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¿Dónde está Jesucristo?


Dónde está Jesucristo

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¿Dónde está Jesucristo?


Se cuenta la historia de dos niños que eran muy traviesos. Jaimito y Jorgito eran el terror de sus maestros y la decepción de sus padres. Si se hacía alguna travesura, era casi seguro que este dúo estaba detrás de ella. Si se perdía algo, se podía buscarlo en la posesión de Jaimito y Jorgito. Finalmente, su mamá decidió que ya no podía lidiar con sus dos monstruos y fue a consultar a su pastor.

El pastor prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance para mejorar a Jaimito y Jorgito, así que llamó al primero a su oficina para hablar con él. El pastor pensó infundirle un poco de temor haciéndole recordar que había alguien que lo observaba en todo momento, así que le preguntó, en voz prepotente: ¿Dónde está Jesucristo?

Jaimito se quedó callado. El pastor preguntó otra voz, con voz algo más fuerte, ¿Dónde está Jesucristo? Nuevamente, Jaimito no dijo nada. Finalmente, pensando que el niño estaba jugando con él, el pastor repitió, casi gritando: ¿DÓNDE ESTÁ JESUCRISTO?

Jaimito se salió corriendo de la oficina del pastor, y no dejó de correr hasta encontrar a su hermano. ¡Tenemos que huir! -le dijo. – ¡Han perdido a Jesucristo, y piensan que nosotros lo tenemos!

Quizás estos niños no serían tan malcriados si entendieran algo acerca de la realidad de Jesucristo. Pero más allá de eso, podemos saber que Jesucristo nunca se perderá. Sin embargo, la pregunta del pastor es algo interesante. ¿Dónde está Jesucristo?

La respuesta obvia, por supuesto, es que Jesucristo está en todas partes. Siendo Dios, él es ubicuo. Sin embargo, podemos decir que Jesús no está presente de la misma manera en todas partes. En algunas partes, él está presente para bendecir y para revelarse. En otras partes, su presencia está oculta.

¿Dónde, entonces, está presente Jesús para bendición? ¿Dónde lo podemos encontrar? El pasaje de hoy nos da una respuesta.

Lectura: Apocalipsis 1:9-20

1:9 Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.
1:10 Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta,
1:11 que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
1:12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro,
1:13 y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.
1:14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego;
1:15 y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
1:16 Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.
1:17 Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último;
1:18 y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.
1:19 Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.
1:20 El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.

Aquí tenemos el recuento de cómo se llegó a escribir el libro de Apocalipsis. El apóstol Juan fue exiliado a la isla de Patmos por predicar la Palabra de Dios. El historiador Eusebio nos comenta que Juan fue exiliado por el emperador Domiciano en el año 95 d.C. y liberado por Nerva unos 18 meses después.

Un día domingo, el apóstol Juan se encontraba adorando a Dios en el Espíritu cuando recibió una visita muy especial. Podemos imaginarnos al apóstol, quizás de rodillas en oración, cuando oyó una voz muy fuerte que sonaba, cual trompeta, detrás de él.

La voz le ordenó que escribiera lo que estaba a punto de ver, y que lo enviara a las siete iglesias de Asia. Esa carta es el libro de Apocalipsis. Juan, como cualquier ser humano, sintió curiosidad; dio la vuelta para ver quién le estaba hablando. Lo que vio fue tan impresionante que Juan cayó como muerto. El vio que

Cristo es el glorioso Señor

¿Cuántos de nosotros negaríamos tal declaración? Creo que todos estaríamos de acuerdo. Sin embargo, podemos fácilmente concordar con una idea sin realmente tener un concepto definido de lo que significa. Nuestra fe llega a ser entonces como un globo: muy grande, pero sin contenido.

Para solucionar este problema, Jesús se revela a Juan de una manera que muestra su gloria y su grandeza. Jesucristo escogió esta apariencia para darnos un testimonio visible de lo que él es en realidad. La visión usa características visibles para presentar la realidad invisible.

Por ello, cada aspecto de su apariencia tiene un significado. Siete es el número de la perfección, y son siete las cualidades que señalan la perfección de Cristo.

Ante todo, vemos que él es el sacerdote mediador entre Dios y su pueblo. La túnica que llegaba a sus pies y la banda de oro simbolizan esto, ya que en el Antiguo Testamento el sacerdote llevaba una larga túnica. Las características de este Rey y Sacerdote siguen.

La blancura del cabello representa la sabiduría de Jesús. En el Medio Oriente, las canas eran señal de la sabiduría adquirida mediante una vida larga. En nuestra cultura, hacemos todo lo posible por lucir jóvenes y esconder las canas; la sabiduría, sin embargo, ha de respetarse. Jesucristo es la verdadera fuente de la sabiduría. El es el juez perfecto porque lo sabe todo.

