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Confrontación cristiana


Confrontación cristiana

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Confrontación cristiana

La confrontación. Es una palabra que a ninguno de nosotros nos agrada, a menos que tengamos un carácter pugnaz. No nos gusta la idea de pelear, de tener argumentos, de estar en desacuerdo con otra persona.

Por naturaleza, la mayoría de nosotros prefiere una vida tranquila y sin pleitos. No queremos que nadie nos acuse de ser pendencieros. Consideremos por un momento, sin embargo, el ejemplo de nuestro Señor Jesús.

El mismo se describió a sí mismo como “apacible y humilde de corazón” (Mateo 11:29), y sin embargo, echó a los cambistas y los vendedores de animales del templo a la fuerza. Enfrentó a los fariseos de una forma directa. Dijo claramente a los saduceos que estaban en error, pues no conocían ni las Escrituras ni el poder de Dios.

Obviamente, tenemos que ampliar nuestra definición de la humildad cuando tomamos en cuenta el ejemplo de nuestro Señor. La apacibilidad y la humildad no significan que jamás confrontaremos el error de otros.

Al contrario; la humildad y la madurez se ven precisamente en saber cuándo y cómo confrontar a otra persona. La confrontación puede volverse ocasión de estorbo cuando nace de motivos egoístas o expresa el deseo de controlar a la persona.

Hoy veremos el ejemplo de una confrontación que tuvo lugar entre dos grandes figuras de la fundación de la Iglesia – los apóstoles Pedro y Pablo. Enfocaremos dos preguntas, viendo la base doctrinal de la controversia y las lecciones prácticas que podemos sacar de ella para nuestras vidas.

Lectura: Gálatas 2:11-21

2:11 Empero viniendo Pedro á Antioquía, le resistí en la cara, porque era de condenar.
2:12 Porque antes que viniesen unos de parte de Jacobo, comía con los Gentiles; mas después que vinieron, se retraía y apartaba, teniendo miedo de los que eran de la circuncisión.
2:13 Y á su disimulación consentían también los otros Judíos; de tal manera que aun Bernabé fué también llevado de ellos en su simulación.
2:14 Mas cuando vi que no andaban derechamente conforme á la verdad del evangelio, dije á Pedro delante de todos: Si tú, siendo Judío, vives como los Gentiles y no como Judío, ¿por qué constriñes á los Gentiles á judaizar?
2:15 Nosotros Judíos naturales, y no pecadores de los Gentiles,
2:16 Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para que fuésemos justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la ley; por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada.
2:17 Y si buscando nosotros ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera.
2:18 Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo á edificar, transgresor me hago.
2:19 Porque yo por la ley soy muerto á la ley, para vivir á Dios.
2:20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó á sí mismo por mí.
2:21 No desecho la gracia de Dios: porque si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.

Aquí Pablo nos recuenta un enfrentamiento que tuvo lugar entre él y Pedro cuando éste vino a Antioquia, la ciudad donde se encontraba la iglesia en que Pablo sirvió por muchos años, la ciudad donde por primera vez se dio el nombre de “cristianos” a los seguidores de Cristo, la iglesia que fue líder en la integración de judíos y gentiles en un pueblo de Dios.

Puede animarnos el reconocimiento de que aun Pedro, líder entre los apóstoles y predicador del sermón del día de Pentecostés, tuvo sus fallas. Eso nos indica que también para nosotros hay esperanza.

¿Por qué sintió Pablo la necesidad de confrontar públicamente a Pedro? ¿Cuál fue el error que cometió? En efecto,

¿Por qué confrontó Pablo a Pedro?

Primero, consideremos las razones por las que no confrontó a Pedro. No fue porque se sintió personalmente ofendido. Pedro no había hecho nada para que Pablo se sintiera atacado o amenazado personalmente.

