Correr para ganar
Algunos años atrás se hizo una encuesta interesante. Se hizo la misma pregunta a un grupo de madres en los Estados Unidos y un grupo de madres en Japón. La pregunta fue ésta: ¿Cuál es la cosa más importante para que un niño sobresalga en los estudios?
Las respuestas de las madres fueron iluminadoras. La mayor parte de las madres estadounidenses respondieron que lo más importante para sobresalir académicamente era la habilidad. Las madres japonesas, en cambio, respondieron que el esfuerzo era la clave para el éxito en los estudios.
¿Explicará esta diferencia de actitud la razón por la que Japón ha tenido tanto éxito en las últimas décadas? Más allá de esto, ¿habrá una lección para nosotros como creyentes en los resultados de esta encuesta? Creo que sí.
Hay muchos de nosotros, por ejemplo, que sentimos que no podemos lograr nada para el Señor porque no hemos sido dotados con grandes habilidades. Quizás no tuvimos la oportunidad de estudiar. Quizás no poseemos los dones de un Billy Graham o Luís Palau. Quizás nos sentimos tan tartamudos como Moisés.
La Biblia tiene un mensaje para nosotros. Dios no está tan interesado en nuestra habilidad como lo está en nuestra disponibilidad. Vamos a ver hoy cuál es la clave para el éxito en esta carrera que es la vida cristiana.
Lectura: 1 Corintios 9:24-27
9:24 ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.
9:25 Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.
9:26 Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire,
9:27 sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.
Alguien ha dicho que la única cosa que se alcanza sin esfuerzo es la vejez. Si queremos conocer la victoria en nuestra vida, tenemos que esforzarnos. El éxito no nos caerá del cielo. Desde luego, sin la ayuda de Dios, nunca lo podremos lograr; sin embargo, Dios obra en unión con nuestra voluntad y nuestro esfuerzo.
Los corintios a quienes Pablo escribe conocían el mundo del deporte, pues cada dos años su ciudad era anfitrión de los juegos ístmicos. Estos juegos formaban parte, juntamente con las olimpiadas, de una serie regular de juegos griegos. Eran eventos mundialmente famosos, como también un enfoque de orgullo cívico para los corintios.
Tomando la imagen de los juegos, Pablo nos insta a considerar el ejemplo de los atletas que compiten en tales juegos para aprender cómo vivir la vida. En estas fechas en que se realizan las olimpiadas invernales en Turín, Italia, podemos aplicar las palabras divinamente inspiradas de Pablo a nuestras vidas también.
Consideremos tres grandes realidades que Dios nos comunica aquí. En primer lugar,
Dios nos llama a vivir para ganar
La preparación que se requiere de un atleta olímpico es realmente impresionante. Horas de esfuerzo diario, un estricto régimen de dieta y años de preparación se invierten para algunos pocos minutos de competencia.
Una carrera olímpica representa un conjunto de miles de horas de preparación entre todos los atletas representados. Sólo uno de ellos, sin embargo, se irá a la casa con la medalla de oro. Sabiendo esto, todos los participantes se esfuerzan a lo máximo para poder ser ese ganador.
¿Qué pensaríamos de algún corredor que se pusiera a conversar con los espectadores durante la carrera, o que sacara su teléfono celular para llamar a algún amigo? ¡Tendría que estar loco! Después de tanto esfuerzo para llegar a ese punto, sería una insensatez desperdiciar la oportunidad.
Muchas personas han sacrificado para que aquel corredor olímpico forme parte de la competencia. Han sacrificado dinero, tiempo y esfuerzo para que pueda tener la oportunidad de competir. Para que nosotros pudiéramos competir en la carrera de la vida, hubo Uno que hizo el sacrificio máximo. Él dio su vida para que nosotros pudiéramos alcanzar la vida y no la muerte.
Ahora sólo tenemos una oportunidad en esta carrera que llamamos vida. La carrera de nuestra vida es un poco más larga que una carrera olímpica. Es un maratón, no una carrera de velocidad. Sin embargo, a la luz de la eternidad, es una carrera breve – con consecuencias sumamente largas.
Hay una diferencia significativa entre nuestra vida y las olimpiadas, sin embargo. Sólo uno gana en los juegos olímpicos; en la vida cristiana, todos pueden ser ganadores. Cuando Pablo nos dice que corramos para ganar, no nos está diciendo que sólo uno de nosotros ganará. Más bien, nos está llamando a correr con todas nuestras fuerzas.
Hay en estas palabras un gran aliento. Significan que es posible ganar. Es posible triunfar en la vida cristiana. La victoria es una posibilidad, gracias al sacrificio de Jesús, para cada uno de nosotros. Y esa victoria vale la pena, porque
Dios nos promete un premio eterno
En los juegos ístmicos el premio era una corona de ramas de pino, de apio o de laurel. Representaba un gran honor, desde luego, pero como dice aquí Pablo, era un premio que se echa a perder. Como aquellas flores del día del amor y la amistad que se están secando, se marchitaba con el tiempo.
