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Hablando con nuestro padre


Hablando con nuestro padre

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Hablando con nuestro padre

Un niño se había portado mal, así que su mamá le mandó a su cuarto como castigo.  Después de estar encerrado en el cuarto por algún tiempo, salió y fue a hablar con su mamá.

Mamá, le dijo, he estado pensando sobre lo que hice, y dije una oración.  ¡Qué bueno! respondió su mamá.  Si tú le pides a Dios que te ayude a ser un niño mejor, él te ayudará.  Su hijo le dijo: Yo no le pedí a Dios que me ayudara a ser un niño mejor.  Yo le pedí que te diera paciencia para soportarme.

Da gusto saber de un niño que se pone a orar cuando tiene necesidad, pero su oración nos lleva a considerar si su petición fue en realidad la que Dios quería.  ¿Qué es la oración?  ¿Es, como muchos parecen creer, simplemente una forma de conseguir que Dios nos dé lo que nosotros queremos?

Junto con esta pregunta viene otra: ¿Cómo debemos de orar? ¿Cuál es la forma correcta de hacerlo?  Considera tu propia actitud hacia la oración.  ¿Oras con frecuencia?  ¿Qué es la oración, para ti?  Te invito a venir conmigo en un viaje de descubrimiento para poder llegar a un entendimiento más profundo del significado de la oración.

Lectura: Lucas 11:1-13

11:1 Y aconteció que estando Él orando en un lugar, como acabó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos á orar, como también Juan enseñó á sus discípulos.
11:2 Y les dijo: Cuando orareis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos; sea tu nombre santificado. Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
11:3 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
11:4 Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos á todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del malo.
11:5 Díjoles también: ¿Quién de vosotros tendrá un amigo, é irá á Él á media noche, y le dirá: Amigo, préstame tres panes,
11:6 Porque un amigo mío ha venido á mí de camino, y no tengo que ponerle delante;
11:7 Y el de dentro respondiendo, dijere: No me seas molesto; la puerta está ya cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y darte?
11:8 Os digo, que aunque no se levante á darle por ser su amigo, cierto por su importunidad se levantará, y le dará todo lo que habrá menester.
11:9 Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y os será abierto.
11:10 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abre.
11:11 ¿Y cuál padre de vosotros, si su hijo le pidiere pan, le dará una piedra?, ó, si pescado, ¿en lugar de pescado, le dará una serpiente?
11:12 O, si le pidiere un huevo, ¿le dará un escorpión?
11:13 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas á vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo á los que lo pidieren de Él?

Si tuvieras que describir la oración con una frase, ¿cuál sería?  Para muchos, la oración sería un deber o una obligación.  Para otros, la oración es cuestión de repetir ciertas frases que han aprendido, como una especie de encantación mágica que les dará gracia ante Dios o suerte en lo que pretenden.

A veces me pregunto, si es así, por qué no simplemente grabar algunas oraciones en una cinta y ponerla a tocar todo el tiempo en la casa.  De esta manera, podríamos hacer nuestros quehaceres mientras las oraciones se repiten sin cesar.

Obviamente, esto no es lo que Dios desea.  Sin embargo, para muchos de nosotros, la oración es simplemente algo que repetimos porque sabemos que debemos de hacerlo – antes de comer, antes de dormirnos o cuando tenemos alguna necesidad en particular.

Jesús menciona una realidad al principio y al final de esta sección que puede guiarnos al pensar en la oración.  En la oración modelo que da a sus discípulos, les enseña a dirigirse a Dios como Padre; en la última similitud, nuevamente compara a Dios con un Padre.

Cuando pensamos en la oración, entonces, debemos de recordar que estamos hablando con Papá.  En esta simple realidad hay algo realmente emocionante.  Es la verdad de que el Dios del universo, el Dios que lo hizo todo, nos ofrece la oportunidad de ser sus hijos.

La Biblia nos enseña que llegamos a ser sus hijos cuando aceptamos su oferta de adopción por fe en Jesús.  Algunos creen que todo ser humano es hijo de Dios; es verdad que todos hemos sido creados por él, pero la Biblia reserva el ser hijo suyo para quienes se han comprometido con él por fe.

Si hemos entrado en esa relación con Dios por medio de la fe en Cristo, entonces, tenemos este tremendo privilegio de hablar directamente con Dios, de la misma manera en que un niño humano que tiene una buena relación con su padre puede hablar con él.

