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El poder de las decisiones


El poder de las decisiones

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El poder de las decisiones

Un hombre y su esposa eran conocidos por la armonía de su matrimonio. Cuando un amigo les preguntó por qué se llevaban tan bien, el esposo le dijo: Antes de casarnos, llegamos a un acuerdo. Yo tomo todas las decisiones importantes, y mi esposa toma las decisiones menores.

¿Qué tal les funciona ese sistema? -le preguntó su amigo. ¡Magnífico! -respondió su amigo, -en los veinte años que tenemos de casados, jamás he tenido ninguna decisión importante que tomar.

¿Qué les parece? Interesante sistema, ¿no? Sabemos, sin que nadie nos lo explique, que la vida de ese hombre no era muy buena. Es una existencia triste cuando no se toma decisiones. Uno de los aspectos más tristes de la vida en la antigua Unión Soviética fue la carencia de opciones personales. En 1994 me tocó alojarme en algunos de los apartamentos construidos por los soviéticos en el país báltico de Estonia. La igualdad de todos los edificios y la uniformidad deshumanizaban a las personas al quitarles sus opciones.

Me temo, sin embargo, que hemos ido al otro extremo en nuestra cultura. El fundador de la compañía Ford, Henry Ford, dijo en alguna ocasión que sus clientes podrían tener cualquier color de Modelo T que quisieran, con tal de que fuera negro. Hoy en día, sin embargo, esa compañía vende carros en muchos otros colores.

Hoy, de hecho, no sólo se puede comprar un Ford nuevo en negro, también se puede escoger gris oscuro, verde titanio, azul perla, vino merlot, pueblo dorado, plata escarcha o blanco Oxford. ¡Esas son las opciones para un modelo no más!

Vivimos en una cultura que nos ofrece opciones que cada vez se multiplican más. Hoy en día, a nadie le gusta sentirse limitado. Nos encanta sentir que el futuro está completamente abierto. Llega al punto, sin embargo, en el que las opciones nos abruman – son demasiadas, y a veces quisiéramos que alguien eligiera por nosotros. A veces me siento así cuando llego al mostrador del supermercado con los cereales.

En medio de tantas opciones, en un mundo en el que cada día enfrentamos una multitud de elecciones que son, en su mayoría, insignificantes, me pregunto si nuestras decisiones más importantes no se pierden bajo un montón de decisiones sin importancia.

Los filósofos debaten si nuestra habilidad de tomar decisiones es real o sólo una ilusión, si nuestras elecciones las determina nuestros genes, nuestro ambiente o alguna combinación de factores. Sospecho que nos atrae esta idea, porque nos libraría de la responsabilidad por nuestras acciones.

Las Escrituras nos presentan un mundo en el que nuestras elecciones son de vital importancia, un mundo en que la decisión humana juega un papel vital. Las decisiones que tomamos pueden cambiar nuestros propios destinos, como también los de otros. La decisión es algo muy poderoso.

Desde el principio, en el Jardín del Edén, Dios ofreció a la humanidad una elección. Fue una decisión fácil, en realidad; lo único que tenían que hacer Adán y Eva era evitar el fruto de un árbol en particular. No obstante, ellos tomaron la decisión equivocada, y las consecuencias nos persiguen hasta el día de hoy.

Uno de los regalos más preciosos que Dios nos ha dado es esta habilidad para escoger. Sin la elección, el amor sería imposible. Sin la elección, no seríamos más que robots, programados para vivir la vida de cierta manera, sin ninguna posibilidad de controlar nuestro destino, peones en las manos del azar.

Un pensador cristiano de antaño lo dijo de esta forma: “El destino no es cuestión del azar. Es cuestión de la elección. No es algo que se espera, es algo que se logra.” Dios nos ha dado la capacidad para elegir, pero el enemigo de nuestras almas pretende pervertir esta habilidad, y poner algo bueno al servicio de la maldad.

Nuestras elecciones nos pueden llevar al bien – o al mal. En la vida del rey David, por ejemplo, un evento llevó a graves consecuencias que afectaron no sólo a David mismo, sino a la nación entera de la que Dios le había hecho líder. Busque conmigo 2 Samuel 11:1 para ver cuál fue esa decisión: “Y aconteció á la vuelta de un año, en el tiempo que salen los reyes á la guerra, que David envió á Joab, y á sus siervos con él, y á todo Israel; y destruyeron á los Ammonitas, y pusieron cerco á Rabba: mas David se quedó en Jerusalem. “

Solemos creer que el error más grande de David fue desear a Betsabé, seducirla y finalmente arreglar la muerte de su esposo para tratar de cubrir su propio pecado. El autor de Segunda de Samuel, sin embargo, nos muestra que el problema empezó mucho antes. Al mencionar que David se encontraba en el palacio durante la temporada en que los reyes van a la guerra, señala que la falla de David empezó con una mala decisión – la decisión de no cumplir con sus deberes como rey.

