Practica la presencia de Dios
Cualquier cristiano te podrá decir que Dios está presente en su vida y en la iglesia. Una de las realidades más básicas es que, aunque él trasciende los cielos, Dios no está lejos de ninguno de nosotros – y él habita dentro del corazón de cada uno que ha aceptado su salvación.
Sin embargo, me pregunto: ¿cómo consideramos la presencia de Dios? ¿Con qué lo podemos comparar? Creo que, para algunos de nosotros, Dios es como una vitamina. Así como nos tomamos las vitaminas para fomentar la buena salud, así también pasamos un momento con Dios en la mañana, y seguimos con el día – convencidos de que todo nos irá mejor. Pero Dios no es una vitamina.
Para otros, la naturaleza de Dios se captura en esa antigua calcomanía: Dios es mi copiloto. Navegamos las vías de nuestra existencia, tratando de no ir a la deriva, pero cuando las cosas se descontrolan, ahí está Dios para rescatarnos. Pero Dios tampoco quiere andar de copiloto en nuestras vidas.
Otras personas se imaginan la presencia de Dios como si fuera una especie de cámara escondida, lista para capturar cada error y cerciorar que reciba su merecido castigo. Y aunque los ojos de Dios ven cada pecado y harán justicia, si nuestra única idea de Dios es de un espía celestial, estamos perdiendo algo muy precioso.
Si Dios no es ni una vitamina, ni un copiloto ni un espía celestial, ¿qué significa la realidad de su presencia para nuestras vidas? ¿Será posible que la presencia de Dios nos transforme? Estoy convencido de que sí es posible. Es más, es mi convicción que la práctica de la presencia de Dios puede traer una revolución a nuestras vidas como creyentes.
Si hemos aceptado a Cristo, tenemos la presencia de Dios en nuestro corazón. El Espíritu Santo mora allí. Sin embargo, si no entendemos la dinámica de su presencia, podemos quedarnos alejados de la bendición que su presencia quiere traernos.
Si queremos practicar la presencia de Dios, hay tres cosas que tenemos que entender.
Dios siempre está presente con el creyente
Ésta es una realidad básica que tenemos que entender bien. Aunque Dios es tan exaltado que ni el cielo ni la tierra pueden contener su presencia, él se identifica como el Dios que está presente con su pueblo. De hecho, él no está lejos de ningún ser humano, como lo afirma el apóstol Pablo en Hechos 17:27: “para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.
Cuando Dios se reveló a Moisés, éste le preguntó cuál era su nombre. Dios se identificó como el YO SOY, el Dios que existe, el Dios que es, el Dios que está presente.
Hay aquí una gran ironía. Los dioses falsos siempre tienen la apariencia de estar presentes. Los ídolos son visibles y palpables. El dios del dinero es algo que se puede sentir y gastar. Sin embargo, su realidad es ilusoria. Dejarán de existir, y su poder no es real ni absoluto.
En cambio, Dios, a pesar de ser invisible, está presente. Él jamás dejará de ser, y su poder es real. Podemos experimentar su presencia en lo más íntimo de nuestro ser.
Dios es el YO SOY que siempre está presente. Y cuando anunció la llegada de su Hijo al mundo, le dio un título que refleja esta realidad. Leemos en Isaías 7:14: y lo llamará Emanuel. La palabra Emanuel significa Dios con nosotros. Jesucristo es Dios con nosotros, el Dios que se identificó con nosotros a tal grado que se hizo uno de nosotros.
Cuando él regresó al cielo, no dejó de estar con nosotros. Él nos prometió en Mateo 28:20: Estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. Jesucristo está con nosotros aún, y nos ha mandado su Espíritu, quien vive en nuestro corazón.
Podemos declarar, con el salmista David, que Dios está con los que son justos (Salmo 14:5). El justo vivirá por su fe, declara Habacuc 2:4, así que quienes hemos recibido por fe a Jesús somos justos por esa fe, y disfrutamos de la presencia de Dios en nosotros y entre nosotros.
Dios siempre está presente con el creyente. Pero hay algo que a veces no entendemos:
La conciencia de Dios depende de nuestra elección
El rey David nos comparte este secreto en el Salmo 16:8. Él dice: Siempre tengo presente al Señor; con él a mi derecha, nada me hará caer. Debemos de notar el contexto de este versículo; en el verso anterior, David habla de la forma en que Dios lo aconseja, aun de noche. El versículo siguiente habla del gozo y la confianza que experimenta en lo más profundo de su ser.
