Madres de valor
Un estudio publicado esta semana trató de evaluar el valor económico del trabajo que hace una madre que se queda en casa con sus hijos. Después de tomar en cuenta las múltiples tareas que realiza la madre, los investigadores asignaron un valor de más de $130.000 por año al trabajo de ser madre.
Seguramente hay muchas madres que quisieran recibir esa cantidad de pago por el trabajo que hacen, pero este estudio resalta una realidad que nuestra cultura parece ignorar. Destaca el hecho de que ser madre y criar a un niño es una de las labores más importantes que existe en el mundo.
Desgraciadamente, muchas mujeres sienten que no tienen valor social si se quedan en casa para cuidar a sus hijos. Quizás algunas de ustedes sientan la presión social de ganar un salario en el campo laboral. Lo cierto es que la sociedad presiona a las madres a colocar al niño en la guardería para poder reingresar al mundo del trabajo.
Aun más triste es el caso de padres que se consideran cristianos, pero no valoran el trabajo de su esposa como madre y ama de casa. En lugar de apoyarle y darle la ayuda y el sostén que necesita, la menosprecian por no contribuir, según ellos creen, económicamente al hogar.
En el mundo actual, es necesario ser valiente para poder ser madre. Hay que nadar en contra de la corriente de la sociedad. Sin embargo, la Biblia destaca la gran bendición que puede resultar de sólo una madre que toma en serio su labor.
Regresen conmigo en su imaginación a la nación de Israel, un poco más de mil años antes del nacimiento de Jesucristo. La liberación de Egipto y la conquista de la tierra prometida no eran más que una memoria lejana. La nación había caído en una desastrosa rutina.
En lugar de hacer memoria de las grandes obras de Dios a su favor, con deprimente frecuencia iban tras otros dioses falsos, pensando que estos dioses podrían darles prosperidad. Cuando esto sucedía, Jehová los castigaba permitiendo que cayeran en manos de algún enemigo.
Tarde o temprano, el pueblo recapacitaba, y clamaba a Dios pidiendo liberación. El se compadecía de su pueblo, y les enviaba algún caudillo o juez para llevarlos a la libertad. Por un tiempo, todo iba bien, hasta que el pueblo se olvidaba nuevamente de Dios y volvía a caer en la idolatría, y se repetía el ciclo.
Este ciclo, que vemos descrito en el libro de Jueces, duró cuatrocientos años. Llegó a su fin gracias a la oración de una madre. Encontramos su historia en el primer libro de Samuel. Leamos los primeros dos versículos, 1 Samuel 1:1-2:
1:1 Hubo un varón de Ramathaim de Sophim, del monte de Ephraim, que se llamaba Elcana, hijo de Jeroham, hijo de Eliú, hijo de Thohu, hijo de Suph, Ephrateo.
1:2 Y tenía él dos mujeres; el nombre de la una era Anna, y el nombre de la otra Peninna. Y Peninna tenía hijos, mas Anna no los tenía.
Esta historia comienza con una situación que jamás fue el diseño divino, la situación de la poligamia. Dios permitió la poligamia, pero nunca fue su deseo; de otra manera, le habría dado a Adán más de una esposa. En cada ocasión que encontramos en las páginas de la Biblia una familia donde hay poligamia, siempre hay celos y contiendas también.
El hogar de Elcaná no fue ninguna excepción. Penina constantemente le echaba en cara a Ana el hecho de que ésta no tenía hijos. Por más que Elcaná tratara de consolarla, Ana vivía con el constante recuerdo de que su rival le había dado hijos al marido, y ella no.
Finalmente llegó la ocasión anual en que la familia iba a Siló, donde se encontraba el tabernáculo del Señor. El templo aún no se había construido en Jerusalén; eso sucedería casi doscientos años después, bajo el rey Salomón. En ese tiempo, el sumo sacerdote era un hombre llamado Elí.
Elí era de edad avanzada, y nos lo podemos imaginar como una de esas personas que ha estado ya mucho tiempo en un cargo. Ya no le encuentran ningún interés, y simplemente se enfocan en llegar al fin de cada día.
