La Oracion del Justo, Libro de Daniel
Sucedió en los días en que el golf apenas empezaba a exenderse alrededor del mundo desde sus orígenes escoceses que llegó un experto de Escocia para mostrarle al presidente de los Estados Unidos como se jugaba este nuevo deporte. El presunto experto colocó la pelota sobre el punto de lanzamiento y tomó el palo.
Dando un tremendo giro con los brazos, el escocés levantó una gran cantidad de tierra, la cual se depositó sobre la barba, el pelo y la ropa del presidente. La pelota, sin embargo, seguía inmóvil.
El golfista nuevamente se dirigió a la pelota, con el mismo resultado que la primera vez. Después de cinco o seis intentos infructuosos, el presidente observó: Veo que este deporte contiene mucha acción, pero no entiendo el punto de la bola.
Esta anécdota describe, en gran manera, el estado actual de nuestro mundo. Hay mucho movimiento, mucho comercio, mucha acción – pero nos preguntamos: ¿cuál es el punto de esta bola? En otras palabras, ¿qué propósito tiene este globo terráqueo en el cual habitamos?
¿Será, como creen algunos, que simplemente estamos aquí por casualidad? ¿Será que vamos tambaleando hacia un destino inseguro e incierto, sin propósito ni razón? El diseño del universo nos demuestra que fue creado por una gran inteligencia, un Dios que no hace las cosas sin motivo.
En el pasaje de hoy, Dios nos demuestra su plan para las edades, llevándonos hasta el fin de la historia. En un mundo que parece cada día más desorganizado y sin objetivo, es bueno recordar quién está en control de todo. Al ver su plan, podremos vivir para El con propósito y con esperanza.
Lectura: Daniel 9:1-19
9:1 En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos,
9:2 en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años.
9:3 Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza.
9:4 Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos;
9:5 hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas.
9:6 No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.
9:7 Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti.
9:8 Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos.
9:9 De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado,
9:10 y no obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.
9:11 Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos.
9:12 Y él ha cumplido la palabra que habló contra nosotros y contra nuestros jefes que nos gobernaron, trayendo sobre nosotros tan grande mal; pues nunca fue hecho debajo del cielo nada semejante a lo que se ha hecho contra Jerusalén.
9:13 Conforme está escrito en la ley de Moisés, todo este mal vino sobre nosotros; y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y entender tu verdad.
9:14 Por tanto, Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho, porque no obedecimos a su voz.
9:15 Ahora pues, Señor Dios nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, y te hiciste renombre cual lo tienes hoy; hemos pecado, hemos hecho impíamente.
9:16 Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro.
9:17 Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor.
9:18 Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias.
9:19 Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.
Si nos sentimos impotentes ante el caos de este mundo, podemos fortalecernos en espíritu con el gran ejemplo de Daniel. Aquí la Palabra nos muestra que
Dios escucha la oración del justo
Como dice Santiago: “La oración eficaz del justo puede lograr mucho” (Santiago 5:16). Daniel es prueba de esta gran realidad. Quizás tú no tengas una línea abierta a la oficina del presidente, pero puedes hablar con alguien mucho más importante. La oración es como la soga que toca una inmensa campana en el cielo. Cuando Dios oye la campana, su respuesta es inmediata.
Consideremos la oración que Daniel ofreció. La primera cosa que salta a la vista en nuestro pasaje es que Daniel basó su oración en la Palabra de Dios. Algunas décadas antes, Jeremías había profetizado el final del cautiverio. Daniel, por el poder del Espíritu, reconoció sus escritos como parte inspirada de la Biblia, y se dio cuenta de que el cautiverio debía durar setenta años.
Daniel mismo había sido llevado a Babilonia en el año 604 a.C.; el primer año de Darío, cuando suceden los eventos del capítulo 9, caería en el año 538 a.C. Calculando el lapso del cautiverio desde su propia captura, quedarían sólo 3 ó 4 años hasta que se pudiera cumplir la promesa de restauración. Daniel empezó a orar.
Hay una gran lección aquí para nosotros. Nuestras oraciones más poderosas son las que nacen de nuestra lectura de la Palabra de Dios. Cuando le pedimos a Dios lo que El nos quiere dar según su Palabra, El se goza en responder a nuestra petición. Últimamente, en mi propio tiempo con Dios, he empezado a leer primeramente una porción bíblicamente; luego, lo que he leído sirve como punto de lanzamiento para mis oraciones.
He hallado en esta práctica un nuevo poder. Como vemos aquí, no es algo novedoso; Daniel nos demuestra la relación entre la verdad bíblica y la oración. Cuando nuestras oraciones se basan en la Palabra, son sumamente poderosas.
Quisiera tener el tiempo necesario para considerar en detalle la oración de Daniel, pero deseamos llegar a la respuesta que Dios le dio. Por este motivo, daremos solamente algunas observaciones para que ustedes puedan considerar esta oración con más detalle en sus casas.
La base de su oración es la naturaleza de Dios. Esto es lo más importante para Daniel. La confianza que él tiene nace del Dios a quien él sirve, un Dios mucho mayor a los dioses de las otras naciones. Daniel le pide a Dios que defienda su gloria frente a las demás naciones.
Notamos también la importancia de la justicia de Dios. El castigo de Dios sobre su pueblo infiel muestra su justicia. Este punto es sumamente importante; si Dios no disciplinara a su pueblo desobediente, entonces tampoco serían seguras sus promesas de gracia. Para Daniel, era más importante defender la justicia de Dios que encontrar alguna salida para su pueblo.
