En las últimas semanas hemos estudiado los mandamientos que Dios dio a su pueblo para guiar su comportamiento. Repasemos:
- No tengas otros dioses además de mí.
- No te hagas ningún ídolo.
- No tomes en vano el nombre del Señor tu Dios.
- Recuerda el día de reposo, para santificarlo.
- Honra a tu padre y a tu madre.
- No mates.
- No cometas adulterio.
- No robes.
- No des falso testimonio en contra de tu prójimo.
Hoy llegamos al décimo mandamiento. En cierto sentido, este mandamiento es distinto a los otros nueve. Alguien podría pensar que obedecer los otros mandamientos es sólo cuestión de cuidar su comportamiento exterior, como quien le da una manita de gato a su viejo cacharro antes de venderlo. Este mandamiento, sin embargo, va mucho más allá. Llega al corazón.
Antes de hablar a fondo de este mandamiento, veremos la historia de un hombre que lo desobedeció. Este personaje lo tenía todo. Era rey, con un bello palacio en una región agradable y de buen clima. Este hombre podía hacer lo que él quisiera, dentro de los límites puestos por la ley.
Sin embargo, no estaba contento. Había algo que, como una pequeña piedra dentro del zapato, lo molestaba. El pensaba que no podría ser feliz mientras las cosas seguían como estaban. Quizás tú también te has sentido así. Veamos lo que sucedió con este hombre.
Lectura: 1 Reyes 21:1-4
21:1 Pasadas estas cosas, aconteció que Nabot de Jezreel tenía allí una viña junto al palacio de Acab rey de Samaria.
21:2 Y Acab habló a Nabot, diciendo: Dame tu viña para un huerto de legumbres, porque está cercana a mi casa, y yo te daré por ella otra viña mejor que esta; o si mejor te pareciere, te pagaré su valor en dinero.
21:3 Y Nabot respondió a Acab: Guárdeme Jehová de que yo te dé a ti la heredad de mis padres.
21:4 Y vino Acab a su casa triste y enojado, por la palabra que Nabot de Jezreel le había respondido, diciendo: No te daré la heredad de mis padres. Y se acostó en su cama, y volvió su rostro, y no comió.
Acab quería el viñedo de Nabot, pero éste no se lo quería dar. Tenemos que entender el por qué para comprender a fondo esta historia. En la nación de Israel, bajo el pacto de Dios con los judíos, la propiedad pasaba de una generación a otra. La propiedad se consideraba un legado que Dios había dado a la familia, y se debía de pasar de generación en generación.
Cuando Nabot le dijo que no a Acab, entonces, no estaba mostrando una simple terquedad. El se estaba comportando como buen israelita y como buen hijo, protegiendo y valorando el legado que había recibido de sus padres. Comparemos esta actitud con la de Acab.
Acab tenía todo lo que una persona podría esperar. Sus propiedades eran extensas, y me imagino que tenía muchos viñedos en otras partes del país, pero – él quería ese viñedo en particular, ese viñedo que colindaba con su propiedad. Se puso de mal humor porque no lo podía tener.
Nunca nos ponemos así nosotros, ¿verdad? ¡Nunca deseamos un carro nuevo, aunque el carro que tenemos es perfectamente servible! ¡Seríamos incapaces de tales sentimientos! Pero por supuesto, hablo en broma; todos podemos identificarnos con Acab, porque todos hemos sufrido las picaduras de aquel bicho llamado codicia.
Ahora, resulta que Acab tenía una esposa. Ella no era cualquier esposa; era hija de otro rey. Acab se había casado con ella para poder tener mejores conexiones políticas con otros países. Sin embargo, su esposa tuvo efectos muy nocivos sobre Acab y sobre su reinado. De hecho, el nombre de esta mujer ha llegado a ser sinónimo de la crueldad y de la malicia. Veamos lo que hace ella.
Lectura: 1 Reyes 21:5- 7
21:5 Vino a él su mujer Jezabel, y le dijo: ¿Por qué está tan decaído tu espíritu, y no comes?
21:6 El respondió: Porque hablé con Nabot de Jezreel, y le dije que me diera su viña por dinero, o que si más quería, le daría otra viña por ella; y él respondió: Yo no te daré mi viña.
21:7 Y su mujer Jezabel le dijo: ¿Eres tú ahora rey sobre Israel? Levántate, y come y alégrate; yo te daré la viña de Nabot de Jezreel.
Acab, a pesar de no ser una persona devota, a pesar de ser idólatra, aún conservaba algo de la conciencia bíblica que Dios había inculcado a su pueblo. A él no se le ocurrió tratar de conseguir el viñedo de Nabot por medios inescrupulosos.
