró profundamente inmerso en la meditación durante un culto de la iglesia. Distraído en su contemplación de las grandezas de Dios, pasó un momento en el culto en el que era obligatorio arrodillarse – pero Dante se mantuvo de pie.
Sus enemigos corrieron al obispo para acusar a Dante de sacrilegio. Al ser confrontado con su presunto error, Dante respondió: Si los que me acusan hubiesen tenido los ojos y la mente fijados en Dios, como yo los tenía, ellos también habrían ignorado los eventos que los rodeaban, y con seguridad habrían ignorado lo que hacía yo.
En el contexto de la adoración nunca faltarán los que se fijan en las acciones de los demás y los usan como vehículo para sus propias ambiciones. Trágicamente, el ser humano fácilmente convierte la adoración en algo que se centra en él, en lugar de elevar su atención y sus sentimientos a Dios.
Hoy en día enfrentamos una insidiosa y destructiva tendencia. Me refiero a la transformación de la adoración en algo que se enfoca en el ser humano. Nos preguntamos: ¿cómo me hace sentir la adoración? ¿Me gusta este estilo de adoración? ¿Me inspira?
De pronto, la adoración se convierte en algo que se trata de nosotros, en lugar de ser algo que se enfoca en Dios. No me malentiendan. No estoy comentando sobre los diferentes estilos de adoración, porque en realidad, no tiene nada que ver con el estilo.
Es igualmente posible entonar himnos a Dios en una capilla antigua con piano y órgano y estar totalmente enfocado en uno mismo, como lo es cantar coros con una banda y estar enfocado en Dios. No es cuestión de estilos. Es cuestión de enfoque.
¿Qué tiene todo esto ver con nuestro tema, las visitas de Jesús al templo durante su vida? Sencillamente que el propósito de Dios en formar un pueblo para sí mismo, y el propósito de Dios en el templo, se centran en la adoración. Cuando la adoración es defectuosa, se forma un cáncer que paulatinamente se extiende por todo el cuerpo de Cristo.
Para comprender esto, tenemos que empezar con una idea básica:
Dios está buscando verdaderos adoradores
Desde el principio, Dios formó un pueblo para rendirle adoración. Cuando Dios llamó a Moisés para sacar a su pueblo de la esclavitud en Egipto, le dijo lo siguiente: «cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte». (Exodo 3:12, LBLA)
Esta sería la prueba para Moisés, y marcaría su propósito en sacar al pueblo. Cuando leemos el recuento del éxodo, salta a nuestra atención este propósito de Dios. Vez tras vez, cuando Moisés y Aarón se entrevistaron con el Faraón, le dijeron que el pueblo de Israel tenía que salir de Egipto para adorar a su Dios.
No le dijeron que tenían que salir porque las condiciones ya no se podían aguantar, aunque eran pésimas. No le dijeron que el pueblo tenía otro destino. No; su razón para salir era para adorar a Dios. Cuando por fin el pueblo salió después de las poderosas señales que Dios le mostró al Faraón, Dios le dio su ley y repitió el mismo concepto.
Leemos en Exodo 34:14: «pues no adorarás a ningún otro dios, ya que el SEÑOR, cuyo nombre es Celoso, es Dios celoso». Dios llama a su pueblo a serle fiel, destruyendo cualquier ídolo y adorándole sólo a El, porque El es celoso. El los había llamado y rescatado, y por ende, le pertenecían a El.
En muchos lugares, la Biblia hace una comparación entre la relación que tiene Dios con su pueblo y la relación matrimonial. Dicho sea de paso que es por esto que Satanás ataca tan fuertemente la santidad del matrimonio.
Cuando las personas se unen sexualmente fuera del matrimonio, sea en la llamada unión libre – que no es ni verdadera unión ni verdadera libertad – deshonran a Dios. Las llamadas “aventuras” deshonran la pureza de esa relación tan especial que debe de ser el matrimonio.
El matrimonio es especial porque representa la relación de Dios con su pueblo. ¿Cuál esposo estaría conforme con que su esposa anduviera con varios hombres? ¿Cuál esposa estaría dispuesta a compartir a su esposo con varias mujeres? Así se siente Dios acerca de su pueblo. No soporta que adoremos a otro. Con esto en mente, pasemos ahora a la lectura de hoy.
Lectura: Juan 2:13-22
2:13 Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén,
2:14 y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados.
2:15 Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas;
2:16 y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado.
2:17 Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume.
2:18 Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?
2:19 Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
2:20 Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?
2:21 Mas él hablaba del templo de su cuerpo.
2:22 Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho.
Nuestro Señor Jesús, aquel hombre tan manso que se quedó callado frente a sus acusadores aun ante la sentencia de muerte, se enfureció al ver lo que se estaba haciendo en el templo. ¿Por qué? Algunas personas, al leer esta historia, han concluido que el problema era la deshonestidad. Seguramente, piensan ellos, los cambistas estafaban y los vendedores cobraban precios injustos.
Es posible que haya sido así; pero éste no era el problema, según lo que leemos en el texto. Cuando Jesús se dirige a los que estaban realizando las ventas, les pregunta: «¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado?» El problema era el mal uso que se estaba dando al templo.