Vamos a ver qué pasó, leyendo los versos 9-20:
1:9 Y levantóse Anna después que hubo comido y bebido en Silo; y mientras el sacerdote Eli estaba sentado en una silla junto á un pilar del templo de Jehová,
1:10 Ella con amargura de alma oró á Jehová, y lloró abundantemente.
1:11 E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, mas dieres á tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré á Jehová todos los días de su vida, y no subirá navaja sobre su cabeza.
1:12 Y fué que como ella orase largamente delante de Jehová, Eli estaba observando la boca de ella.
1:13 Mas Anna hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y túvola Eli por borracha.
1:14 Entonces le dijo Eli: ¿Hasta cuándo estarás borracha?; digiere tu vino.
1:15 Y Anna le respondió, diciendo: No, señor mío: mas yo soy una mujer trabajada de espíritu: no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová.
1:16 No tengas á tu sierva por una mujer impía: porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora.
1:17 Y Eli respondió, y dijo: Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho.
1:18 Y ella dijo: Halle tu sierva gracia delante de tus ojos. Y fuése la mujer su camino, y comió, y no estuvo más triste.
1:19 Y levantándose de mañana, adoraron delante de Jehová, y volviéronse, y vinieron á su casa en Ramatha. Y Elcana conoció á Anna su mujer, y Jehová se acordó de ella.
1:20 Y fué que corrido el tiempo, después de haber concebido Anna, parió un hijo, y púsole por nombre Samuel, diciendo: Por cuanto lo demandé á Jehová.
La situación es algo cómica. ¡Vemos que hasta los siervos del Señor a veces se equivocan! Era la costumbre en aquellos tiempos de hacer las oraciones en voz alta. Cuando Elí vio a una mujer aparentemente murmurando sin decir nada, sacó la conclusión de que estaba embriagada.
Lógicamente, no le pareció muy bien que alguien viniera al tabernáculo en esas condiciones, así que regañó a Ana. Ella, sin embargo, le explicó la situación, y recibió a cambio su bendición.
Más importante que la bendición de Elí fue la respuesta afirmativa que el Señor dio a la oración de Ana. De hecho, la oración de Ana cambió el destino de la nación de Israel. Bajo su hijo Samuel, Israel por fin dejó el ciclo vicioso que había vivido bajo los jueces anteriores, y entró a la época de la monarquía, la etapa dorada de la historia de Israel.
Ana nos enseña la siguiente:
No ignores el valor de la oración de una madre
La oración de esta madre cambió el destino de una nación, pues Dios usó a su hijo como líder para traer una gran transformación al pueblo. Samuel sirvió como sacerdote y juez durante muchos años, y ungió a Saúl, el primer rey de Israel.
Madres, la cosa más importante que pueden hacer por sus hijos es orar por ellos. No se cansen de pedir al Señor que los dirija, que los guíe por el camino del bien. Oren por cada aspecto de la vida de sus hijos. Esos minutos que pasan en oración no son tiempo perdido.
En Lucas 2:52 leemos que Jesús creció en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente. Usa este modelo para orar por el desarrollo de sus propios hijos. Ora por su desarrollo intelectual. Ora por su desarrollo físico. Ora por su desarrollo social y ora por su desarrollo espiritual.
La mayor bendición que puedes dar a tus hijos es crear un ambiente espiritual en el que puedan crecer y florecer. Esto empieza con la oración. Ese niño que Dios te ha encomendado tiene gran potencial. Sólo Dios sabe lo que podrá llegar a ser.
Las madres invierten tiempo cocinando comidas saludables y nutritivas para sus hijos. Pasan tiempo lavándoles la ropa para que puedan salir con una buena apariencia. Pasan tiempo ayudándoles con las tareas escolares. Pasan tiempo hablando con ellos acerca del día que han pasado.
Pasan tiempo en una infinidad de cosas buenas, pero – ¿se están olvidando de la cosa más importante? ¿Se les está olvidando encomendar la vida de su hijo en oración a Dios todos los días?
