La iglesia verdadera
En algún lugar de este país se observó el siguiente letrero frente a un templo: Iglesia Original de Dios, Número Dos. Se nota cierta incoherencia; si es la segunda, ¿en qué sentido es original? Tras este nombre, sin embargo, se discierne un impulso de exclusividad y pureza absoluta.
Seguramente si les preguntáramos a los miembros de aquella congregación cuál es la iglesia verdadera, nos responderían que la suya lo es. La pregunta es válida, aunque la respuesta quizás no lo sea. Cuando observamos la desconcertante variedad de grupos, de iglesias, de denominaciones, es fácil preguntarnos: ¿cuál será la iglesia verdadera?
Tristemente, me temo que algunas personas, frente a esta incógnita, pierden toda esperanza de encontrar la verdad y se lanzan a la vida mundana. Otros ciegamente se aferran a la tradición con la que se hayan criado, sin preguntarse si será verdad. Jesús tuvo algunas cosas muy fuertes que decir en contra de la tradición ciega.
La semana pasada hablamos de la identidad espiritual de la iglesia universal de Cristo. Dijimos que la iglesia universal es la iglesia como Dios la ve, la iglesia que consiste en todo verdadero creyente en todo lugar. Como dice 2 Timoteo 2:19, “El Señor conoce a los suyos”. La iglesia universal no se identifica con ninguna denominación u organización terrenal, sino que consiste en todos los que Dios conoce y que conocen a Dios por medio de Jesucristo.
La iglesia local, en cambio, es otra cosa. La iglesia local es el grupo con el que nos congregamos, la forma particular en que participamos de la vida de la iglesia de Cristo. Cuando observamos las iglesias locales, notamos una gran variedad entre ellas. Hay iglesias de muchas clases diferentes.
Muchas personas ven la iglesia como si fuera una tienda; siguen asistiendo hasta que haya algo que no les guste, y luego buscan otra tienda donde el servicio es mejor, o los precios son más bajos. Imagínese si las iglesias fueran como la Wal-Mart. Veríamos letreros que dirían: ¡Hoy el diezmo se ha reducido al 9,5%!
Esto, sin embargo, no es lo que Cristo desea para su iglesia. Sus deseos son muy distintos. ¿Qué quiere nuestro Señor para su iglesia? Y, como consecuencia, ¿a qué clase de iglesia debemos de pertenecer? Vamos a considerar dos puntos entre los cuales podremos hallar la respuesta.
Cristo desea la pureza de su iglesia
A veces me topo con personas que no han comprendido que no todas las iglesias predican el mensaje de salvación en Dios. Creen que cualquier lugar que se llame “iglesia” estará predicando la Palabra de Dios, y acuden a cualquier reunión sin discernimiento.
Tristemente, las sectas logran confundir y capturar a muchas personas debido a esta confusión. Sin embargo, si estudiamos las Escrituras, nos damos cuenta de que no todos los lugares donde se dice adorar a Dios son realmente templos verdaderos.
Cuando Jesús entrega su mensaje para las siete iglesias a Juan, describe una tal “sinagoga de Satanás”. Podemos verla en Apocalipsis 2:9: “Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás “, y nuevamente en el 3:9: “He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado”. Como podemos notar, Jesús habla de quienes dicen ser judíos, pero en realidad no lo son. Eran personas que declaraban ser parte del pueblo escogido de Dios, pero habían rechazado la verdad revelada de Jesucristo. Estaban, como lo hacía Pablo antes de su conversión, hostigando a los verdaderos creyentes en Jesús.
Ahora bien, si les fue posible a los judíos alejarse de la verdad de Dios, ¿será también posible que las iglesias cristianas se alejen de la verdad, y lleguen a ser iglesias falsas? Desgraciadamente, sí lo es. Tristemente, existen en la actualidad iglesias que se llaman cristianos, pero que no lo son. Allí no se predica el mensaje de salvación, sino algo diferente.
¿Cómo podemos saber si una iglesia es verdadera? Los reformadores del Siglo XVI tuvieron que considerar esta misma pregunta. Su respuesta nos puede guiar hoy. Lutero, el reformador alemán, y Calvino, el suizo, mencionaron las siguientes dos marcas de una iglesia verdadera: la predicación de la Palabra pura y la administración de las ordenanzas.
Esto es bíblico. Después de todo, el evangelio es lo que nos hace entrar a la iglesia. Si el evangelio no se está predicando, o si se está predicando otro evangelio, las personas no se estarán salvando, y allí no existirá iglesia.
Esto significa, entonces, que en las sectas donde quizás se haga algún uso de la Biblia, pero se pervierte el mensaje de salvación con conceptos humanos, la iglesia no está presente. Tenemos que desarrollar el discernimiento suficiente para saber si se nos está predicando la verdad o no.
De igual forma, en las iglesias que se han adaptado a la cultura actual, donde la Biblia ya no es la autoridad final y la Palabra definitiva de Dios, tenemos que concluir que la iglesia verdadera puede ya no existir tampoco.
Por otra parte, cuando estudiamos las reuniones de la iglesia primitiva, notamos que el bautismo y la cena del Señor marcaban estas reuniones. Un estudio bíblico, entonces, podría ser una función de la iglesia, pero no es una iglesia en sí. A la iglesia verdadera la marca la observancia de las ordenanzas que Jesús dio a sus discípulos.