Su esposa, en cambio, no compartía sus escrúpulos. Ella había sido criada en una cultura completamente ajena a la de Israel. Ella no sabía nada del Dios de la justicia y la verdad. En su país, los reyes hacían y deshacían a su antojo.
Ella le pregunta a Acab: ¿No eres tú quien manda en Israel? Es una gran ironía, pues se supone que Dios era el que mandaba en Israel. El rey tenía que gobernar bajo la autoridad divina. Con esta simple declaración de Jezabel vemos cuánto se había alejado Acab de la fe de sus antepasados.
Nuestra sociedad se está acercando cada día más a este mal ejemplo. Estamos dejando atrás la autoridad de Dios y estamos escuchando la voz de Jezabel, la voz diabólica, que dice: ¿No eres tú el que manda en tu propia vida? ¿No tienes tú el derecho y la capacidad para decidir lo que vas a hacer?
En el jardín, Satanás les dijo a Adán y a Eva: Seréis como dioses. Usurpamos el lugar de Dios cada vez que ignoramos sus mandamientos y escogemos nuestro propio camino. Pero el destino de ese camino puede no ser el que nosotros pensamos. Veamos lo que sucede.
Lectura: 1 Reyes 21:8-16
21:8 Entonces ella escribió cartas en nombre de Acab, y las selló con su anillo, y las envió a los ancianos y a los principales que moraban en la ciudad con Nabot.
21:9 Y las cartas que escribió decían así: Proclamad ayuno, y poned a Nabot delante del pueblo;
21:10 y poned a dos hombres perversos delante de él, que atestigüen contra él y digan: Tú has blasfemado a Dios y al rey. Y entonces sacadlo, y apedreadlo para que muera.
21:11 Y los de su ciudad, los ancianos y los principales que moraban en su ciudad, hicieron como Jezabel les mandó, conforme a lo escrito en las cartas que ella les había enviado.
21:12 Y promulgaron ayuno, y pusieron a Nabot delante del pueblo.
21:13 Vinieron entonces dos hombres perversos, y se sentaron delante de él; y aquellos hombres perversos atestiguaron contra Nabot delante del pueblo, diciendo: Nabot ha blasfemado a Dios y al rey. Y lo llevaron fuera de la ciudad y lo apedrearon, y murió.
21:14 Después enviaron a decir a Jezabel: Nabot ha sido apedreado y ha muerto.
21:15 Cuando Jezabel oyó que Nabot había sido apedreado y muerto, dijo a Acab: Levántate y toma la viña de Nabot de Jezreel, que no te la quiso dar por dinero; porque Nabot no vive, sino que ha muerto.
21:16 Y oyendo Acab que Nabot era muerto, se levantó para descender a la viña de Nabot de Jezreel, para tomar posesión de ella.
Observen hasta dónde llega el proceso que empezó con la codicia de Acab. Nabot, como hemos visto, cumplía con los mandamientos de Dios al proteger la herencia que Dios había dado a su familia. Jezabel, para satisfacer la codicia de su esposo, rompe casi todos los demás mandamientos.
Primeramente, ordena que dos personas se perjuren. ¿Recuerdan el mandamiento 9 – no des falso testimonio en contra de tu prójimo? Era precisamente lo que Jezabel insistió en que hicieran los dos sinvergüenzas para poder condenar al inocente de Nabot.
Lo hace con el fin de matarlo – mandamiento 6, no mates – para poder quedarse con la propiedad de Nabot para su esposo. Con el fin, en otras palabras, de robar – mandamiento 8. Y podríamos continuar; esto sucede porque Jezabel ha traído consigo la adoración a sus dioses falsos, en contra de los primeros dos mandamientos.
Pero lo que vemos con claridad es que la codicia nos lleva a quebrantar los demás mandamientos. Es con buena razón que Jesús nos dice que la maldad nace en el corazón. “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios” (Mateo 15:19), y muchos otros pecados. En el corazón codicioso de Acab empezó el proceso que terminó con la muerte injusta de Nabot.
Y Acab se quedó callado. El no le preguntó a Jezabel cómo había llegado a morir Nabot. El, como rey, tenía la responsabilidad de proteger la justicia en su país. Sin embargo, cuando la codicia se apodera de tu corazón, ya no te interesan los derechos de los demás. Ya no puedes amar a tu prójimo como a ti mismo.
¿Cómo reaccionaría Dios a este evento? Veamos.
Lectura: 1 Reyes 21:17-26
21:17 Entonces vino palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo:
21:18 Levántate, desciende a encontrarte con Acab rey de Israel, que está en Samaria; he aquí él está en la viña de Nabot, a la cual ha descendido para tomar posesión de ella.