Hermanas, no ignoren el tremendo poder que ejercen por medio de la oración. No dejen de saturar toda la vida de sus hijos en oración. No dejen de pedirle al Señor que los ayude, que los guíe, y sobre todo, que los traiga al conocimiento del Salvador.
Ana no se quedó con la oración, sin embargo. Ella había hecho un compromiso con Dios que tuvo que cumplir. Cuando oró, le prometió al Señor que le dedicaría a El su primer hijo. Cuando nació Samuel, Ana cumplió su promesa.
Leamos 1 Samuel 1:24-28:
1:24 Y después que lo hubo destetado, llevólo consigo, con tres becerros, y un epha de harina, y una vasija de vino, y trájolo á la casa de Jehová en Silo: y el niño era pequeño.
1:25 Y matando el becerro, trajeron el niño á Eli.
1:26 Y ella dijo: ¡Oh, señor mío! vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto á ti orando á Jehová.
1:27 Por este niño oraba, y Jehová me dió lo que le pedí.
1:28 Yo pues le vuelvo también á Jehová: todos los días que viviere, será de Jehová. Y adoró allí á Jehová.
Elí llegó a ver en carne viva el cumplimiento de la oración que equivocadamente había criticado. Tuvo a Samuel como ayudante en el templo, y fue de esta forma que Samuel llegó a cumplir el destino que el Señor le había trazado.
De la misma forma en que se ve en la vida de Samuel,
No ignores el valor de la entrega de una madre
La dedicación de Samuel fue grandemente usada por Dios, precisamente porque Ana lo entregó completamente en las manos del Señor. En su caso, fue una entrega literal, llevándolo al templo del Señor para vivir y para servir allí toda su vida.
Nosotros tenemos la costumbre de invitar a los padres a traer a sus hijos para dedicarlos al Señor. De esta forma simbólica, se hace lo mismo que hizo Ana de una forma literal. Se encomienda la vida del niño al Señor, expresando el deseo de los padres que ese niño crezca en el temor del Señor y viviendo en obediencia a El.
Me pregunto, sin embargo, si habrá padres que, aunque traigan a sus hijos a la iglesia para dedicarlos, no los dedican de corazón. Con la boca dicen que quieren que sus hijos sigan al Señor, pero en realidad no se esfuerzan en criarlos para que esto suceda.
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Creo que hay muchos padres creyentes que piensan que están entregando a sus hijos al Señor, cuando en realidad sólo desean que el Señor les dé bendición a sus hijos, a la manera que ellos desean.
Entrega la vida de tu hijo al Señor. Esto no significa solamente traerlo a la iglesia el domingo, aunque es muy importante. Dos horas en la iglesia el domingo no podrán contrarrestar el efecto de las otras 166 horas que pasa fuera de ella.
En otras palabras, si el niño no oye acerca de Dios los seis días a la semana que no está en la iglesia, si no recibe instrucción bíblica en la casa, si no ve en su madre un ejemplo de devoción y de amor, es muy dudoso que las dos horas que pasa en la iglesia lo transformen. No digo que sea imposible, pero es difícil.
Madres, entreguen a sus hijos al Señor. Esto sucede mediante la instrucción y el ejemplo que ustedes les dan. Críenlos en el amor y el conocimiento del Señor. Háblenles acerca de Dios. Muéstrenles que El tiene normas para nuestra vida, que El provee todo lo que tenemos, que El es amor.
Ésta es la base más importante para la vida del niño. Ésta es la base que Ana puso en la vida de Samuel, llevándolo al templo; y esa base cambió el destino de toda una nación.
Sólo Dios sabe lo que El puede hacer con la vida de tus hijos, si se los entregas a El.
Madres, no crean esas mentiras que el mundo les dice. Acepten el gran valor que Dios ha asignado a las madres, y realicen esa gran tarea que les ha encomendado, orando por sus hijos y entregándoselos al Señor.
Sólo El sabe lo que hará con la vida de un niño entregado a El.