Muchas veces surgen enfrentamientos entre personas que parecen tener una fuente espiritual o que se solapan con términos cristianos, pero que en realidad nacen de lo personal. Puede ser una especie de venganza, puede ser una forma de defensa propia, o pueden suceder muchas otras cosas.

Ninguna de esas cosas sucedía aquí. Pablo no confrontó a Pedro porque se sentía personalmente atacado. Tampoco lo hizo para desacreditarlo públicamente y así tomar su posición. Es obvio que Pablo de ninguna forma pretendía ocupar el lugar que ocupaba Pedro dentro de la iglesia.

¿Qué, entonces, movió el corazón de Pablo a tal grado que este apóstol, que en otro lugar dijo de sí mismo, “soy tímido cuando me encuentro cara a cara con ustedes” (2 Corintios 10:1), confrontara públicamente a otro apóstol? ¿Por qué le llamó la atención públicamente a Pedro de esta forma?

La respuesta es que era un asunto doctrinal. Ahora bien, cuando usamos esa palabra, muchas personas piensan en argumentos sin sentido acerca de puntos recónditos de interpretación bíblica. ¿Sabían que, por ejemplo, los teólogos de las edades medias discutían acerca del número de ángeles que podría bailar sobre la cabeza de un alfiler? ¡Esa sí es una discusión vana! No me puedo imaginar qué aplicación podría tener a la vida ni a nuestra relación con Dios.

El punto doctrinal que Pedro estaba negando prácticamente, con sus acciones, no era de esa índole; se trataba de un asunto vital. Pedro, con sus acciones, estaba impugnando la verdad del evangelio que lo había salvado.

Antes de que llegaran ciertos representantes de Jacobo, el líder de la iglesia de Jerusalén y medio hermano de nuestro Señor Jesús, Pedro compartía la comida con los gentiles. Esto nos podría parecer poca cosa, pero los judíos eran muy estrictos en evitar el contacto con los gentiles, pues pensaban que podrían contaminarse.

Pedro, sin embargo, había sido mostrado por Dios que estas costumbres ya no tenían ninguna base. Por medio de una visión, había entendido que Dios había declarado limpios a los gentiles también en base a la fe.

Cuando Pedro se doblegó ante la presión de estos cristianos judíos, entonces, y regresó a la vieja costumbre de separarse de los gentiles, en efecto estaba negando la suficiencia de Cristo. Con sus acciones estaba declarando que la fe en Cristo no era suficiente para salvar a una persona. Estaba dando a entender que los cristianos gentiles eran, de alguna forma, ciudadanos de segunda clase en el Reino de Dios.

La hipocresía de Pedro, al actuar de una forma cuando él muy bien sabía que no era correcta, y su responsabilidad como líder de la iglesia fueron las cosas que llevaron a Pablo a enfrentarlo públicamente y declarar la verdad de que Cristo es la única fuente de la salvación. Ningún rito, ninguna costumbre religiosa, ninguna reliquia de la ley antigua nos puede hacer aceptables ante Dios. Sólo la fe en Cristo lo puede hacer.

En un momento vamos a ver algunas aplicaciones de esta verdad para los que somos ya creyentes. Antes de eso, sin embargo, quiero decir a los que aún no han tomado esa decisión que es la decisión más importante que podrán tomar en su vida.

No hay otro que nos salve. Sólo Cristo pagó la pena de nuestros pecados en la cruz. Sólo podemos recibir el perdón de Dios si ponemos toda nuestra confianza en lo que Cristo hizo por nosotros. Nada más nos puede salvar.

Esta gran verdad es la razón por la que Pablo se enfrentó a Pedro. Si aún no has dado a Cristo el control de tu vida, no esperes más. Entrégale hoy tu corazón. El te salvará, te perdonará y te dará nueva vida.

Pasemos ahora a considerar otro punto. Viendo el ejemplo de Pedro y Pablo,

¿Cuándo debemos confrontar a otros creyentes?

