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Jesús, el maestro que te puede enseñar a vivir


enseñar a vivir

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¿Quién nos enseñará a vivir?

Existen en este mundo cursos, maestros y libros que nos enseñarán a hacer cualquier cosa. Hay libros de recetas para la cocina. Hay libros para aprender la plomería o la carpintería. Hay libros acerca de la computación, acerca de las matemáticas – incluso hay libros acerca de la lectura.

Esa última combinación parece un poco extraña. Recuerdo que, cuando estudiaba en el seminario, uno de mis textos se titulaba “Leer el Antiguo Testamento” – y alguien, al verlo, me preguntó: ¿Qué de chiste tiene eso? A fin de cuentas, simplemente se abre y se lee.

Bueno, quizás hay momentos en los que hacemos más difíciles las cosas de lo que son. Entre tantos libros que nos enseñarán infinidad de cosas, sin embargo, hay una gran carencia. ¿Quién nos enseñará a vivir?

Sólo tenemos que observar el gran número de vidas arruinadas que nos rodean para darnos cuenta de que hace falta tal maestro. Si vivimos la vida a nuestro antojo, según nuestro propio gusto, no escogeremos las mejores opciones.

Hoy continuamos con nuestra serie de encuentros con Jesús dentro de los muros del templo en la ciudad de Jerusalén. Ese edificio era el lugar de encuentro entre Dios y la humanidad, el lugar donde la presencia de Dios se encontraba y se podían hacer sacrificios para el perdón de los pecados.

Sin embargo, estaba presente uno que tomaría el lugar del templo. Como vimos la semana pasada, su cuerpo era el nuevo templo; ahora sería por medio de El que la humanidad podría acercarse a Dios. Cada uno de nosotros tiene esa oportunidad por medio de la fe.

Hoy encontramos a Jesús en una de las tres grandes fiestas de la nación judía, la fiesta de los tabernáculos. Era una fiesta muy divertida, pues por varios días, todo el país hacía camping. En los campos, en las azoteas y en los patios aparecían enramadas o chozas hechas de palos de árbol.

Durante este tiempo, todos se quedaban en las enramadas. La fiesta servía como recordatorio de los años que los israelitas habían vivido en el desierto como nómadas. Servía, a la misma vez, como una fiesta de la cosecha de las viñas y los olivos. Esta doble celebración se combinaba bien, pues al recordar sus años de vagar por el desierto, los israelitas también celebraban la riqueza de la tierra a la que Dios los había llevado.

En medio de esta fiesta tan alegre, Jesús se aparece en el templo. Veamos lo que sucede.

Lectura: Juan 7:14-24

7:14 Mas a la mitad de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba.
7:15 Y se maravillaban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?
7:16 Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.
7:17 El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.
7:18 El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia.
7:19 ¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme?
7:20 Respondió la multitud y dijo: Demonio tienes; ¿quién procura matarte?
7:21 Jesús respondió y les dijo: Una obra hice, y todos os maravilláis.
7:22 Por cierto, Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres); y en el día de reposo circuncidáis al hombre.
7:23 Si recibe el hombre la circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané completamente a un hombre?
7:24 No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.

Jesús tuvo que actuar con cierta cautela. El sabía hasta dónde podía arriesgarse sin llevar a un encuentro precipitado con los líderes religiosos. No hacía mucho que había limpiado el templo por primera vez, y El tenía mucha fama entre la gente.

Por este motivo, Jesús esperó hasta la mitad de la fiesta para subir a Jerusalén. De esta forma, llegó sin dar lugar a las manifestaciones populares y debajo del radar de los líderes religiosos. Desde luego, ellos sabían que El estaba allí; pero no se buscó ninguna confrontación.

La primera cosa que vemos a Jesús hacer aquí es enseñar. La corte del templo era un lugar donde los rabinos, los maestros judíos, solían instalarse para enseñar a sus seguidores. Si recuerdan la historia de la visita de Jesús al templo durante su niñez, recordarán que fue precisamente en la corte del templo que lo hallaron sus padres, conversando con los maestros religiosos.

Esta tradición tenía su origen con Esdras, el sacerdote que había reestablecido la adoración en el templo después del exilio, unos quinientos años antes del nacimiento de Jesús. La enseñanza, entonces, se relaciona con el templo. Cualquier maestro que valiera la pena tarde o temprano llegaría a enseñar junto al templo – y me imagino que había varios allí durante esta fiesta.

En Jesús, sin embargo, había algo diferente. De El se comentaba con frecuencia que su enseñanza era distinta a la de los maestros de la ley de su día. Aquí, la gente se maravilla de que una persona sin preparación pudiera enseñar con tanto conocimiento. La respuesta de Jesús nos demuestra la diferencia entre El y los demás.

“Mi enseñanza no es mía”, les responde Jesús, “sino del que me envió”. La enseñanza de Jesús es de directo origen divino. Sólo El conoce directamente los planes del Diseñador. Vemos, entonces, que

Jesús es el maestro que te puede enseñar a vivir

Hay muchos expertos con diferentes especialidades que nos enseñarán acerca del matrimonio, acerca del éxito en el trabajo, acerca de la mejor forma de manejar nuestros sentimientos y muchas otras cosas. En algunas ocasiones, sus enseñanzas pueden ser buenas.

Sin embargo, surge la pregunta: ¿en qué se basan para hacer sus declaraciones? En realidad, su única base es la experiencia humana. Si siguen un buen proceder científico, reúnen los resultados de muchas observaciones y sacan conclusiones basadas en los datos reunidos.

