¿A quién adoras?


A quién adoras

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¿A quién adoras?

En cierta ocasión, Henry Ward Beecher, el pastor famoso de una iglesia grande de antaño, se enfermó. Decidió pedirle a su hermano que supliera por él. Llegaron muchos a ver al pastor famoso, y se decepcionaron al ver a un Don Nadie. Varios se pusieron de pie, y empezaron a salir. En eso, el predicador invitado anunció, Todos los que vinieron a adorar a Henry Ward Beecher en esta mañana pueden salir; todos los que vinieron a adorar al Señor, quédense.

Quizás no estés aquí en esta mañana porque te fascina la predicación en esta iglesia. Quiero, sin embargo, hacerte la pregunta: ¿a quién adoras? No sólo aquí, no sólo cuando estás en la iglesia, sino en cada momento: ¿ante quién te postras en adoración? ¿quién es el todo de tu vida?

Todos sabemos la respuesta correcta; si fuera cuestión de contestar bien en un examen, todos sacaríamos 20. Pero no es cuestión de saber; es cuestión de creer y vivir.

Y lo que veremos hoy es esto: Dios merece toda adoración, pues ha derramado riquezas espirituales sobre nosotros en Cristo.

Lectura: Efesios 1:3-10

1:3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,
1:4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,
1:5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad,
1:6 para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,
1:7 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia,
1:8 que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia,
1:9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en si mismo,
1:10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.

¿: mi esposa, mi familia, la salud … son cosas buenas, pero hay algo mucho más importante. El mundo material es pasajero – todo lo que es bueno aquí se va a acabar – las bendiciones espirituales son las que importan. Las bendiciones espirituales son las que tocan nuestro ser verdadero – nuestro hombre interior, que vivirá por siempre, y que es nuestra existencia verdadera.

Si no hemos recibido estas bendiciones espirituales, o si no les damos importancia, es como maquillar a un difunto. Se ve mejor, pero no hemos llegado a lo verdaderamente importante.

Sólo Dios es capaz de dar vida a ese difunto. Y sólo Dios es capaz de darnos las bendiciones que nos hacen falta como seres humanos. Es por esto que él se merece toda nuestra devoción, toda nuestra atención, en fin…toda nuestra adoración.

Vamos a ver, en vista panorámica, lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.

Dios nos escogió de antemano

No fue por accidente que llegamos a oír el mensaje. No fue por casualidad que llegamos a ser creyentes. Fue por diseño divino.

A. Dios nos escogió para ser santos (v. 4)

¿Qué es un santo? ¿Una imagen de yeso que se venera? ¿Una figura mítica? Un santo es una persona separada, dedicada, pura y apartada de la maldad.

Dirás, yo no cabo dentro de ese cuadro – lejos de ser santo, soy muy pecador. Pues, yo también – pero sucede que Dios nos escogió para ser santos en Cristo. Al unirnos a él en fe, Dios nos mira como si fuéramos santos.

Como un hijo desobediente, que se esconde detrás del consentido de la familia para escaparse de la furia de su padre – cuando Dios nos mira, si estamos en Cristo, él ve a su Hijo puro, santo, inmaculado. No nos ve a nosotros, pecadores, desobedientes, e impuros.

Sin embargo, hay una diferencia importante entre el cuadro que acabamos de pintar y la realidad espiritual: es el Padre mismo que nos ha dicho, escóndanse en mi Hijo. No es que haya competencia entre Cristo y Dios Padre, el Padre queriéndonos castigar y el Hijo tratando de convencerlo.

Dios no sólo nos escogió para ser santos ante él, sino que

B. Dios nos escogió para ser sus hijos (v. 5)

Esto va más allá de lo que nos hubiéramos imaginado, aun en el sueño más extraordinario. Que el Dios del universo quisiera tenernos a nosotros como hijos, para vivir siempre con él, para conocerle, para disfrutar de su presencia y de sus bendiciones – esto es algo increíble, sobrenatural.