21:19 Y le hablarás diciendo: Así ha dicho Jehová: ¿No mataste, y también has despojado? Y volverás a hablarle, diciendo: Así ha dicho Jehová: En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre, tu misma sangre.
21:20 Y Acab dijo a Elías: ¿Me has hallado, enemigo mío? El respondió: Te he encontrado, porque te has vendido a hacer lo malo delante de Jehová.
21:21 He aquí yo traigo mal sobre ti, y barreré tu posteridad y destruiré hasta el último varón de la casa de Acab, tanto el siervo como el libre en Israel.
21:22 Y pondré tu casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de Ahías, por la rebelión con que me provocaste a ira, y con que has hecho pecar a Israel.
21:23 De Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo: Los perros comerán a Jezabel en el muro de Jezreel.
21:24 El que de Acab fuere muerto en la ciudad, los perros lo comerán, y el que fuere muerto en el campo, lo comerán las aves del cielo.
21:25 (A la verdad ninguno fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba.
21:26 El fue en gran manera abominable, caminando en pos de los ídolos, conforme a todo lo que hicieron los amorreos, a los cuales lanzó Jehová de delante de los hijos de Israel.)
¡Creo que no le gustó mucho a Dios la actitud de Acab! La justicia se haría. Se cumplió la profecía tal como se había dado, pues cuando murió Jezabel, cayó de una gran altura, y los perros lamieron su sangre. La violencia de la reacción divina nos demuestra cuánto odia El los frutos de la codicia.
Es por esto que leemos el décimo mandamiento.
Lectura: Exodo 20:17
20:17 No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.
Dios nos prohíbe codiciar cosa alguna que sea de nuestro prójimo. ¿Cómo lo sabe Dios? Dios conoce nuestro corazón. Podemos esconder la codicia de los demás – por lo menos, hasta que se exprese en otros pecados más visibles; pero Dios conoce nuestro corazón.
¿Qué significa codiciar? La codicia es un deseo egoísta de tener lo que le pertenece a otro. No es codicia querer progresar y tener alguna posesión. Por ejemplo, si queremos comprar una casa más grande porque nuestra familia se ha vuelto numerosa, no debemos de pensar que estamos codiciando.
La codicia consiste en desear lo que es de otra persona. Si deseamos la casa o el carro del vecino, o nos sentimos obligados a comprar una casa o un carro más grandes simplemente porque el vecino los tiene, ya hemos caído en la codicia.
Lo opuesto a la codicia es el contentamiento. Si estamos contentos y agradecidos con Dios por lo que El nos ha dado, estaremos protegidos contra la codicia. La codicia entra fácilmente en el corazón que no le da gracias a Dios por las bendiciones recibidas.
La codicia también refleja una equivocación fundamental acerca de la vida. Muchas veces nosotros codiciamos, porque creemos que nuestro valor o nuestra importancia dependen de las cosas que tenemos. Cuando vemos a alguien que tiene más, entonces, sentimos envidia de esa persona, y comenzamos a codiciar sus pertenencias.
Jesús nos dice, sin embargo, que la vida del hombre no consiste en la abundancia de sus posesiones (Lucas 12:15). El valor de tu vida no tiene nada que ver con el valor de tu cuenta bancaria, o con el valor de tu casa o de tu coche. El valor de tu vida te la da Dios. Si tú estás en relación con El, si tú has recibido a Cristo como tu Señor y Salvador, tu vida tiene valor porque la estás viviendo para El.
Es por esto que nos dice Pablo: “La piedad con el contentamiento es gran ganancia” (1 Timoteo 6:6). No es gran ganancia tener muchas cosas; es gran ganancia aprender a estar contentos y agradecidos, porque amamos a Dios. Esto nos protegerá de la codicia.
En cierta ocasión, un hombre decidió envenenar una colonia de hormigas que picaban. Puso los gránulos de venenos alrededor de la entrada a la colonia, y se puso a observar. Las hormigas pronto salieron y, pensando que habían encontrado comida, empezaron a llevar los granitos hacia adentro.
De pronto, sin embargo, observó algo singular. Otra clase de hormiga, que no era dañina y que él no intentaba matar, descubrió la deliciosa comida de las otras hormigas y la empezó a robar. Codiciando lo que estaba destinado para matar a las otras hormigas, buscaron su propia muerte.
La codicia puede hacernos lo mismo a nosotros. La única solución es tener la satisfacción al centro de nuestra alma que sólo Jesucristo puede proporcionar. Cuando conocemos su amor y disfrutamos de su paz, no tenemos que desear otras cosas – porque ya lo tenemos todo.