Sus ojos resplandecientes como llamas de fuego nos muestran su vista penetrante. Jesucristo lo ve todo, hasta los pensamientos más íntimos de nuestro corazón. Podemos ocultar lo que pensamos de todos los demás, pero de Cristo nunca lo ocultaremos. Por ello, debemos de ser totalmente honestos con él.

Sus pies que parecían bronce al rojo vivo son símbolo de la fuerza en el juicio. Con esos pies de fuerza Jesús aplastará a sus enemigos. Con esos pies de fuerza Jesús dominará al mundo. Nos conviene asegurarnos de encontrarnos entre sus amigos y no sus enemigos.

En alguna ocasión recuerdo visitar las caídas de la Niágara en el estado de Nueva York. Al acercarnos a las caídas, se volvía imposible mantener una conversación. Apenas se captaba el grito de la persona que un tenía al lado. El inmenso ruido de las aguas al caer tapaba cualquier otro sonido.

Con este estruendo se compara la voz de Jesucristo. Su voz es tan poderosa que supera cualquier otro sonido. Nada puede resistir esa voz. A veces Dios habla en un susurro, como lo hizo con Elías; pero cuando muestra su poder, nadie lo resiste.

En la mano derecha – el lugar de poder – Jesús tiene las siete estrellas. Son los ángeles, los mensajeros, de las iglesias. Están protegidos por la poderosa mano de Jesús. Nadie los arrebatará de su mano.

De la boca de Cristo sale una espada. ¿Por qué de su boca? Sencillamente porque la victoria suya es la victoria mediante la Palabra y el testimonio. Jesús dio testimonio de la voluntad de su Padre, y sus seguidores dan testimonio de su poder. De este modo, se establece la victoria del Señor.

El rostro brillante de Cristo nos muestra su gloria divina, su preeminencia, y su victoria. Tal Señor merece nuestra adoración. Tal Señor es digno de nuestra alabanza. A tal Señor nos conviene unirnos. Y

Cristo tiene un mensaje para sus iglesias

¿Dónde está Jesucristo? Empezamos con esa pregunta. Aquí hallamos la respuesta: él anda entre los siete candelabros dorados.

Si consultamos el último verso de nuestro pasaje, nos damos cuenta de que los candelabros representan las iglesias, que deberán ser luces en el mundo. Jesucristo está entre ellas.

Esto debe de darnos mucho gozo. ¡Jesucristo está aquí! En medio de su iglesia, reunida para adorarle, él está presente. Él está aquí porque él es la razón de nuestra existencia.

Cuando Juan cae a sus pies como muerto, reacción típica ante una teofanía, Jesús se identifica como Dios – el Primero y el Último, el que vive – y luego habla de su misión redentora.

Ningún otro dios tiene poder como Dios lo tiene. Ningún otro dios vive en realidad. Y ningún otro dios se hizo hombre y anduvo entre nosotros, para entregarse en sacrificio por nuestros pecados.

Cristo no ha dejado de preocuparse por sus iglesias. Él tiene un mensaje para ellas. Ésta es la razón de su apariencia a Juan. Quería dar un mensaje para las iglesias, en sus diferentes situaciones.

¿Qué tal si uno fuera al doctor con migraña, y el doctor le diera una medicina para el hígado? Le diríamos: Doctor, yo no tengo ningún problema con el hígado. Lo que me duele es la cabeza. No importa, responde el doctor, Este mes sólo estamos dando medicinas para el hígado. Sería una tontería, ¿verdad? De igual modo, Jesús provee un mensaje a las iglesias según su estado de salud y según su necesidad individual.

En las próximas semanas, veremos los mensajes que Cristo entregó a las siete iglesias para ver qué aplicación tienen a nuestras vidas y a nuestra iglesia. Mientras tanto, debemos de recordar que Cristo está aquí entre nosotros. Debemos de prepararnos para escuchar su mensaje para nosotros. Debemos de invitar a otros para que oigan su mensaje.

Debemos también de trabajar para que nuestra iglesia sea un lugar en el que se oiga la voz de Dios. Si enseñas, esfuérzate en presentar la Palabra de Dios con fuerza y claridad. Si escuchas, ora por la persona que está al frente. Pídele a Dios que su poder se vea en su iglesia.

Cualquiera que sea tu responsabilidad en la iglesia – si traes el desayuno, si limpias el santuario, si diriges la música – hazla de tal modo que Dios sea glorificado, que la presencia real de Cristo se sienta a través de lo que tú haces.

¿Dónde está Jesucristo? Él está aquí – listo para oírte, para responderte, para hablarte y para amarte. Quizás en esta mañana tú no conoces su presencia en tu vida. Puedes conocerla.

Sencillamente pon en él tu confianza. Cree que él es quien dice ser. Humíllate ante él, y él te levantará. Él es el glorioso Señor, pero también es el Cordero sacrificado por ti. Acepta hoy su presencia en tu vida.

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