Originalmente, los vendedores de animales y los cambistas habían estado frente al templo, al otro lado del Valle Cedrón. Con el tiempo, sin embargo, se habían introducido dentro de los muros del templo. Ahora, cuando entraba el adorador buscando un lugar para confesar sus pecados, para ofrecer el animal cuya sangre los cubría, para oír a los levitas elevar sus cantos a Dios, lo único que escuchaba era el tintineo de las monedas de los cambistas, el mugido de los animales y el arrullo de las tórtolas.
Es más, los comerciantes se habían establecido dentro de la corte de los gentiles. Esta era la corte exterior del templo, el lugar al que entraban los buscadores de Dios que no eran de la raza judía. Ahora, sin embargo, esta corte estaba llena de comercio, no de adoración. Si tú y yo hubiéramos llegado al templo en aquel día, no habríamos encontrado lugar para adorar a Dios.
Dios está buscando adoradores. Por esto,
Dios odia cualquier cosa que estorba la verdadera adoración
Cuando Jesús entró al templo – aquel lugar que había sido separado y destinado para la adoración, el único lugar en todo el mundo donde moraba la presencia de Dios – y vio que estaba lleno de comerciantes en lugar de adoradores, reaccionó furioso frente al desplazamiento de la adoración.
Podemos comparar sus sentimientos con los de un padre que encuentra drogas en la mochila de su hijo. En lugar de los libros escolares que ayudarán a su hijo a prepararse para un futuro mejor, encuentra más bien substancias que perjudicarán su bienestar y lo llevarán a la perdición.
Es por este motivo que, como dice la Palabra, el celo por tu casa me consumirá. No porque el templo fuera un lugar bello, aunque lo era; no porque representaba algo sagrado, aunque era el lugar más sagrado del mundo; sino porque debía de ser un lugar dedicado a la adoración, y se había convertido en algo distinto.
Yo me pregunto: ¿de qué formas estorbamos nosotros la verdadera adoración? ¿En qué formas hemos nosotros metido animales y cambistas al templo de Dios? Cuando estamos reunidos para adorar, ¿tomamos el tiempo necesario para prepararnos? ¿O llegamos distraídos, pensando en mil otras cosas?
Cuando estamos adorando a Dios, no debemos de permitir que nada nos distraiga. Estamos aquí para El, no para distraernos ni para conversar con nuestro vecino, sino para estar en la presencia de Dios y adorarle. Creo francamente que muchos de nosotros no sabemos cómo hacerlo. No nos hemos disciplinados en la verdadera adoración.
El pecado también estorbará nuestra adoración a Dios. Si vamos a levantar nuestras manos ante El, tienen que ser manos limpias. Cuando el gato nos trae como regalo aquel ratón muerto y maltratado, no nos da mucho gusto. De igual forma, cuando le traemos a Dios una adoración impura, tampoco le da gusto.
Ya que Dios odia cualquier cosa que estorba la verdadera adoración,
Dios establece la verdadera adoración a través de Jesucristo
Jesús mismo nos da a entender esta realidad cuando responde de una forma tan misteriosa a los que le pidieron la razón de sus acciones. «Destruyan este templo», les dijo, «y lo levantaré de nuevo en tres días».
Tres años después, en su juicio, algunos recordaron estas declaraciones de Jesús, y trastornándolas, dijeron que El había hablado en contra del templo. Claramente no habían entendido lo que Jesús les quería decir.
El no se refería al templo de Jerusalén, que tenía ya cuarenta y seis años de construcción y aún no se había terminado. El se refería a su cuerpo, que era el nuevo templo establecido por Dios. El templo es la morada de Dios, y Jesús mismo sería el nuevo modo por el cual la gente se podría acercar a Dios.
Dicho de otro modo, el templo del Antiguo Testamento, aquel edificio que Dios mandó construir a Salomón, siempre había sido destinado a ser temporal. Era simplemente un anticipo, una señal hacia la venida del verdadero templo, el Salvador en quien podemos adorar a Dios en espíritu y en verdad.
Los líderes religiosos, enfocados como lo estaban en el precedente y la autoridad, no se dieron cuenta del cambio radical que estaba sucediendo frente a sus ojos. El sistema sacerdotal con sus sacrificios de animales sobre el cual ellos vigilaban estaba a punto de volverse obsoleto. Estaba entre ellos el nuevo templo, un templo viviente, pero ellos no lo reconocieron.
Incluso sospecharon que Jesús era profeta, pues le pidieron señal; Dios, sin embargo, no produce señales a nuestro antojo. Lo que Jesús había hecho era señal suficiente para el que tuviera ojos para ver; lo que Jesús haría al resucitar sería señal mayor.
Tristemente, muchos no lo vieron. Tres años después, en otra Pascua, Jesús encontró las mismas condiciones dentro del templo. Los cambistas habían levantado sus mesas, los mercaderes habían acorralado sus animales, y todo seguía como antes. No habían aprendido nada.
Cristo vino para restaurar la verdadera adoración que sólo se puede realizar por medio de la fe en El. Dios está buscando adoradores. ¿Serás tú uno de ellos? ¿Vivirás la vida frente a El, en su presencia, con adoración?
Sólo lo podrás hacer por medio de Jesucristo. En Jesús todo el sistema de sacrificios del templo encuentra su cumplimiento. El sacrificó su vida a tu favor, para que tú pudieras adorar a Dios en espíritu y en verdad por medio de El. Cuando vienes a Cristo con fe sincera y un corazón arrepentido te conviertes en un verdadero adorador.
Adoremos a Dios por medio de Jesús, no sólo de boca y de labios, sino de corazón y con toda nuestra vida.