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El arrepentimiento-Prepárate para recibir al Rey


El arrepentimiento

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El arrepentimiento, Prepárate para recibir al Rey

Hace algunos años, un hombre se convirtió a Cristo. Lo extraño del caso no fue su conversión en sí, sino el hecho de que, como resultado, confesó su participación en un asalto que había tenido lugar hacía muchos años.

Como ya se había caducado el estatuto de limitaciones, no se le pudo procesar por el delito. Sin embargo, el hombre sintió que su nueva fe en Cristo demandaba de él una confesión. Es más, voluntariamente pagó la porción del dinero robado que le había tocado.

La vida de este hombre demuestra el verdadero arrepentimiento. La palabra ha perdido su significado para muchas personas. Se sienten «arrepentidos» cuando toman una mala decisión en los negocios, o cuando ven las malas consecuencias de alguna acción.

¿Cuántas veces no hemos oído que alguien diga, Estoy arrepentido de haber comprado ese carro. Me salió muy mal? En este sentido, el arrepentimiento es simplemente un remordimiento por una mala decisión. No implica nada para el futuro.

Cuando la Biblia nos habla del arrepentimiento, sin embargo, tiene en vista algo muy diferente. Hoy empezamos a prepararnos para la temporada navideña, y vamos a considerar el ministerio de Juan el Bautista.

Creo que nos gustaría reclamar a Juan para nuestra denominación, pero su nombre no indica nada acerca de la iglesia a la que pertenecía. Más bien, indica su papel de bautizador. Juan era primo de Jesucristo, y era mayor que él por unos pocos meses.

El ministerio que Juan desenvolvió años después del nacimiento de Jesús, sin embargo, nos tiene mucho que enseñar acerca de la forma apropiada de prepararnos para su venida. No olvidemos que en estas fiestas celebramos la primera venida de Jesucristo; él vendrá una segunda vez, y debemos de mantenerlo siempre en vista.

Lectura: Lucas 3:1-6

3:1 Y en el año quince del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia,
3:2 Siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra del Señor sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
3:3 Y Él vino por toda la tierra al rededor del Jordán predicando el bautismo del arrepentimiento para la remisión de pecados;
3:4 Como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías que dice: Voz del que clama en el desierto: Aparejad el camino del Señor, Haced derechas sus sendas.
3:5 Todo valle se henchirá, Y bajaráse todo monte y collado; Y los caminos torcidos serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados;
3:6 Y verá toda carne la salvación de Dios.

Leeremos este pasaje en pedazos, para ir viendo diferentes puntos en el camino. La primera cosa que notamos en este pasaje es la lista de nombres extraños y, para la mayoría de nosotros, desconocidos que encabeza el pasaje.

Sería fácil brincarlos, buscando llegar de inmediato a la «carne» del pasaje; pero cada detalle de la Escritura tiene significado. En este caso, vemos que Lucas, como historiador cuidadoso, coloca los eventos que siguen dentro de su lugar en la historia. No estamos leyendo uno de esos cuentos de «érase una vez»; esto se trata de algo que tuvo lugar en un lugar concreto y en un momento específico de la historia.

Notamos luego, si tenemos las antenas extendidas, algo insólito. Me refiero al hecho de que Lucas menciona a dos sumos sacerdotes, Anás y Caifás. Si usted no conoce mucho del Antiguo Testamento, esto le podría parecer normal; permítame decirle que este situación era extraordinaria.

Bajo el sistema que Dios había dado al pueblo judío para guardar el antiguo pacto, el oficio de sumo sacerdote era de por vida, y sólo había un sumo sacerdote a la vez. La razón por la que encontramos aquí a dos es que el sumo sacerdocio se había convertido en un premio político.

Todos hemos visto la forma en que los nuevos presidentes echan a todos los miembros de la administración anterior para colocar a sus secuaces en las mejores posiciones; es la realidad de la política. La posición de sumo sacerdote, que debía de ser símbolo de lo más sagrado, se había convertido precisamente en tal muestra de favor político, y el resultado fue la presencia en Israel de dos hombres que echaban mano del título de sumo sacerdote.