Es como si un rey saliera un día de su palacio y viera a un grupo de pilluelos jugando en la calle – pilluelos malcriados, sucios, que se burlan de él cuando se acerca – y dijera, Yo quiero que éstos sean mis hijos. ¡Qué increíble!

Pero es la realidad – Dios nos escogió para ser sus hijos. Antes de la fundación del mundo, antes que pudiéramos hacer algo para ganarnos su aprobación, él nos había escogido para ser adoptados como sus hijos.

Y cuando consideramos estas verdades, que Dios nos escogió para ser santos y para ser sus hijos, la única reacción adecuada es la adoración. (v. 6) En el Amado, en Cristo Jesús, Dios ha derramado sobre nosotros bendiciones incondicionales, bendiciones inauditas, bendiciones ante las cuales sólo podemos postrarnos y declarar, no somos dignos. No somos dignos de tal amor. No somos dignos de tal aceptación. Señor, te adoramos porque nos escogiste antes de la fundación del mundo.

Y esa elección, esa decisión tomada antes que la primera estrella brillara en el cielo, se realizó dentro de la historia humana, porque

Dios nos liberó al momento preciso

Esta decisión de Dios, esta elección de nosotros, no fue como la decisión de una mujer que ve un vestido bonito en la ventana de una tienda, y luego va y se olvida; Dios hizo realidad su decisión al extender su mano para salvarnos. Vemos aquí dos lados de eso:

A. Dios nos redimió por la sangre de Cristo (v. 7)

Esa decisión divina de hacernos santos y adoptarnos como hijos se realizó a gran precio. En la cruz, en esos momentos oscuros, sucedió el evento más importante de toda la historia humana. Tú pensarás que el evento más importante fue quizás el descubrimiento de América, o el descubrimiento del fuego, o la invención de la televisión – pero estas cosas carecen de importancia ante ese gran evento.

En ese momento sucedió una gran transacción entre Dios Padre y Dios Hijo. Dios el Hijo tomó sobre sí, sobre su persona perfecta y pura, todo el pecado, toda la deshonestidad, todo el cobarde egoísmo de la raza humana, y derramó su sangre en sacrificio para pagar por nosotros. Dios Padre aceptó este sacrificio, rasgando el velo del templo para indicar que se había abierto camino a su presencia.

Y si no fuera por ese evento, tú y yo estaríamos perdidos, sin esperanza de poder alcanzar a Dios, sin posibilidades de recibir su perdón, enfrentando un futuro miserable.

Pero Dios nos redimió. Él nos dio la cosa que jamás podríamos comprar, el perdón por medio de su Hijo. Ésta es una gracia pródiga, una gracia que jamás nos podríamos imaginar.

Y sin embargo, si no nos hubiera dado la manera de apropiar para nosotros mismos este gran regalo, no nos serviría de nada. Por esto,

B. Dios nos dio sabiduría y entendimiento (v. 8)

Dios también nos ha dado a entender todo lo que tenemos que saber para beneficiarnos de lo que él ha hecho en Cristo. Toda la sabiduría humana se basa en lo que el hombre puede descubrir, y puede tener su uso; pero la sabiduría divina se basa en lo que Dios nos revela, y es de infinito valor.

El mundo nos dice que tenemos que presentar la mejor cara y fingir que estamos en control; Dios nos dice que es cuando reconocemos nuestra necesidad, nos humillamos ante él, y nos arrepentimos de verdad que recibimos fuerza. El mundo nos enseña a no confiar en nadie; Dios nos enseña que es sólo cuando ponemos toda nuestra confianza en él, por Cristo Jesús, que podemos estar felices.

Y esta Palabra de Dios es un tesoro de sabiduría para la persona que se dispone a estudiarla. ¿Piensas que la Biblia es aburrida, impracticable, que está pasada de moda? ¡Estás equivocado! ¿Piensas que el tiempo en su estudio mejor se podría usar en otras cosas? ¡Estás en gran error!