Estas dos marcas nos pueden ayudar a identificar a una iglesia verdadera, pero también significan que no podemos identificar a ninguna organización visible con la iglesia verdadera. No podemos decir que la iglesia bautista, o la iglesia presbiteriana, o la iglesia católica es la iglesia verdadera. Más bien, notamos que existen algunas “iglesias” que, como la sinagoga de Satanás mencionada en Apocalipsis, realmente no son iglesias. Habrá otras denominaciones con algunas congregaciones que son iglesias verdaderas, y otras no; y habrá otras denominaciones donde la mayoría de las iglesias son verdaderas.
Esto dependerá de la pureza de la doctrina y la pureza de la vida de la iglesia. Una iglesia puede tener una declaración de fe totalmente ortodoxa, pero si empieza a tolerar el pecado y no llamar a los pecadores al arrepentimiento, pronto se alejará del Señor.
Ahora bien, la pureza de la iglesia no será total hasta que Cristo regrese. Si buscamos una iglesia perfectamente pura, seremos como cierto hombre infortunado. Este marinero fue rescatado tras años de vivir como náufrago en una isla desierta.
Cuando los guardacostas llegaron en barco para salvarlo, él empezó a mostrarles la isla donde había pasado tanto tiempo. A la distancia se veían tres estructuras rústicas. Le preguntaron al náufrago qué eran. El respondió: Ese primer cuarto es mi casa. Al lado, está la iglesia donde adoro al Señor. Los recién llegados se quedaron perplejos. ¿Qué es el tercer edificio? -le preguntaron. Ah, -respondió el hombre-, ésa es la iglesia a la que asistía antes.
Este hombre demuestra una actitud muy común en nuestros días. Es la actitud egoísta de buscar nuestra propia satisfacción, no la edificación de la iglesia. Debemos de buscar una iglesia verdadera, una iglesia donde se predique el evangelio y la Palabra en su pureza, y trabajar para edificarla. La edificación es esencial, debido al segundo punto que veremos hoy.
Cristo desea la unión de su iglesia
Pablo escribió a los Efesios: “Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Efesios 4:3). El Señor Jesús desea que su iglesia esté unida. El mismo oró, antes de su crucifixión: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:23).
Tenemos que preguntarnos, sin embargo: ¿a qué clase de unidad se refiere nuestro Señor? Algunas personas creen que se trata de la unidad visible, de ser una sola organización. Jesús nos está hablando de algo más, sin embargo. Nos está hablando de la unidad espiritual.
Lo podemos notar si seguimos leyendo el pasaje en Efesios. Leamos Efesios 4:4-6:
4:4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;
4:5 un Señor, una fe, un bautismo,
4:6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.
Estos versos nos hablan de la unión en el Espíritu y en el Señor. Es el Espíritu quien nos hace un cuerpo, y nos da la esperanza. Es el Señor en quien tenemos fe y en cuyo nombre nos bautizamos. Es decir, la unidad a la que nos llama Pablo es a la unión en el Espíritu y en el Señor Jesús, no la unión aparente de la organización.
Esto significa, entonces, que debemos de trabajar primeramente para mantener la unidad de nuestra propia iglesia, y trabajar también para unirnos con otros creyentes que tienen la misma fe que nosotros. Las formas en que se expresa esta unión pueden ser variadas; puede tomar la forma de reuniones unidas, de compañerismo entre hermanos, de campañas y otros esfuerzos evangelísticos.
Pero volvamos por un momento a la unión dentro de nuestra congregación local. Esto es algo que tenemos que trabajar para mantener. Existe cierta actitud egoísta de divisionismo que incluso se escuda con el concepto de la pureza. Dice Judas 19: “Estos son los que causan divisiones y se dejan llevar por sus propios instintos, pues no tienen el Espíritu”.
La persona que está viviendo conforme al Espíritu Santo de Dios no causará divisiones en la iglesia por cuestiones de segunda importancia. Incluso cuando se trate de una cuestión central de doctrina, su actitud será pacífica. Sólo después de mucha oración y muchos esfuerzos por rectificar la situación considerará la posibilidad de busca otra iglesia.
Existen casos donde la separación es necesaria, pero esto sólo se debe dar en situaciones de herejía total. Cuando el apóstol Juan escribe acerca de los falsos maestros, por ejemplo, dice: “Todo el que se descarría y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la enseñanza sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguien los visita y no lleva esta enseñanza, no lo reciban en casa ni le den la bienvenida” (2 Juan 9-10).
Aparte de estos casos donde nos encontramos con personas que tergiversan y pervierten la Palabra, a tal grado que el evangelio ya no se predica y la persona de Dios o sus mandamientos quedan invalidados, debemos de trabajar para mantener la unión que Cristo desea de su iglesia.
Pureza y unión. ¿Será posible mantener estas cosas en nuestra iglesia? ¡Estoy seguro que sí! Si nos rendimos al control del Espíritu Santo, el Espíritu de santidad que trae pureza y el Espíritu de amor que trae unión, el deseo de nuestro Salvador se puede realizar entre nosotros.
Pidamos su ayuda para que nuestra iglesia verdadera se mantenga fiel a las enseñanzas bíblicas y sea una luz de salvación.