No es posible para ningún ser humano, sin embargo, saberlo todo acerca de la vida humana. No tenemos el conocimiento absoluto que nos permitiría hablar con total certeza. Por esto, incluso los expertos se cambian de idea cuando surgen nuevos estudios con nuevos resultados.

Sólo hay Uno que lo sabe todo acerca de la raza humana. ¿Saben quién es? Si no se lo imaginan, permítanme comentarles acerca de un artículo que leía recientemente acerca de un disco que acaba de salir. No recuerdo el nombre del disco, ni es importante; lo interesante es que el autor del artículo trataba de analizar el significado de la letra de algunas de las canciones, pues era algo misteriosa.

¿Se imaginan lo que hizo este autor para entender el propósito del autor? Podría haber consultado con muchos expertos musicales, pues no hay carencia de tales personas. Pero hizo algo aun mejor; ¡entrevistó al artista! El fue la persona que pudo explicar su intención como autor.

De igual manera, los expertos nos pueden hablar de la vida, pero sólo el Diseñador nos puede decirnos cómo El nos diseñó para vivir. Sólo el Creador sabe cuál fue su intención para nosotros. El sabe si nos creó para vivir en la borrachera o en la sobriedad, en la honestidad o la mentira, en el dominio propio o en la lascivia.

Jesús, al ser enviado del Padre, al compartir su esencia y enseñar sólo lo que dice el Padre, es el maestro con más autoridad del mundo. Su autoridad es absoluta. ¡Con razón se maravillaba la gente de la enseñanza de Jesús!

Ahora bien, una cosa es que Jesús tenga la autoridad para enseñar, y otra es que tú aceptes esa autoridad. Dios no te obligará a aceptar la verdad. Si tú no quieres reconocer que Jesús dice la verdad, nadie te va a obligar – pero tendrás que atenerte a las consecuencias. Tendrás que enfrentar la realidad de una vida sin sentido y sin futuro. De hecho,

Jesús sólo te puede enseñar si te dispones a vivir como Dios quiere

Observen con cuidado el verso de Juan 7:17. Dice así: “El que está dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta” (NVI). Jesús dice a los que le critican que no son capaces de juzgar su enseñanza, pues sus corazones no están bien.

Muchas veces tratamos de calificar la voluntad de Dios desde afuera. Decimos, por ejemplo: Eso no me parece práctico. Cuando Dios dijo eso, seguramente no estaba pensando en el mundo actual. Nuestra cultura tiene otras costumbres.

Nos llenamos de pretextos para no cumplir con la enseñanza de Jesús, e incluso decidimos que no es práctica, que no es moderna, que no es actual. La verdad es que sólo podremos saber si lo que Jesús dice es verdad si tenemos un corazón dispuesto a hacer la voluntad de Dios.

Si nuestro corazón no está bien, nos parecerá ilógico lo que Dios pide. Nos parecerá extremo, impráctico, imposible de guardar. Sólo podemos reconocer que las palabras de Jesús son palabras de vida si primero hemos tomado esa decisión que la Biblia llama arrepentimiento.

Al reconocer nuestro pecado, al ver que el camino de vida que el mundo nos enseña no nos llevará a nada bueno y al dar la espalda al pecado para buscar a Dios, nuestro corazón experimenta una transformación que nos hace capaces de reconocer lo que es bueno.

Una persona que no está buscando la voluntad de Dios simplemente no la podrá reconocer. Le parecerá ridícula. Es por esto que tantas de las personas más inteligentes y más estudiadas del mundo no reconocen la verdad divina. La inteligencia y el estudio no son suficientes para esto; es cuestión del corazón.

Si tú no entiendes por qué vale la pena hacer la voluntad de Dios, ¿estás seguro de que tu corazón esté bien? Si no comprendes el valor de vivir conforme a las enseñanzas de Cristo, ¿te has dispuesto a hacer la voluntad de Dios?

Esto es primordial. Es también sumamente valioso, pues

Jesús quiere darte vida total

En el verso 21, Jesús habla con sus interlocutores acerca de una sanidad que El había realizado en el día sábado. Desde luego, el día sábado era el día separado para la adoración de Dios, y no se debía de hacer ningún trabajo en ese día. Jesús había hecho una obra de misericordia al sanar a un hombre paralizado. Este milagro lo registra Juan en el capítulo 5.

La religiosidad de la gente no les permitió ver que Jesús estaba realizando la obra de Dios. Ellos sólo veían sus normas legalistas. Jesús no vino para cargarnos de más reglas minuciosas. El vino para traernos vida verdadera, esa vida que El mismo había mostrado al sanar al hombre lisiado.

El legalismo sólo puede limitarnos. La verdadera libertad que Cristo trae nos da vida en verdad, una vida de gozo, de paz, de perdón y de reconciliación. Es por este motivo que te conviene aprender de Jesús. Es por este motivo que te conviene venir a El y aprender de El.

¿Quieres saber más de este hombre? ¿Quieres ser su discípulo? Lo puedes hacer. Aunque El ya no está en la tierra, tenemos un registro fidedigno de sus palabras en los evangelios. Puedes empezar leyendo los capítulos cinco, seis y siete del evangelio de Mateo. Aquí encontrarás uno de los sermones de Jesús.

Antes que nada, sin embargo, tienes que decidir: ¿seguirás sus enseñanzas? ¿Le abrirás tu corazón? Si sólo las estudias por curiosidad, quizás llegues a entender algo. Para que experimentes su transformación, sin embargo, tienes que venir con el corazón abierto. Jesús es el maestro que puede cambiar tu vida y enseñarte a vivir, pero sólo lo hará si tú se lo permites.

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