Sería fácil para algunas personas tomar este ejemplo como pretexto para hacer de cualquier pequeña diferencia un escándalo en la Iglesia. En cualquier momento en que encuentren u oigan algo que no les guste, podrían quejarse en público y decir que simplemente están siguiendo el ejemplo de Pablo.

Esto no es lo que Dios desea de nosotros. El no quiere que busquemos pleitos. El no quiere que seamos pendencieros, o que tomemos el evangelio como pretexto para escudar nuestros deseos de dominar a otros.

Puede llegar el momento, sin embargo, en que sea necesario confrontar el error. ¿Cómo podemos saber si ha llegado ese momento? Podemos encontrar en esta historia tres pautas que nos pueden ayudar a discernirlo.

1. La confrontación es pública cuando el error es público, y tiene resultados públicos

Pablo confrontó a Pedro en público porque sus acciones eran públicas, eran vistas por toda la Iglesia y habían afectado a toda la Iglesia. Al ver que Pedro se retiraba de la comunión con los gentiles, los demás judíos creyentes habían empezado a hacer lo mismo, y se creó una división en la iglesia.

De igual forma, cuando vemos que algún líder está enseñando o demostrando algo que perjudica el bienestar de la congregación, tenemos la responsabilidad de confrontarlo bíblicamente.

Esto es algo que no sucederá a menudo en la mayoría de las congregaciones. Podemos notar que ésta es la única ocasión en el ministerio de Pablo que tenemos registrada una confrontación entre él y otro apóstol. La confrontación no debe ser cosa de todos los días.

Sin embargo, se ha visto en las últimas décadas la triste caída de iglesia tras iglesia que ha sucumbido ante el ataque de la falsa doctrina, sea la doctrina de la prosperidad material, la doctrina liberal que niega la divinidad y el poder salvador de Cristo o alguna de las otras doctrinas falsas que promulga el enemigo.

Estas iglesias caen porque nadie quiere enfrentar el error, y se predica y se enseña hasta que el verdadero evangelio ya no tiene cabida dentro de la vida de la iglesia. Esto es realmente triste. Cuando hay un error público, debemos enfrentarlo en un espíritu de amor y con oración.

2. La confrontación es distinta para líderes que para seguidores

Primera de Timoteo 5:20 contiene la instrucción de Pablo a Timoteo de corregir públicamente a los ancianos que caen en pecado, para que sirvan de escarmiento: “A los que pecaren, repréndelos delante de todos, para que los otros también teman”. Los líderes tienen una responsabilidad especial dentro de la Iglesia, y por ende, cuando caen en fallas o errores de gravedad, deben ser corregidos públicamente también.

3. La confrontación debe de limitarse a los asuntos de doctrina y moral

Notamos que la confrontación no se trató del color de las cortinas para el santuario, por ejemplo, o el lugar del retiro anual. Tristemente, en muchas congregaciones se pelea sobre cosas sin sentido. Esto no le agrada al Señor, ni contribuye al avance del evangelio.

Al contrario, es fácil que la comunidad se entere de lo que sucede dentro de la Iglesia, y se desilusione. Debemos de guardar celosamente la paz y la unidad de la congregación, salvo bajo circunstancias muy extraordinarias que tengan que ver con la verdad básica de la Biblia.

A veces quisiéramos creer que la Iglesia primitiva fue un paraíso de unión y de armonía. Como hemos visto hoy, no siempre fue así. Hubo pleitos y discusiones, y hasta los apóstoles como Pedro se equivocaron en momentos.

Aprendamos hoy a valorar la verdad del evangelio, tal como lo valoró Pablo. Aprendamos a enfrentarnos con otros sólo por las razones correctas, nunca por razones egoístas. Aprendamos, como Pedro, a recibir la corrección, y reconocer nuestros errores.

De esta manera, se podrá mantener la pureza de la Iglesia y del evangelio, y el Reino de Dios avanzará.

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