Es aquí que encontramos la sabiduría para beneficiarnos de lo que Dios ha hecho por nosotros. Tenemos que conocerlo, y tenemos que aceptarlo. Dios tomó el tiempo necesario para revelarnos perfectamente su voluntad, revelándose paulatinamente a través de la historia humana hasta enviarnos la encarnación de su sabiduría – el Señor Jesús. No importa que tengas una educación universitaria – si no conoces a Cristo, te falta el conocimiento más importante. Y puedes ser analfabeto, pero si conoces a Cristo, ya sabes lo que muchos científicos ignoran.

Así que Dios nos ha redimido, y nos ha dado sabiduría y entendimiento. ¡Quién como el Señor, que ha mirado el estado de su pueblo y nos ha mostrado su bondad! ¿Quién podrá decir, El Señor no es digno de mi alabanza, mi adoración, de toda mi vida? Señor, te adoramos porque eres nuestro Redentor y nuestra Sabiduría.

Pero no se ha terminado;

Dios nos reveló su plan para el futuro

Dios también nos ha dado a conocer un secreto, un “misterio” – algo que no se había dado a conocer antes, pero que ahora se nos revela: el plan de Dios para el futuro. Este plan no es detallado, como mapa, sino a grandes rasgos.

A. Es un plan cuyo principio y fin es Cristo (v. 9)

Cristo no entra a este plan de repente. El libro de Hebreos lo llama el autor de nuestra salvación. Cristo es el hombre ideal, la figura celestial a la cual todos estamos siendo amoldados. Cristo es el propósito de la creación. El fin del plan es glorificarle a él, y por medio de él, a su Padre. Y cuando este plan sea realizado completamente, Cristo reinará sobre todo.

Es por esto que nuestra salvación nos llega en Cristo. Él es el incomparable Señor de todo, el Alfa y el Omega, el principio y el fin. El reinará, hasta derrotar al último enemigo. Porque

B. Es un plan que incluye la reconciliación de todas las cosas (v. 10)

Esta creación fragmentada, que vive en enemistad contra Dios, ha de ser recogida y reunida en Cristo. Un día, toda guerra, todo pleito, toda enemistad terminará. En ese día, Cristo será todo y en todo.

Todos los enemigos de Dios habrán sido juzgados, y habrán sido consignados a un lugar de castigo donde ya no podrán afectar a los suyos. Todos los poderes, todas las fuerzas malignas habrán sido juzgadas y sentenciadas; y entonces todo será paz, todo será perfección, y al centro de todo estará Dios, reinando sobre el pueblo que él rescató y que le sirve diariamente en gozo, en harmonía, en el deleite perpetuo de su presencia.

¿Cómo sucede? En Cristo. Cristo es el victorioso Rey que ha derrotado al enemigo, y está estableciendo su reino. Cristo es el poderoso Guerrero. Cristo es el Mediador perfecto entre Dios y los hombres, el que nos puede traer la paz con Dios. Un día se cumplirá el tiempo, y el plan de Dios se consumará.

Y me preguntó: ¿Qué otro dios es como éste? ¿A quién más podemos entregarle nuestras vidas, y todo lo que somos, que sea así? ¡No hay nadie! Y por eso, Dios se merece toda nuestra adoración.

Hermano, ¿a quién estás adorando en este día? Te invito a adorar conmigo al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el que nos escogió, nos salvó, y nos tiene guardados para un futuro glorioso. Entrégale todo tu ser. No guardes ninguna parte. Dáselo todo a él.

Ese rencor que guardas por algo en el pasado – entrégaselo. Ese pecado favorito que no has querido renunciar – entrégaselo. Ese egoísmo, esa flojera – entrégaselos – y póstrate en adoración ante Dios.

Y tú, amigo, ¿por qué no te unes al pueblo de este Dios tan grande? ¿Por qué no recibes su salvación? Reconoce tu pecado, entrégaselo, pues Jesús murió para pagar por él, y entrégale tu vida. Lo único que tienes que perder es tu culpa, y el control de tu vida; tienes todo el cielo para ganar.

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