La clave está en esa primera frase del verso que leímos: Siempre tengo presente al Señor. La versión Reina Valera traduce el verso de esta manera: A Jehová he puesto siempre delante de mí. Esto describe un acto de voluntad. David había tomado una decisión consciente, y seguía tomando día en día la misma decisión, de mantener la conciencia de la presencia de Dios.
Mucho ojo: Dios está presente en nuestro ser, si somos creyentes, reconozcámoslo o no; pero hay un poder que se desata cuando estamos decididos, como David, de poner al Señor ante nosotros.
Tenemos, en otras palabras, que tomar una decisión. Tenemos que decidir si vamos a vivir con un Dios que nos sirve de vitamina o de copiloto, o si vamos a mantener la conciencia constante de la presencia divina en nuestro ser.
¿Cómo podemos hacer esto? Se trata de muchas pequeñas decisiones que tomamos de momento a momento. Recuerdo una vez que enseñaba acerca de la necesidad de mantener la conciencia de Dios, y una señora se indignó. Decía que había momentos, en el trabajo por ejemplo, en que ella tenía que enfocarse en lo que estaba haciendo, y no podía pensar en Dios.
Aunque no estoy seguro de haber contestado su duda, se trataba de un malentendido. Estar conscientes de Dios no significa que no hacemos más que estar sentados pensando en él. Significa algo mucho más profundo. Significa estar conscientes de una presencia que siempre está con nosotros.
Cuando vamos manejando el carro con un pasajero, siempre estamos conscientes de la presencia de esa persona, ¿verdad? Aunque no estemos conversando, ni mucho menos contemplando el rostro de la persona, nos sentimos acompañados. De algún modo estamos conscientes de la presencia de esa persona, aunque no estemos dialogando.
De igual modo, podemos estar conscientes a cada rato de la presencia de Dios, aunque no estemos hablando con él o contemplando sus atributos. Es, sin embargo, algo que hay que cultivar. Empieza con los momentos que dedicamos específicamente a Dios.
Empezando en la mañana, nos servirá de gran estímulo pasar unos cuantos momentos en oración y reflexión sobre algún pasaje bíblico. Cuando terminamos ese tiempo, recordemos que seguimos en la presencia de Dios. Mantengamos a Dios presente. Aprendamos a tener comunión con el Espíritu Santo, que está en nosotros. Es que
La conciencia de Dios es clave para nuestra vida
El apóstol Pablo nos comenta esto en Gálatas 5:16: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”.
El Espíritu Santo es la persona de la Trinidad que está inmediatamente presente en nosotros. Él entra en nosotros y está en nosotros.
Si vivimos por él, conscientes de su presencia, buscando su poder y escuchando su voz cuando nos habla, experimentaremos una transformación total. En cambio, si decidimos seguir nuestros antiguos patrones de vida, viviremos en derrota y en desilusión.
El poder para cambiar está en ti, si eres creyente. No está en tu voluntad propia, sino en tu sumisión a la voz del Espíritu y tu conciencia de su presencia. He aquí una clave: no trates de derrotar el pecado por voluntad propia, sino más bien usa tu voluntad para voltear la mirada el Espíritu.
Una conferencista contaba acerca de su experiencia de estar a punto de abordar un vuelo cuando una voz interna le dijo que no lo hiciera. Se quedó atrás, y el vuelo se estrelló. Al contar de esta experiencia, uno de sus oyentes se enojó. ¿Por qué crees que Dios te habló sólo a ti, y no les habló a los demás pasajeros? Respondió la conferencista, Yo creo que él nos habla a todos, pero muchos no están escuchando.
Aquí está la realidad: Dios está dentro de cada creyente, guiando, animando, exhortando y habilitando. Sin embargo, muchos de nosotros no estamos prestando atención. No estamos practicando su presencia. No estamos conscientes de él.
En cierta ocasión, el evangelista D. L. Moody mostró a una audiencia un vaso vacío y le preguntó: ¿Cómo puedo sacar todo el aire de este vaso? Alguien le contestó que lo podría hacer usando una aspiradora para vaciar el aire. Moody respondió que el vacío resultante quebraría el vaso.
Luego, sacó un jarro de agua y lleno el vaso. Ya se quitó todo el aire, dijo. Si nosotros queremos que salga de nuestra vida el pecado, la desilusión y la falta de fruto tenemos que llenarnos con la conciencia de la presencia de Dios.
Mi reto para ti hoy es que empieces a vivir esta semana con la decisión de practicar la presencia de Dios. Recuerda que él está contigo. Busca su ayuda en los momentos de prueba. Dale gracias por las bendiciones. Recuerda que, en lo más profundo de tu ser el Espíritu está presente, y empieza a vivir por su poder. Tu vida nunca será igual.