Finalmente, podemos notar que la desobediencia de Israel resultó en su humillación, y esta humillación fue la cancelación de los beneficios del pacto que Dios había hecho con su pueblo. Pueden consultar en sus casas Deuteronomio 7:6, 28:7 y 28:10 para ver estos beneficios. Israel no guardó el pacto, así que Dios les impuso los castigos del pacto.
Les invito a volver a leer en sus casas los versos 5-19 con estos puntos en mente. Pasemos ahora a los siguientes versos.
Lectura: Daniel 9:20-23
9:20 Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios;
9:21 aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde.
9:22 Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento.
9:23 Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y entiende la visión.
Dios tiene a su disposición millares de mensajeros prestos para hacer su voluntad. Uno de los nombres de Dios en el Antiguo Testamento es Jehová Sabaot, el Señor de los ejércitos. Las huestes angelicales están listas en todo momento para hacer la voluntad de Dios. Dios responde de una forma singular a la oración de Daniel:
Dios envía su mensajero para hacer su voluntad
Como respuesta a la oración de Daniel, Dios le envió a Gabriel para aclararle las dudas. Las palabras del ángel contienen una de las frases más bellas que el ser mortal pudiera oír: Tú eres muy apreciado. Para Dios, todos sus hijos son preciosos. En otro verso, Dios llama a los suyos mis joyas.
Es más, en el momento de oír la oración de Daniel, Dios envió la contestación. ¿Por qué tardó Gabriel todo un día en llegar? El texto no nos dice. Sin embargo, podemos sacar una lección importante para nuestra propia experiencia. El hecho de que no veamos una respuesta inmediata a nuestra oración no significa que Dios no la haya escuchado.
Quizás no debamos de esperar que Dios envíe un ángel en respuesta a cada una de nuestras oraciones, pero podemos estar seguros de que El sí responderá. Es más, su poder nos rodea, y sus mensajeros nos cuidan. No descontemos el poder angelical.
Muchos creyentes alrededor del mundo dan testimonio del poder de los ángeles. Los niños misioneros que fueron protegidos por ángeles durante la insurrección de los Mau Mau en África darían testimonio. La anciana creyente china que vio a los ángeles venir para llevarla al cielo también lo daría.
Dios a veces usa mensajeros mucho más ordinarios. Su respuesta a tu oración podría venir por medio de algún creyente humilde, podría venir por medio de algún pasaje bíblico o incluso por medio de un incrédulo. Cuando el justo ora, Dios envía su mensajero para hacer su voluntad.
Veamos ahora lo que el mensajero de Dios le reveló a Daniel.
Lectura: Daniel 9:24-27
9:24 Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos.
9:25 Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos.
9:26 Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones.
9:27 Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador.
En estos versos,
Dios enseña su plan para las edades
Las setenta semanas que se mencionan aquí se relacionan directamente con el pueblo judío. El ángel relaciona la revelación que él da con el pueblo de Daniel y la ciudad de Jerusalén. Cuando llegamos al Nuevo Testamento, descubrimos lo que Pablo llama un misterio. El misterio es la inclusión de los gentiles en el plan de Dios como la Iglesia.
Estas setenta semanas, entonces, se relacionan directamente con el pueblo judío. El plan de Dios para el pueblo de Israel se resume con estas setenta semanas. Cada semana de la profecía representa siete años.
Empezamos con las siete semanas que corren desde la promulgación del decreto que ordena la reconstrucción de Jerusalén. Se promulgaron dos decretos relacionados con Jerusalén, pero el referente más probable para la visión de Daniel es el segundo decreto.
Este se dio a Esdras, en el año 457 (o posiblemente 458) a.C. El primer grupo de siete semanas nos lleva a 408 a.C., cuando la reconstrucción de Jerusalén estaba completada. Fue durante estos años que Esdras reinició la adoración en el templo, y Nehemías reconstruyó el muro.
Notamos que hay una traducción extraña en la Nueva Versión Internacional aquí. Daniel nos escribe de siete semanas, y sesenta y dos semanas. Los traductores de la NVI han colocado la llegada del príncipe elegido entre las siete semanas y las sesenta y dos semanas.
Esta es una traducción posible del hebreo; pero no es la mejor traducción. Debemos de entender que el príncipe elegido, el Mesías, es ungido y cortado después de las siete semanas y las sesenta y dos semanas, es decir, después de sesenta y nueve semanas.
Esto nos llevaría al año 27 d.C., el año del inicio del ministerio de Cristo. El fue crucificado, según cálculos, en el año 30. Esto viene, como dice el verso 26, “después de las sesenta y dos semanas”.
Luego de este evento sucede la destrucción profetizada de Jerusalén, que tuvo lugar en el año 70 d.C. Queda aún la última semana, que no se vuelve a mencionar hasta el verso 27. Esto indica un lapso entre la semana sesenta y nueve y la semana sesenta. Actualmente estamos viviendo en ese lapso.
La semana final tendrá lugar cuando surja el gobernante final del cuarto imperio de Daniel, el anticristo descrito en el capítulo 7. Hará un pacto con Israel; pero lo romperá, y después de tres años y medio vendrá el fin.
En conclusión, hemos visto que Dios tiene un propósito para su pueblo, y para esta tierra. La historia humana no es una serie de eventos al azar; tiene propósito y finalidad. Si nosotros vivimos ahora como Daniel vivió, en confianza y oración al Señor, podremos vivir con propósito y con seguridad.