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La siembra y la cosecha


La siembra y la cosecha

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La siembra y la cosecha

En cierta ocasión, decidí rellenar una sección del pasto que crece junto a la casa. Debido al tráfico de camiones que había pasado por allí, no estaba creciendo el pasto como debería de crecer. Unos amigos me ayudaron a preparar la tierra, y conseguí la semilla en la tienda.

Ahora había que sembrar el pasto, y yo quería muy pronto tener un jardín bello y atractivo con una alfombra verde de pasto. ¿Qué piensan que hice con la semilla que había comprado? ¿Creen que sembré una semilla aquí, otra allá, tratando de conservar la mayor cantidad posible de semilla?

Si hubiera hecho eso, todavía tendría un espacio vacío en mi jardín. Tuve que regar liberalmente la semilla, para que creciera y rindiera un buen resultado. El resultado sería conforme a la medida de la siembra.

Dios nos dice en su Palabra que lo mismo sucede cuando damos a su obra. Es un principio que debemos de entender, pues afectará profundamente la manera en que damos al Señor.

Lectura: 2 Corintios 9:6-11

9:6 Esto empero digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra en bendiciones, en bendiciones también segará.
9:7 Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ó por necesidad; porque Dios ama el dador alegre.
9:8 Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia; á fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo que basta, abundéis para toda buena obra:
9:9 Como está escrito: Derramó, dió á los pobres; Su justicia permanece para siempre.
9:10 Y el que da simiente al que siembra, también dará pan para comer, y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los crecimientos de los frutos de vuestra justicia;
9:11 Para que estéis enriquecidos en todo para toda bondad, la cual obra por nosotros hacimiento de gracias á Dios.

En esta sección de su carta a los corintios, Pablo escribe acerca de una colecta que estaba recogiendo para los hermanos necesitados de Jerusalén. El anima a los miembros de la iglesia de Corinto a dar con generosidad para esta labor. Las razones que él les da a ellos también nos sirven a nosotros para guiar nuestras ofrendas al Señor.

Dios nos llama a apoyar su obra con generosidad. El no nos está llamando a hacer algo que El mismo no estuvo dispuesto a hacer. El dio a su único Hijo, Cristo Jesús, para que nosotros pudiéramos ser sus hijos y recibir el perdón de nuestros pecados. Dios nos ha dado el regalo más importante y más costoso de todos.

En respuesta a esto, El nos llama a ser generosos también con El. Cuando lo hacemos, El nos hace grandes promesas. Dios nos llama a ser generosos, pues cosecharemos conforme a lo que sembramos.

La Palabra lo dice de una forma clara: “El que siembra escasamente, escasamente cosechará, y el que siembra en abundancia, en abundancia cosechará.” Lo que nosotros invertimos en la obra del Señor es algo que estamos sembrando. Si sembramos poco, cosecharemos poco; si sembramos con generosidad, en cambio, la cosecha será abundante.

¿A qué clase de cosecha se refiere Dios aquí? ¿Nos está diciendo que, si damos dinero a la obra suya, recibiremos más dinero a cambio? La realidad es que puede suceder así; hay muchas personas que pueden testificar de la fidelidad de Dios y de su generosidad.

Existe un peligro, sin embargo, si pensamos de esta manera. Es el peligro de caer en la trampa de dar simplemente para que Dios nos dé más. En este caso, ya no le estamos dando a Dios, sino que estamos tratando de conseguir cosas para nosotros mismos. El verso 7 nos dice que tengamos cuidado con esta actitud.

Dios quiere que demos con alegría de corazón. No quiere que le demos porque nos sentimos obligados, ni de mala gana. Quiere que nuestra ofrenda sea una actividad gozosa, un acto de adoración y acción de gracias a El.

La promesa de Dios es que, si abundamos en generosidad para su obra, su gracia abundará para nosotros. Esto significa que tendremos lo suficiente, materialmente hablando. Tendremos, como dice el verso 8, todo lo necesario. Si damos a Dios, no nos faltará.

Jesús también nos dijo que, si buscamos primeramente el Reino de Dios, todo lo demás será añadido. Cuando queremos ver que el Reino de Dios progrese, y estamos dispuestos a sacrificar el cumplimiento de algunos de nuestros deseos materiales para ofrendar, Dios se encarga de que tengamos lo suficiente.

Al darnos estas palabras, Dios también desea que tomemos en cuenta las otras cosas que nos dice en su Palabra acerca del dinero. El también nos habla de la bendición del trabajo. Nos habla de la importancia del ahorro y la preparación para el futuro. La generosidad no substituye el buen planeamiento económico.

En otras palabras, no pienses que simplemente porque pones una ofrenda en el plato, puedes malgastar el dinero como te venga, y Dios se encontrará obligado a cubrir tus errores. Es posible que en su misericordia lo haga, pero lo que El realmente desea de sus hijos es un buen manejo del dinero, que incluye la generosidad.

Cuando somos generosos con Dios, podemos saber que Dios también será generoso con nosotros. Su generosidad podrá tomar muchas formas. Quizás Dios nos dará más bienes, o quizás guardará nuestra salud; quizás nos dará paz y gozo, o nos abrirá una puerta inesperada.