Muchas veces creemos que nuestras propias malas decisiones son inevitables. En muchos casos, sin embargo, cuando consideramos el asunto, nos damos cuenta de que las cosas no eran tan inevitables como quisiéramos creer. La vida que Dios nos ha dado es una vida de elecciones significativas – para bien o para mal.

Algunos cientos de años después de la vida de David, Elías enfrentó a una nación que se había vuelto incapaz de escoger. En realidad, la nación de Israel se pareció a cierto joven. Antes del Día del Amor y la Amistad, este muchacho llegó a una tienda y preguntó: ¿Tienen una tarjeta que diga, Eres la única que jamás amaré? Cuando le respondieron que sí, pidió siete tarjetas.

La nación de Israel también tuvo un problema con el compromiso. No se podía decidir. Estaba entre sí y no cuando consideraba quién iba a ser su Dios. Para ayudarles a decidirse, Elías hizo un pequeño concurso en el Monte Carmelo, una lucha entre el dios falso Baal y el Dios verdadero.

Antes del concurso, lanzó un reto al pueblo. Leámoslo en 1 Reyes 18:21: “Y acercándose Elías á todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra.”

Esta decisión es mucho más importante que cualquier otra. En este caso, el querer mantener todas las opciones abiertas es la elección equivocada. Me pregunto cuántos de nosotros tenemos un problema con el compromiso, queriendo mantener abiertas todas nuestras opciones cuando se trata del papel de Dios en nuestra vida.

Quisiéramos tener el seguro contra incendios, la certeza de que iremos al cielo y no al infierno, pero no queremos perdernos la supuesta diversión aquí en la tierra. El problema es que no funciona de esta manera. Es probable que descubramos que la diversión que pensábamos tener realmente no fue tan divertido, y que no estamos listos para el Reino de Dios tampoco.

Dios nos llama a usar la facultad para elegir que tenemos. Uno de los famosos siete pecados mortales es el pecado de la pereza. Ahora bien, la pereza no significa simplemente estar tirado en casa todo el día, comiendo chatarra y mirando la televisión. La pereza es la falta de ejercer la voluntad al escoger lo bueno, y más bien permitirse llevar uno mismo por la corriente.

Los héroes de nuestra fe fueron personas que mostraron la capacidad para escoger lo bueno. La fe de Abraham, por ejemplo, esa fe famosa acerca de la cual leemos tanto en las Escrituras, se expresó en una elección.

Cuando llegó la Palabra de Dios a Abraham, esa Palabra que le prometió una tierra, una descendencia y bendición para todas las naciones del mundo, Abraham respondió decidiendo dejar su propia tierra, partiendo para una tierra lejana.

Muchas veces pensamos que la fe es un sentimiento. Los sentimientos pueden ser parte de nuestra fe, pero la realidad final de la fe se expresa en una decisión. Abraham creyó a Dios, y le fue contado como justicia, dice la Biblia; esa fe no fue un sentimiento, una sensación subjetiva, sino que fue una fe que se expresó en acción decisiva.

De igual manera, cuando vemos el capítulo de la Biblia que más habla de la fe, Hebreos 11, podemos ver que la fe se expresa en decisión. Miremos, por ejemplo, el ejemplo de Abel en el verso 4: “Por la fe Abel ofreció á Dios mayor sacrificio que Caín, por la cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio á sus presentes; y difunto, aun habla por ella. ” Podríamos realmente decir que Abel ofreció un mejor sacrificio que su hermano por decisión.

En el verso 7 leemos acerca de Noé, quien decidió obedecer la Palabra que le llegó: “Por la fe Noé, habiendo recibido respuesta de cosas que aun no se veían, con temor aparejó el arca en que su casa se salvase: por la cual fe condenó al mundo, y fué hecho heredero de la justicia que es por la fe.”

Ya hemos hablado de Abraham; cada episodio que narra el autor envuelve alguna decisión. Ya fuera la decisión de dejar su tierra y su pueblo o la decisión de sacrificar a su hijo Isaac, la fe de Abraham fue activa mediante la elección.

Aun el libro de Deuteronomio pone énfasis sobre la importancia de la elección. Este libro es uno que pocos leen, aunque fue uno de los libros favoritos de nuestro Señor Jesús. Cuando se defendió de Satanás, citó versos de Deuteronomio.

Notamos algo interesante cuando estudiamos el libro de Deuteronomio. Vez tras vez, se menciona la elección divina. Moisés menciona una y otra vez cómo Dios escogió al pueblo de Israel, de todos los pueblos del mundo, para ser suyo.