Con simplemente nombrar a estos dos hombres, entonces, Lucas nos está señalando el declive espiritual que existía en aquel momento en que Juan recibió el mensaje de Dios en el desierto. Lejos de la apatía y pragmatismo que existían en Jerusalén, Juan se levantó con un nuevo mensaje de arrepentimiento.

Un bautismo de arrepentimiento era algo desconocido en aquellos tiempos. A los prosélitos gentiles, se les bautizaba; pero la mayoría de los judíos consideraban que ya estaban bien con Dios, en virtud de pertenecer por nacimiento al pueblo escogido.

Juan se levantó con un mensaje radical: Todos sin excepción tenían que arrepentirse y prepararse para la llegada del Señor que venía a su pueblo. Como parte de ese mensaje, sin embargo, hay un gran optimismo. Es un mensaje muy positivo, pues nos dice que

Podemos disfrutar de la presencia del Rey

Pensemos en lo que Juan le decía al pueblo. Su mensaje fue éste: ¡Prepárense, porque el rey viene! Juan fue una figura dura y profética, y sin embargo, ése no es un mensaje negativo; ¡es un mensaje de esperanza! Significa que hay algo mucho mejor que lo que estamos viviendo. Hay Uno que puede transformar por completo nuestra realidad.

Recuerdo una vez que el Papa llegó a Lima. Fue increíble la transformación de la ciudad en los meses anteriores a su llegada. Los parques fueron arreglados, los baches rellenados, los bordillos de las calles pintados, y todo quedó en orden para su llegada.

No es mi deseo ni honrar ni criticar al Papa; lo que pretendo es que veamos cómo se consideró necesario hacer preparativos para su venida. No le podía recibir una ciudad cualquiera; tenía que ser una ciudad preparada, embellecida, digna de su presencia.

Si tales preparativos fueron necesarios para un simple hombre, ¿qué preparativos serían apropiados para la visita del Hijo de Dios, el Salvador, el Rey? Usando lenguaje alegórico, el profeta Isaías anunció de antemano la predicación de Juan bajo las figuras de rellenar los valles para preparar el camino para el que venía.

La preparación a la que se refería, sin embargo, no era a la preparación de las carreteras, sino la preparación de los corazones. Jesús debía llegar a un pueblo preparado. La misión de Juan fue preparar a ese pueblo mediante el arrepentimiento.

Yo me pregunto: ¿por qué no nos preparamos para la venida de Cristo? Creo que la respuesta es que hemos perdido la expectativa de su venida. Cristo viene de varias formas; viene para salvar a cada persona que se entrega a él en fe, viene para bendecir a su iglesia de diversas formas en distintos momentos, y vendrá para llevarse a su pueblo algún día.

¿Cuántos de nosotros vivimos con la expectativa de que Cristo va a venir? ¿Cuántos estamos esperando que él haga algo aquí en esta iglesia? ¿Cuántos vivimos pensando que Cristo podría regresar hoy, para llevarnos con él, y que debemos de hacer que cada minuto cuente?

Hemos perdido el poder en nuestras vidas porque hemos perdido las expectativas. El mensaje de Juan para nosotros es que el Rey ya viene. ¡Esperémoslo! ¡Qué no nos encuentre desapercibidos! Estoy convencido de que perdemos muchas bendiciones por parte de Dios, simplemente porque no las esperamos.

No me refiero a bendiciones materiales, primordialmente, sino a las bendiciones espirituales que Dios quiere derramar sobre nosotros. Nos acostumbramos a la rutina y vivimos conformes con las cosas como están. Nos hemos olvidado del mensaje de Juan: ¡El Rey viene! ¡Prepárense! ¡Podemos disfrutar de la presencia del Rey!