Podríamos pensar que los premios modernos son más duraderos, pero ¿sabías que el premio de oro de las olimpiadas no es realmente de oro? Es de plata bañada en oro. La realidad es que los premios de este mundo no siempre son lo que parecen ser. De cualquier forma, no pueden tener una permanencia eterna.
¿Para que sacrificar nuestra vida por algo que no va a durar? ¿Para que entregar el alma por algo que no es eterno? Nosotros nos esforzamos como creyentes para recibir, como dice Pablo, un premio que dura para siempre.
¿Cuál es ese premio? Cuando la Biblia nos habla de la corona que nosotros podemos recibir, lo hace con dos sentidos diferentes. En algunos pasajes, nos habla de la corona de vida eterna que recibiremos por nuestra fidelidad al Señor.
Un ejemplo de esto se encuentra en Santiago 1:12. Leemos: “Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman”.
En otros pasajes, la corona es un premio por el servicio. Hablando a los ancianos, Pedro dice lo siguiente: “Así, cuando aparezca el Pastor supremo, ustedes recibirán la inmarcesible corona de gloria” (1 Pedro 5:4).
Pedro no nos está diciendo que los ancianos se ganarán la salvación mediante su fiel servicio. Está diciendo que habrá un premio especial, un reconocimiento eterno e imperecedero para los que sirven con fidelidad y con esmero.
¿A cuál de estas dos clases de corona se refiere Pablo, entonces, cuando nos dice que corramos para recibir la corona que dura para siempre? Bueno, quizás tenía en mente las dos cosas. Por un lado, la Biblia nos habla a perseverar. Es sumamente importante mantenernos fieles al Señor, pues la prueba de nuestra fe es la perseverancia.
Por otra parte, también vale la pena esforzarnos por la corona de la gloria, la corona de honor que Dios dará a los que le han servido con esmero. En el contexto anterior, Pablo está hablando de su servicio al Señor. Para realizar bien este servicio, él mismo se sometió a disciplinas y sufrimientos con el fin de que muchos conocieran el evangelio.
Para servir de esta forma, no es necesario ser pastor o misionero; a todo el que le sirva con dedicación, Jesús dirá: “Bien hecho, buen siervo y fiel; entra al gozo de tu amo”.
Si tenemos la oportunidad de recibir tal bendición mediante nuestro fiel servicio, ¿cómo lo podemos lograr? Vemos en seguida que
Dios nos instruye en la disciplina ganadora
Ya hemos mencionado que el entrenamiento del atleta olímpico es un proceso arduo. ¿Cómo nos preparamos para servir al Señor? Pablo aquí nos dice: “Golpeo mi cuerpo y lo domino”.
El apóstol quizás estaba pensando en el boxeo, que era parte de los juegos ístmicos. Los boxeadores de aquel día no tenían guantes acolchados como los de hoy. Para poder ganar, era necesario resistir las bofetadas duras y dolorosas de la oposición.
Pablo dice que él mismo golpea su cuerpo. No lo dice en sentido literal; en ninguna parte de la Biblia se menciona que Pablo se haya flagelado o maltratado el cuerpo como lo han hecho algunos religiosos de otras eras. Más bien, habla en sentido figurado. Nos da a entender que, en lugar de mimar su cuerpo con lujos, estaba dispuesto a sufrir si era necesario para el Señor.
Además de esto, disciplinaba su cuerpo para no dar lugar a los deseos carnales que resultan en la glotonería, en la lujuria, en la codicia. Si no hemos aprendido a decirle que no a nuestros propios cuerpos, no podremos serle útiles al Señor en su servicio. En cambio, la disciplina de no comer para pasar algún tiempo en oración, la disciplina de levantarnos temprano para estar en la casa del Señor y las otras formas en que nos disciplinamos nos sirven como preparación para correr bien la carrera.
No podemos pensar en la carrera de la vida sin hacernos la pregunta: ¿qué hago si me caigo? Quizás te has caído – has caído moralmente, has caído en el desanimo, has caído en la frialdad. Esta semana pasada durante las olimpiadas la patinadora americana Sasha Cohen se cayó no una, sino dos veces.
¿Qué hizo esta joven? ¿Se quedó llorando en el hielo? ¿Se retiró de los juegos? No, se levantó y siguió patinando, y como resultado, se ganó la medalla de plata. Si te has caído, no te quedes abajo. Dios no te ha rechazado. Dios no te desecha. Él te extiende la mano para levantarte y ayudarte a seguir en la carrera.
¿Estás corriendo para ganar? ¿Te estás disciplinando, para poder recibir la corona gloriosa de honor? Si te has caído, levántate. Si te has distraído, enfócate. Si te has cansado, busca nuevas fuerzas del Señor.