Después de enfatizar la elección de Dios a través de treinta capítulos, llegamos a Deuteronomio 30:19-20:

30:19 A los cielos y la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición: escoge pues la vida, porque vivas tú y tu simiente:
30:20 Que ames á Jehová tu Dios, que oigas su voz, y te allegues á él; porque él es tu vida, y la longitud de tus días; á fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová á tus padres Abraham, Isaac, y Jacob, que les había de dar.

Dios le dice a su pueblo, Yo los he escogido. Ahora, la decisión es de ustedes – y es cuestión de vida o muerte. Elijan bien.

No muchas décadas después, el sucesor de Moisés, Josué, lanzó un reto similar. Podemos leerlo en Josué 24:15: “Y si mal os parece servir á Jehová, escogeos hoy á quién sirváis; si á los dioses á quienes siervieron vuestros padres, cuando estuvieron de esotra parte del río, ó á los dioses de los Amorrheos en cuya tierra habitáis: que yo y mi casa serviremos á Jehová. “

Elijan, dice él. Hay opciones. Tenemos muchos dioses de los cuales escoger, pero sólo uno de ellos es real.

Nuestros dioses podrían ser las figuras de oro, plata, madera o yeso que algunos adoran, o podrían ser los dioses del dinero, del ego, de la familia, de le adicción, del sexo, de la posición social o cualquier cantidad de otras cosas.

Nuestra elección, sin embargo, es la misma. Dios aún nos llama a escoger. Cuando caminó sobre esta tierra, Jesús llamó a sus oyentes a tomar una decisión. Para tomar sólo un ejemplo, consideremos al joven rico que vino a Jesús.

Leamos su historia en Marcos 10, empezando en el verso 17:

10:17 Y saliendo Él para ir su camino, vino uno corriendo, é hincando la rodilla delante de Él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para poseer la vida eterna?
10:18 Y Jesús le dijo: ¿Por qué me dices bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios.
10:19 Los mandamientos sabes: No adulteres: No mates: No hurtes: No digas falso testimonio: No defraudes: Honra á tu padre y á tu madre.
10:20 El entonces respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto he guardado desde mi mocedad.
10:21 Entonces Jesús mirándole, amóle, y díjole: Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes, y da á los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz.
10:22 Mas Él, entristecido por esta palabra, se fué triste, porque tenía muchas posesiones.

Aquí vemos su encuentro con Jesús. Notemos primero que Jesús lo llama para tomar una decisión acerca de quién es Jesús. Las palabras “buen maestro” caen de sus labios sin pensar, pero Jesús le llama a considerar con quién esta hablando. La primera decisión es ésta: ¿quién es Jesús?

Luego vemos que Jesús respondió a este joven con amor. En otras palabras, el desafío no brotó de alguna necesidad por parte de Jesús de elevarse al aplastar a otros.

Más bien, Jesús retó al joven con otra elección: la elección del primer lugar en su vida. Las personas debaten la aplicación a los creyentes de hoy del mandamiento que Jesús le dio al joven, pero éste no es el punto central. Jesús puso el dedo sobre el aspecto de la vida de este joven que lo detenía al tratar de seguir a Jesús, y le dijo que se deshiciera de él.

Tristemente, no estuvo dispuesto a hacerlo. No quiso tomar la decisión correcta. Escogió más bien seguir encerrado en la prisión de la riqueza, sin querer abrir la puerta de su celda – aunque esa puerta sólo se abre por dentro.

Jesús nos llama a cada uno a esa misma decisión. Cada uno de nosotros deberá responder a la pregunta: ¿Quién es Jesús? En base a la respuesta, tenemos que decidir si permitiremos que El sea Señor de nuestra vida. Es la decisión más importante que jamás tomaremos.

Muchas personas quisieran convertir a Jesús en un buen maestro. Es lo que quería este joven. Jesús no se lo permitió. Si El es bueno, tiene que ser Dios. Si es Dios, tiene que ser Señor de nuestras vidas, sin puertas cerradas o secretos ocultos.

Ahora mismo, hoy, tienes que decidir. Quizás nunca le has entregado tu vida a Cristo. Hoy, El te está llamando a escoger la vida. Realmente tienes sólo dos opciones. Puedes vivir para Cristo, o puedes vivir a tu manera. La decisión es tuya.

Quizás te haga falta decidir que vas a permitirle a Cristo controlar un área de tu vida que no le has permitido. El nunca te obligará. Tienes que permitirle que entre. Si no lo haces, las consecuencias serán serias. Deja que Dios te muestre lo que tiene que cambiar, y decide que le darás el control. ¿Cuál decisión te hace falta tomar hoy?

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