Lo que puedes saber con seguridad es que, si tú le ofrendas de corazón con gozo al Señor, El te bendecirá. Cuando das con sacrificio a la obra del Señor, prepárate para la bendición de Dios – porque llegará. Dios abrirá las ventanas del cielo y derramará bendiciones inesperadas sobre tu vida.

Si deseas esa bendición, siembra con abundancia y con sacrificio. Un misionero en África cuenta de la forma en que llegó a entender este principio. En la zona donde él servía al Señor, toda la lluvia llegaba en el espacio de cuatro meses: mayo, junio, julio y agosto. Pasados estos meses, no cae lluvia por ocho meses.

El suelo se quiebra a causa de la resequedad. Los vientos levantan el polvo y lo convierten en torbellino. El polvo se mete a la boca, a la nariz, al reloj, a la ropa, a todo. Durante los cuatro meses de lluvia, toda la comida del año se tiene que sembrar.

Octubre y noviembre son meses bellos. Los graneros están llenos. La cosecha ha llegado. La gente canta y baila. Todos comen dos veces al día. En la noche, hacen una clase de mezcla con harina de sorgo que se come caliente. Luego de comer, con el estómago lleno, todos se duermen contentos.

Llega el mes de diciembre, y los graneros empiezan a vaciarse. Muchas familias ya no comen en la mañana. Llegado el mes de enero, ya casi nadie come dos veces al día. Ya para febrero, la comida vespertina también empieza a menguar. En marzo, hay aun menos comida, y los niños se empiezan a enfermar. Es difícil mantener la salud comiendo sólo una vez al día.

El mes de abril es el peor. Los bebés lloran al anochecer. La mayoría de los días pasan con sólo una taza de cereal en la noche. Inevitablemente, durante estos meses de hambre y de necesidad, sucede que algún niño de seis o siete años llega corriendo a su papá y grita emocionado: ¡Papá! ¡Papá! ¡Tenemos comida!

Le cuenta a su papá que ha encontrado en la choza donde están las cabras una bolsa de piel colgada en la pared. Al investigarla – como lo haría cualquier niño – encuentra que la bolsa está llena de cereal. ¡Papá! -dice el niño-, dáselo a mamá para que podamos comer bien esta noche, y descansar con los estómagos llenos.

El papá se queda inmóvil. Hijo -dice- no podemos hacer eso. Ésos son los granos para la siembra del año entrante. Es lo único que nos separa de morir de hambre. Tenemos que esperar hasta que lleguen las lluvias para sembrar la semilla.

El niño se queda totalmente decepcionado. Había pensado que esa noche iba a comer bien, pero en lugar de hacerlo, tiene que guardar otra vez la comida que había descubierto, y quedarse con el hambre.

Finalmente llegan las lluvias en mayo, y al llegar, el niño observa mientras su papá toma la bolsa y hace algo totalmente ilógico. En lugar de alimentar a su familia debilitada, sale al campo y, mientras las lágrimas se escurren por sus mejillas, toma la preciosa semilla y la tira al suelo. ¿Por qué lo hace? Porque él confía en que llegará la cosecha.

La semilla le pertenece; puede hacer con ella lo que le dé la gana. La acción de sembrar le duele tanto que llora. Con esa semilla podría satisfacer el hambre que le atormenta. Pero los pastores africanos dicen: Ésta es la ley de la cosecha. No esperes regocijarte en la cosecha a menos que estés dispuesto a sembrar con lágrimas.

Quiero preguntarte: ¿Cuánto te costará sembrar? No me refiero a darle a Dios simplemente lo que te sobra, sino más bien decir, Yo creo que llegará la cosecha, y daré lo que el mundo no entiende. Me dicen loco, pero tengo que sembrar, sabiendo que un día celebraré con cantos de regocijo.

¿Cuánto te está llamando a dar Dios a su obra? Dios te invita a decidir en tu corazón lo que darás a su obra. Te anima a proponerte sembrar con generosidad, no porque alguien te dijo que lo hicieras, o porque sientes obligación, sino porque crees en la cosecha de abundancia que El dará.

¿Estás convencido de que Dios usará lo que tú siembras para que haya una cosecha de almas, una cosecha de paz y de bendición, y que El es capaz de suplir todas tus necesidades? Quiero invitarte a proponerte hoy, algo que puedes ofrecerle a Dios.

No quiero que nadie se sienta obligado. He sabido de iglesias que publican los registros de las ofrendas de cada miembro. Cada persona puede ir a una lista pública para ver cuánto dieron los demás.

Me imagino que las ofrendas son altas, pues nadie quiere verse como tacaño; sin embargo, me pregunto si serán los dadores alegres que Dios desea. Aquí no hacemos eso. Más bien, te invito a hacer un compromiso con Dios – algo que tú quieres sembrar para su obra, confiando en que El la usará y dará una cosecha abundante.

Ante el Señor, en oración, pídele que te demuestre cuánto le puedes dar. Si no sientes que debes de dar nada, no es necesario que lo hagas. Pero si Dios te está hablando al corazón, decide con seguridad que darás esa suma, y espera la cosecha.

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