Para hacerlo, sin embargo,

Tenemos que prepararnos para su presencia

Lectura: Lucas 3:7-9

3:7 Y decía á las gentes que salían para ser bautizadas de Él: ¡Oh generación de víboras, quién os enseñó á huir de la ira que vendrá?
3:8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis á decir en vosotros mismos: Tenemos á Abraham por padre: porque os digo que puede Dios, aun de estas piedras, levantar hijos á Abraham.
3:9 Y ya también el hacha está puesta á la raíz de los árboles: todo árbol pues que no hace buen fruto, es cortado, y echado en el fuego.

A las personas que se acercaban a él para ser bautizados, Juan señalaba la necesidad de un arrepentimiento verdadero. Creo, francamente, que nos hemos perjudicado al ignorar el mensaje de Juan, lo cual explica el estado de muchas de nuestras iglesias.

Juan señaló a los de su día, como nos señala a nosotros, la importancia de estar preparados para el juicio que vendrá. Los judíos dependían de su posición como miembros del pueblo de Dios para defenderlos del juicio. Creían que por haber nacido dentro de la nación de Israel, estaban protegidos.

Juan corrige esta idea errónea al señalarles que no debían depender del hecho de tener a Abraham como antepasado. Dios no está interesado en personas de cierta sangre; está interesado en personas que lo busquen.

Dos veces repite Juan esta idea: Produzcan frutos que demuestren arrepentimiento. El verdadero arrepentimiento que nos prepara para disfrutar de la presencia del Rey es un arrepentimiento que produce frutos en nuestra vida.

Cuando llegamos a creer en Cristo, el arrepentimiento es parte del proceso. Tenemos que arrepentirnos y creer en Cristo. Si ese arrepentimiento es genuino, habrá un cambio en nuestras vidas.

Pero hay también un arrepentimiento continuo que tenemos que ejercer en nuestras vidas. Debido a que aún retenemos la presencia del viejo hombre en nosotros, tenemos constantemente que rechazar los viejos instintos, recordar en quien hemos creído y regresar a la cruz para ser limpiados.

De otro modo, nos alejaremos paulatinamente del Señor que nos redimió. Tenemos cada día que examinarnos y buscar esas actitudes, esas palabras, esas acciones que no le agradan a Dios.

Hay algo que sorprende a muchas personas. Conforme más nos acercamos a Dios, peores nos vemos a nosotros mismos. Conforme más nos vayamos acercando a la presencia de Dios y conociéndole, más nos iremos dando cuenta de nuestras fallas e imperfecciones.

A veces un nuevo creyente simplemente se ha dado cuenta de algunos pecados en su vida, y considera que con un poco de trabajo los puede vencer. Para su sorpresa, sigue descubriendo más y más pecados – errores que él ni siquiera sabía que existían – y es muy fácil que se desanime.

Hasta cierto punto, el proceso de arrepentimiento en nuestras vidas es como llegar al centro de una cebolla. Es fácil quitar la cáscara; pero luego sigue otro estrato, y otro, y otro, y parece que nunca llegaremos al centro.

Sin embargo, cada cebolla tiene un centro; y Dios quiere ayudar a cada uno de nosotros a llegar a ese nivel de madurez en el que no vivimos ciegos a nuestros mayores errores, sino que hemos aprendido a rendírselos a él.

Si queremos conocer el poder y la presencia de Cristo en nuestras vidas, y si queremos tener seguridad cuando él regrese, es la única forma. Tenemos que prepararnos mediante un arrepentimiento sincero.

Según el escritor romano Virgilio, los romanos a veces torturaban a sus cautivos amarrándolos a un cadáver. Conforme se descomponía el cadáver, el efluvio de líquidos enfermaba y mataba al cautivo.

Nosotros también nos encontramos encadenados a un cadáver. Es nuestra vieja naturaleza. Sólo el arrepentimiento sincero y la fe en Cristo Jesús nos pueden hacer libres. Entremos a esta temporada navideña dispuestos a preparar el camino para nuestro Señor.

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