Sabemos que algo está mal cuando un padre humano no tiene tiempo para sus hijos.  Cuando el padre llega a la casa después de trabajar, y le grita a la esposa que le quite esos chiquillos asquerosos de encima, se ve que le falta amor de padre.  El buen padre quiere estar con sus hijos y saber qué les interesa.

Nuestro padre celestial es el mejor que hay.  El siempre desea escuchar nuestras peticiones.  Nunca está demasiado cansado, nunca está de mal humor, siempre desea que lleguemos ante él para hablar con él.  Podemos decir, entonces, que

Dios nos invita a presentarle nuestras peticiones confiadamente

Jesús nos cuenta una historia para ilustrar el punto.  Un hombre va a la casa de su amigo para pedirle pan, debido a la llegada inesperada de un huésped.  En aquella cultura, se consideraba una gran falta de cortesía no poder ofrecerle al huésped un pan nuevo, es decir, que no había sido picado.

El hombre, entonces, va a la casa de su amigo para pedirle ayuda.  Resulta que ya es tarde, y el amigo está acostado.  Si se levanta para quitarle la traba a la puerta, despertará a sus hijos.  El amigo no tiene ganas de levantarse.

Sin embargo, nos dice Jesús, lo hace.  Lo hace a causa de la impertinencia del amigo que llega e insiste en que se le dé lo que pide.  Ahora bien, nos preguntamos: ¿en qué momento se encuentra Dios en una situación en la que le incomoda responder a nuestras peticiones?

En otras palabras, ¿cuándo se encuentra Dios acostado, dormido, y sin deseos de oírnos?  ¡Jamás!  La Biblia nos dice que Dios jamás se adormece ni duerme.  Lo que Jesús nos dice, entonces, es esto: el amigo se levanta, aunque no quiere, por la impertinencia del que le pide.  ¡Cuánto más nos responderá Dios, que siempre quiere!

Por eso, Jesús nos llama a pedir, a buscar, a llamar.  ¿Por qué no experimentamos las bendiciones de Dios en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestra iglesia?  ¿Será porque no pedimos, no buscamos, no llamamos?  En muchos casos, creo que es así.

Hermanos, no nos cansemos de orar por aquellas personas que queremos ver acercarse al Señor.  No nos cansemos de orar para que Dios derrame su Espíritu con poder sobre esta iglesia.  No nos cansemos de orar para que Dios nos use.

Éstas son las peticiones que Dios se deleita en contestar. De hecho,

Dios nos demuestra qué clases de peticiones le gusta conceder

Dios es tan misericordioso que muchas veces concede las peticiones de personas que tienen ideas muy equivocadas acerca de él, o que lo han desobedecido, o que incluso están tratando de llegar a él por maneras equivocadas, quizás por medio de algún intermediario que no sea el Señor Jesús.

Cuando Dios lo hace, algunos sacan la conclusión equivocada de que no importa, en realidad, qué le pidamos a Dios o cómo lo hagamos.  Esto no lo debemos de pensar.  Debemos de reconocer, más bien, que Dios está dando a estas personas la oportunidad de reconocer su grandeza y de acercarse a él.

Les está dando, en otras palabras, una muestra de su grandeza para que ellos, de alguna manera, se puedan poner a considerar qué clase de Dios es tan grande que contesta sus peticiones.  Les está dejando un pequeño marcador en el camino, una pequeña muestra que puede llevarlos a él.

La triste realidad es que, en la mayoría de los casos, las personas que tales favores reciben de Dios nunca se acercan a él.  Nosotros, en cambio, si hemos llegado a saber algo acerca de la verdad, también somos llamados a dejar atrás esa mentalidad de tratar de sacarle algo a Dios, y buscar la forma de orar de la manera que él desea.

Consideremos a un padre humano.  Si su hijo viene para pedirle dinero para comprar dulces, no le dará mucho gusto.  Quizás le dé el dinero, pero será simplemente porque ama a su hijo.  Si el hijo viene para pedirle dinero para comprar sus libretas de escuela, en cambio, será diferente.  Se gozará con esta muestra de responsabilidad por parte de su hijo.

De igual forma, Jesús nos enseña aquí cuáles son las cosas que Dios quiere que le pidamos.  Éstas son las peticiones que Dios se deleita en conceder, las peticiones que a él le demuestran que nuestro corazón late con el suyo.

En primer lugar, Dios se deleita en conceder peticiones que exaltan su gloria.  Por esto, en la oración modelo que nos deja Jesús, empieza diciendo: santificado sea tu nombre.  Venga tu reino.

Al pedir que se santifique el nombre de Dios, estamos pidiendo que sea respetado y honrado, tenido en la alta estima que se merece. Desgraciadamente, muchas personas hoy en día arrastran el nombre de Dios por el suelo.

Sea usándolo en vano, como una grosería, o sea con sus actitudes y acciones, no le dan a Dios el respeto que él se merece.  Como creyentes, debemos de orar ante todo que Dios reciba este respeto.  Cuando nosotros oramos, lo podemos hacer de formas muy específicas.

Podemos orar, por ejemplo, por algún amigo que no conoce al Señor.  Cada vez que un alma se doblega ante Cristo, el nombre de Dios es glorificado.  Podemos orar por los gobernantes.  Cada vez que la justicia se hace aquí en la tierra, el nombre de Dios es glorificado.

Dios también se deleita en conceder peticiones que tienen que ver con nuestras necesidades.  Jesús nos enseña a orar por el pan de cada día.  En su tiempo, muchos trabajadores eran pagados por día, y no tenían ninguna seguridad laboral.  Había que confiar en Dios para el pan de cada día.

Vivimos en un mundo que a veces ofrece más seguridad mediante las leyes que protegen al trabajador y las formas de seguro; sin embargo, también nosotros debemos de llevar nuestras necesidades ante el Señor.  Como buen Padre, él cuida de sus hijos.

A veces confundimos un deseo con una necesidad.  No les digo que no le ofrezcan a Dios sus deseos también.  Recordemos, más bien, que al levantar ante él nuestras peticiones, también estamos confiando en que él responderá de la mejor forma posible.  A veces, francamente, no nos gusta la forma en que Dios responde; él sabe mucho más que nosotros, sin embargo.

La tercera petición que Dios se deleita en conceder es la petición que nos acerca a él.  Tenemos dos ejemplos de esto en nuestro pasaje. Primeramente, Cristo nos enseña a orar por el perdón de Dios, y su protección frente a las pruebas.

Nuestra respuesta al pecado en nuestra vida tiene que ser un arrepentimiento sincero que nos lleva a confesárselo a Dios, y un deseo fuerte de no caer en la misma trampa, que nos lleva a pedir su ayuda para enfrentar la tentación.

Si tus oraciones se centran en tus propias necesidades, pero ni le pides perdón a Dios por cada pecado que traes en la conciencia, ni buscas su ayuda para no pecar más, no debe de sorprenderte que él no te responda. Dice el salmista: Si en mi corazón hubiera yo abrigado maldad, el Señor no me habría escuchado.  (Salmo 66:18 NVI)

Dios se deleita en contestar peticiones que nos acercan a él, y el otro ejemplo de esta clase de oración es la oración por la presencia del Espíritu Santo.  Esto lo vemos en el verso 13.  La mejor cosa que podríamos pedirle a Dios es más de su Espíritu en nuestras vidas.  Jesús corona su argumento con esta idea.

La frase del verso 13 no debe darnos la impresión de que no tenemos ya la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas.  Antes de que Jesús ascendiera al cielo, la presencia del Espíritu era algo irregular en la vida de sus discípulos.  Ahora, cada creyente recibe al Espíritu en el momento de creer.

Podemos, sin embargo, experimentar más o menos de su obra en nuestras vidas.  Jesús nos llama a pedir al Señor más de su presencia, más de su poder, más de su obra en nosotros.  Esta petición, dice él, Dios la contesta.

¿Cuánto hablas con papá?  Se dice de los creyentes africanos de antaño que cada uno tenía su lugar propio de oración dentro del bosque.  Muy pronto, a cada lugar se hacía una vereda por la frecuencia en que el creyente caminaba a él.

Cuando un creyente dejaba de orar, sus compañeros le decían: Hermano, el pasto crece sobre tu vereda.  Dime: ¿Crece el pasto sobre tu vereda?  ¿Estás caminando con Dios en oración?

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